sábado, 17 de septiembre de 2011

"Autores en penumbra", otra reflexión vacía sobre la literatura española contemporánea

Leo este reportaje de Winston Manrique Sabogal en Babelia -"Autores en penumbra"-, o casi lo leo por completo, porque al llegar a las citas de Beatriz de Moura comienza a desinteresarme, como me desinteresan las opiniones de los mercaderes de la cultura que se sorprenden al observar que los creadores y sus obras, a menudo tratados como melones en el mercado, no sean tales, sino lo que en realidad son, creadores y obras. El mercado editorial español malvive su propia liquidación porque no produce la cultura española tanto genio como para que cada editorial obtenga su boom del momento, un gran superventas del que pueda afirmarse que es también magnífico e imprescindible autor. Estos ya no existen, nadie se toma ya el tiempo suficiente, nadie lee tanto ya, nadie reflexiona con método ni originalidad en el presente, porque el presente nos ha mal educado a todos en la inmediatez, y tanto las editoriales como los autores pretenden que el genio escribe como se hace una pizza en el horno. Todo esto es un disparate.
Debo decir que el problema actual de la literatura española es más viejo de lo que se sospecha, y no es exclusivo, por supuesto. Quienes todavía leemos, los lectores auténticos, los pacientes lectores, encontramos aquí y allá el motivo del hartazgo. Mi última espiga en el asunto apareció en Point Counter Point, de Aldous Huxley. Uno de sus personajes, lector de originales y obras para una revista literaria, se refiere al montón de supuestos productos de la inteligencia y la sensibilidad sobre su mesa como the Tripe, literalmente, la Basura -la novela se publicó en 1928.
Lo que Beatriz de Moura parece no entender tiene una explicación bien sencilla. ¿Por qué habría de suponerse que a un mercado mayor, a mayor cantidad de lectores, habría de corresponder también mayor número de buenos o mejores escritores y obras? Tal relación se me escapa -hay quienes siguen creyendo en el poder maravilloso de las bolas de billar. ¿Acaso hay alguna relación entre número y sensibilidad? No existe ninguna. ¿Y acaso el público español, si tal expresión merece consideración, ha ganado en capacidad de juicio estético como por milagro? Pero es que ni siquiera la educación dispone para el ejercicio de la literatura, y no me refiero a los patéticos talleres donde un creyente sudamericano padece la ilusión de fabricar intépretes de Jorge Luis Borges. La literatura comienza en la lectura, y la lectura es una actividad que debe independizarse del placer, al menos hasta que el placer pueda ser ligado al esfuerzo de la comprensión y a las posibilidades del lenguaje. Puesto que hoy en día los escritores han dado la espalda a la lengua, quizá demasiado influenciados por las malas traducciones de las obras de autores anglosajones, el mercado editorial se ha llenado de vacío, hasta el punto de no caber absolutamente nada más. (Y las traducciones... tantas veces a cargo de aficionados que dominan un idioma extranjero tanto como desconocen el modo correcto de escribir y de expresarse en castellano). Si al menos tuviesen nuestros escritores el talento para contar historias, rasgo característico del creador literario norteamericano, podría pasarse por alto su desprecio de la lengua, pero es suficiente con tomar un volumen de algún escritor español contemporáneo al azar en una librería para constatar que ni las historias interesan ni sus diálogos son ágiles, vivos, verosímiles. Todo apesta.
Beatriz de Moura se pregunta además cómo puede un autor pasar de moda, perder el favor del público... ¿Será tal vez que una responsable de publicaciones de una editorial no lee los volúmenes de su propio catálogo?
Muchas veces he manifestado mi asombro por la cantidad de museos de arte contemporáneo que se han abierto en los últimos años. Casi cada municipio español cuenta ya con el suyo. La idea es exhibir allí lo que se hace en el presente. Otra cosa es que pueda llamarse a eso arte, sobre lo que tengo demasiadas dudas. Las editoriales son el equivalente a esos espacios desoladores, proyectan al mercado lo que se está escribiendo, pero si se trata o no de literatura, ésa es otra cuestión.
Hace tiempo, envié a Tusquets una versión temprana de Aktion BDM -ruego a los lectores me disculpen si parece que me tomo muy en serio (quede claro que no tengo la menor fe en el valor de excelencia de los editores españoles). Vencido escrupulosamente el tiempo en que la editorial se compromete a dar una respuesta, recibí la terrible carta, el veredicto de la sabiduría: no hay lugar en las colecciones de su catálogo para la obra, pero se me animaba a participar en el premio literario que toda editorial que se precie debe ofrecer. Y así llego al final de esta intrascendente reflexión: digamos que digamos que digamos, los premios literarios. Obsérvese el de la editorial Alfaguara: pensado sin más para la consolidación del grupo PRISA en iberoamérica, y, como todos los demás, cocinado y bien aderezado. Es imposible que un buen autor brote del espeso manto de los originales que se envían a los premios literarios.
Que nadie se deje engañar: las librerías han llegado a ser lo que el mercado ha hecho con todo lo demás -como las tiendas de H&M, espejos de la vulgaridad.
Yo no veo en las editoriales más que a burdos intermediarios, pero ni exclusivos ni mejor cualificados.


Yvs Jacob