domingo, 10 de marzo de 2013

El numerito de la Dolores. Los últimos días de María Dolores de Cospedal

Por mucho que se investigase en fonotecas, videotecas y todo tipo de archivos, no era posible encontrar en la historia reciente de España ninguna comparecencia de un político, aventurero gestor de lo público o mandao que superase el ridículo hecho por Carlos Arias Navarro y su celebérrimo "Españoles, Franco ha muerto", con aquella cara de acelga en blanco y negro y su teatrillo de lágrimas, que tanto más pasa el tiempo como queda la risa. Digo no era posible porque ya lo es, y lo es por el numerito que la Dolores nos ha regalado estos días. En un país serio, dígase normal, que un representante del Estado, como el presidente de una Comunidad Autónoma, compareciese, aunque en calidad de dirigente de un partido político, para admitir que su formación ha cometido irregularidades o que se ha saltado la ley en algún aspecto con la voluntad inequívoca de engañar a la opinión pública supondría su inhabilitación ipso facto y de por vida para ejercer cualesquiera funciones al servicio de la sociedad, su expulsión inmediata de la gestión de los asuntos de los ciudadanos, la pérdida de la confianza ciudadana y del respaldo a la institución que representa. Pero España no es un país serio, ni mucho menos normal, España es sobre todo una anomalía, la historia del país donde los pobres se creyeron ricos y liquidaron su pasado y el futuro de las generaciones más jóvenes es la manifestación de una anomalía. Treinta años de democracia son absolutamente nada, no bastan para construir una mentalidad, o al menos no una tan fuerte como para desplazar a otra profundamente enraizada. Duro es admitirlo, pero respecto de la construcción de una mentalidad, treinta años en libertad son inofensivos frente a cuarenta de firme superstición y culto al garrulo. Esta mentalidad tan española que se resiste a todos los pesticidas es la concepción patrimonial del poder de la derecha, no obstante, cabe insistir, los ridículos treinta años de democracia en España, de los cuales el PP sólo ha gobernado ocho, ni siquiera un tercio, y cuya obra en el progreso social es respecto de la totalidad insignificante. Lo anterior fue una dictadura, y dictador es quien se hace con el gobierno por sus cojones, se hace con el poder por el poder, no por el derecho -que su ley sea arbitraria y obedezca al capricho y que no reconozca otra libertad que la suya son cuestiones posteriores, porque lo de verdad importante es la usurpación de un poder que es de todos y de ninguno. El PP ha proporcionado a la versión española y mediocre de la democracia la figura del gestor amonestador, equivalente a los representantes del Estado -presidentes del gobierno, ministros, gobernadores civiles, funcionarios...- de los tiempos en que el tiranuelo usurpador disponía a su antojo y ordenaba sobre el bien y el mal, y, como garante de la perfecta moralidad y el orden, transmitía de manera descendente su voluntad a unos secuaces que estimaban su audacia en absoluto menor, pues creían haber recibido eso tan peligroso, la verdad, la garantía del orden racional (?), y se arrogaban la virtud necesaria para conservarla -¡esto sí que es una prueba de fe! De aquí a un ministro del PP no hay más que un paso. Escuchar a Sorayita amonestar a los ciudadanos desde la sala de prensa de La Moncloa o al estúpido de Cristóbal Montoro advertir del error en que, según el ministro risitas, caen algunos por crearse una expectativa de vida es algo insoportable, su actitud es mucho más que ridícula, y pasa por alto que en este juego de la política en democracia una ley de mierda se deroga con otra ley de mierda, pasa por alto que la concepción patrimonial del poder no es aceptada ni compartida por los auténticos demócratas, y que el bien y el mal, lo correcto, lo justo y lo adecuado son humanos y accidentales. También entre los amonestadores patéticos se encuentra María Dolores de Cospedal, otro personaje innecesario en el paisaje político español. Hay gente empeñada en creer que hace algún bien o que sirve a alguna obra de gran importancia para la sociedad, a esto se lo conoce como egomanía, una desmedida autoestima propia de personas ridículas que no hacen sino el ridículo y que ni están llamadas a hacer nada ni aportan con su pretendida tarea mucho más. Escuchar una declaración de María Dolores de Cospedal avergüenza a cualquier persona honesta, produce lástima ver a alguien que por pertenecer a la cúpula de un partido político y ser representante del Estado en una democracia -¡en una democracia!- se atribuye competencias morales que ninguna Constitución democrática podría jamas reconocer y asignar a ningún ciudadano; ver una de sus actuaciones donde la mentira lo envuelve todo es un espectáculo grotesco, ni siquiera desesperante, sino triste, como cuando se asiste a una representación teatral con pésimos actores, cuando un solo espectador llega a sufrir todo el dolor de la osadía de la humanidad. Pero es que estos individuos de la derecha en España no comprenden para nada de qué va todo esto, no comprenden que la democracia no necesita de ninguna revolución violenta para mandar a tomar por el culo a sus gestores mediocres, y ni siquiera comprenden lo efímero de su mediocridad, que será superada por la de otros incompetentes -Sorayita, la Dolores, el risitas... ninguno dejará ninguna huella, tan sólo habrán entrado en la pequeña historia de los apestados. No están llamados a salvarnos, no son instrumento de ninguna razón suprema, no tienen ninguna clarividencia extraordinaria, ninguna voluntad trascendente los ha impuesto como gobernantes, son la misma morralla que los ha votado y que los meterá en el baúl. No es fácil ser demócrata, y treinta años no bastan. Esto nos lo enseñó muy temprano la derecha española: la concepción patrimonial del poder significa que cuando el gobierno lo ejercen otros deben ser considerados como ilegítimos gobernantes, usurpadores, y cualquier medio para derrocarlos se presenta como bendecido por la moral, es legítimo. Así, el niño de Santa Pola se hizo con el gobierno, aunque para ello haya tenido que renunciar a su programa electoral para cumplir con su deber. Esta afirmación, de nuevo en un país normal, y sobre todo cuando la situación económica es en el momento de expresarla idéntica o peor a cuando el deber del ahora primer ministro habría debido ser incluido en el programa electoral de su partido, supondría la convocatoria inmediata de elecciones, el relevo a un nuevo incompetente, pero según la concepción patrimonial del poder en la derecha española, 186 diputados son poco menos que el premio a un gobierno a perpetuidad. Igual que la derecha despreció desde el comienzo de la democracia que el gobierno de la nación fuese entregado por los ciudadanos a la izquierda moderada, en la actualidad, toda la izquierda, sobre la cual había recaído en mayor medida la responsabilidad democrática, empieza a contagiarse ese desprecio, y cada día que los aventureros del PP se asoman a cualquier sala de prensa, de tantas mentiras como hay que escuchar, ese desprecio no va sino en aumento, hasta el punto de que ya no se contempla a los gobernantes como tales, se ha roto el vínculo psicológico que unía a gobernantes y gobernados, la competencia de la aceptación por parte del gobernado ha sido vencida o superada por la incompetencia del gobernante. Hermann Heller observó que gobernar significa encontrar obediencia, aceptación o reconocimiento, capacidad para imponer la autoridad, y sería una ingenuidad creer que basta con la violencia por parte de quienes controlan el Estado -la historia muestra que, en efecto, se puede matar a unos miles, pero eso no es ninguna victoria. El PP ha perdido el reconocimiento de su autoridad, ha sido tal su desprecio de la democracia que ha arrastrado a los auténticos demócratas al fango donde sólo unos pocos se revolcaban, ahora todos somos iguales y podemos decir que vivimos entre la misma mierda. Si antes el grito era "no nos representan", aunque de alguna manera se aceptase el juego de la democracia y se reconociese a los legítimos gobernantes, ahora, después de tantas mentiras, hemos llegado a la impunidad en la desobediencia, "no los reconocemos, no tienen nada que ver con nosotros", y todo por la ambición insana de unos miserables aventureros. Admitámoslo de una vez: nunca saldremos de la crisis de manera pacífica, lo peor está por llegar.


Yvs Jacob