jueves, 29 de julio de 2010

La ilusión democrática en la Catalunya de Josep Ramoneda

Estoy con el bazo palpitando de tanto reír tras escuchar a Josep Ramoneda que el proceso que ha conducido a la prohibición de las corridas de toros en Catalunya ha sido impecable. Argumenta don Josep que en el Parlament se ha escuchado a las partes, donde no faltaron intelectuales y expertos, y que ha triunfado una iniciativa ciudadana. Pero más desternillante encuentro su observación acerca de la "sensibilidad animalista", que Ramoneda pretende del lado de quienes no han votado con intención independentista. ¡Hombre, don Josep, que tan tontos no somos los españoles!
Está claro que en el Parlament ha triunfado el miedo a la democracia, y también lo está que la bella iniciativa popular -pues los toros son una manifestación de la barbarie, pero es que la barbarie está presente en nuestra sociedad en forma de múltiples violencias contra las que no se admite ninguna reclamación en ninguno de los parlamentos que tiene España en cada rincón- fue secuestrada por los depredadores más interesados en la provocación, ERC y CiU. Una vez corrompida por una intención desviada, la iniciativa dejaba de lado su preocupación animalista para ceder a otra independentista, pero como los catalanes, debe admitirse, gustan mucho de no hacer nada por las bravas, se optó por la pantomima, lo que gusta más, y se concedió al asunto el mismo trato que hubiese correspondido a otra iniciativa bella -nada abundantes, según parece, en el Parlament-, sólo que aquí se empleaba el nombre de una cosa -barbarie animal confundida con cultura- para hablar de otra -España es un mal negocio para Catalunya. Cualquiera que no admita esto es un necio o no tiene la menor idea de la realidad.
Hace tiempo, Jordi Pujol descubrió que nada es mejor para acabar con España que provocarla: su consigna, desde los últimos tiempos al frente de CiU, y sobre todo después, ha sido la provocación, siempre con la intención de que sea España la que se harte de Catalunya. Artur Mas lo ha entendido perfectamente, y todo lo que dice tiene el mismo tono de infantil injusticia a punto de ser fobia. Para colmo, el Tribunal Constitucional, previa imploración del Partido Popular, ha recordado a Catalunya los límites del juego, lo cual ha sido torpemente economizado por la fuerza política catalana más desconcertante, el PSC, al cual va a resultar imposible gobernar en esa Comunidad durante décadas, hastiados sus votantes del vaivén continuo y de su vicio goloso por tocar todos los palos.
Pero como dice don Josep que ha triunfado la democracia -el procedimiento-, ya me temo que, según su juicio, los españolistas, además de bárbaros, son malos demócratas. Yo creo, al contrario, que la democracia se ha usado de manera espuria, y que los catalanes, queriendo ser vanguardistas también en esta ocasión, han pecado de brutos, y eso es lo extraño. Lo ideal hubiese sido someter la cuestión a referéndum, y habría ganado el "no a los toros" por razones culturales. Es curioso lo mal y poco que se emplea en España un instrumento muy socorrido en las admiradas y admirables democracias nórdicas. Como cuentan con muy poca población, el referéndum se presta pintiparado para salvaguardar la esencia de la democracia, y Catalunya apenas cuenta con más habitantes que alguna de aquéllas. Entonces habría hablado el pueblo en un asunto cultural, que no político, y nada podría dudarse ni objetarse: victoria de la mayoría. El temor a la democracia, o lo que es igual, el temor a una sorpresa españolista ha envenenado el proceso, ya no democrático, sino politizado, la decisión la ha tomado un Parlament que abusa de la representatividad al emplearla para fines que traicionan su significado -transición no violenta hacia el Estado catalán-, y el resultado obtenido coincide plenamente con el deseado por los partidos independentistas: el aumento de la violencia tan pronto se propague el boicot a los productos catalanes.
No me cabe la menor duda de que hoy Ramoneda ha tenido que pensar mucho su columna, con reserva a lo que iba a decir, sobre todo para defender a Catalunya, pero, seguramente, tras muchos borradores no ha conseguido eliminar la burda demagogia que asomaba en todas sus versiones, y el texto final apesta a incoherencia, a no saber cómo tragarse un sapo podrido y maloliente. Mucho me temo que la democracia no consiste sólo en votar, sino en hacerlo con responsabilidad, lo que significa "atención al riesgo de una decisión", además de presuponer la ausencia de engaño o instrumentalización por parte de las instituciones donde algo se decide, pero ha habido tongo.
Los catalanes, con la prohibición, han sacado, curiosamente, su faz más españolista. Ahora que volvemos a ser todos españoles, bien se abre de nuevo el camino para matarnos unos a otros.
Al tiempo.


Yvs Jacob