lunes, 23 de agosto de 2010

¿Qué coño hacía José María Aznar en Melilla?

El Partido Popular nunca se ha caracterizado por el don de la oportunidad, sino por todo lo contrario. Desde el mismo origen, la formación política mayoritaria de la ultraderecha nacional se aficionó a la dinamita, y aquello que juzga oportuno es, en realidad, lo más nefasto que podría llegar a hacerse.
El votante envenenado que cultivan las mentes enfermas que lo dirigen se habrá satisfecho con el odio que Aznar ha paseado por Melilla. Resulta macabro que sean precisamente quienes más apelan a la unidad de España los que del modo más irresponsable pisoteen de continuo a casi la mitad de sus compatriotas, a los que por fortuna resiste todavía la dignidad, el sentido pacífico de la política, con desconfianza absoluta hacia las formas ostensibles de la brutalidad palurda, rancia, de moral analfabeta.
El empeño de José María Aznar por infligir a la sociedad española que renegó de él uno de los castigos más severos le ha empujado hasta la colérica locura de creerse el mismísimo Cid Campeador, y se ha lanzado contra el moro en su propia tierra, y una vez más sin pensar en las consecuencias que podrían derivarse de tan mala cabeza. A cualquier estúpido desinformado de los que infestan un metro cuadrado le consta que no es de ningún modo conveniente enemistarse con Marruecos. Primero, porque actúa, en defensa de sus intereses, como tapón frente a la inmigración subsahariana. Y, segundo, porque, en la medida de sus posibilidades, observa los movimientos de las células terroristas del integrismo islámico. Pero, una vez más, a Aznar no le preocupan los ciudadanos españoles, por mucho que haya ido a campear borregos en Melilla y en toda España, no le preocupa al Partido Popular la defensa de un solo ciudadano español, y quienes le ofrecen su voto ignoran que se ponen en peligro, y que ponen en peligro a todos los demás.


Yvs Jacob