miércoles, 24 de marzo de 2010

"El desencanto", de Jaime Chávarri

Debo confesar que uno nunca es lo bastante ignorante. No fue hasta hace muy poco que un gran amigo me habló de la existencia de una obra que ha operado en mí una transformación profunda. Estoy como enganchado a El desencanto, y creo que podría ver ese documento insuperable veinte veces seguidas o más. A lo largo de la reproducción, tuve que deternerlo casi continuamente, porque no daba crédito a tanta realidad como sucedía ante mis ojos. Confieso también no haber leído absolutamente nada de ninguno de los genios de la familia Panero. Conocía, eso sí, la residencia en el cielo de Leopoldo María, lo que se llama "institución médica", y en la cual situaba Chesterton una muestra de los que, en realidad, están fuera. Tal hecho no lo había valorado yo más allá del mito, pero ahora se me ha antojado un hallazgo imprescindible. De los tres hermanos, encontré a Michi el más perjudicado por el aura de la decadencia -¡joder, Michi daba miedo!-, pero aprecié que era Leopoldo María el más leído, y su tesis del loco de la familia como chivo expiatorio de los demás pertenece a David Cooper -The Death of the Family, 1970-, el fundador de la antipsiquiatría y con el que he reído a carcajadas. El discurso de Leopoldo María discurría siempre por un filo, a punto de caer en el vacío del significado, donde no se dicen más que palabras, pero estaba sin duda cuerdo, lo que ponía de manifiesto su insistencia en justificar que no era sino resultado de su pasado, algo incompatible con su pretendida aniquilación del "yo".
Pero nada era más entretenido que el diálogo enloquecido entre Juan Luis y Michi. No pude dejar de preguntarme si no estaría ante un dúo más interesante para la medicina que el sujeto Leopoldo María, cuyos males parecían evidentes. Juan Luis y Michi podrían haber encontrado trabajo, algo tan negado, según sus palabras, a su familia, como artistas especializados en el número del fratricidio en escena, sea por pistola, sea por puñales.
Me inquietó sobremanera el aparato fonador de los tres hermanos, y no menos la cantidad de mierda que Leopoldo María acumulaba entre las uñas -sin duda, otra subversión en relación con su padre, amado por el Régimen. ¿Cómo pudo producir la conjunción Panero-Blanc esas voces? Pero ¿en qué mundo vivían aquellos Panero? ¿Es Astorga una parte de la realidad?
En fin, la película no tiene desperdicio, y entre el basurero del cine español, he encontrado este hongo alucinógeno que espero el mundo sepa disfrutar.


Yvs Jacob