viernes, 28 de mayo de 2010

¿Por qué son tan listos los periodistas (españoles)?

Estoy fascinado por esa enfermedad, el periodismo, la capacidad de algunos seres humanos extraordinarios para conocer y reconocer siempre la verdad (¡ahí es na'!). Escucho la radio, veo la televisión, leo la prensa escrita, navego en la Red, y en todas partes me encuentro con agudísimos periodistas, tanto de derechas como de izquierdas que SABEN lo que todo el mundo tenía que haber hecho y tiene que hacer, lo que todo el mundo ha dejado de hacer o ha hecho mal.
Compruebo además que la enfermedad del periodismo español ha desarrollado la trascendencia, que es la capacidad para AFIRMAR CON CERTEZA lo que piensa todo el mundo, lo que espera todo el mundo, lo que todo el mundo desea..., con sólo atender a lo que el periodista llama "los hechos".
Pero lo que más me impresiona de esa enfermedad española, el periodismo de tertulia, es la esfera de la meta-referencia en que se convierte el periodista (español). El periodista español juzga sobre la justicia mejor que el juez; conoce la historia como no podría hacerlo nunca el historiador; interpreta y organiza la economía por encima del catedrático especialista, y gobierna en la política mejor que cualquier Gobierno. ¡Olé, olé y olé por el periodista español!
El periodista español es la puta hostia, y me pregunto cómo es posible que nuestro país de mierda siga siendo una mierda de país cuando tenemos tantos sabios sentenciando en grupos de ocho, en cada frecuencia, emisión televisiva y franja horaria. ¡A tomar por el culo los licenciados en derecho y en políticas en el Gobierno y en la oposición! ¡Arriba el Gobierno de los periolistos!


Yvs Jacob

martes, 25 de mayo de 2010

Spiderfat! Un superhéroe en tiempos de crisis

No ha sido fácil retratar a Spiderfat. Se trata de un superhéroe muy inquieto que frecuenta el Madrid de los Austrias, donde resuelve gran número de casos a diario. Apenas tuve tiempo de disparar mi cámara réflex cuando aterrizó, recién llegado de una de las terrazas de la Plaza Mayor, donde un turista rubio había despreciado el último pincho, una delgada lámina de ibérico sobre una rebanada de pan en franca solidificación. Spiderfat olió el pincho, y corrió hacia la mesa antes de que el camarero lo retirase. Así lo muestra la imagen, triunfal, satisfecho por un trabajo bien hecho, y, ¡ojo!, nadie desprecie la agilidad de esa mole, un golpe de buche podría dejarlo fuera de combate.
A Spiderfat se lo ha visto en aventuras verdaderamente peligrosas. No es fácil pelearse con dos albóndigas compactas, impenetrables incluso para el punzante mondadientes castellano; no lo es, tampoco, merodear por los bares de bocadillos de calamares, donde un movimiento confuso que sugiriese un adelantamiento en la cola podría suponer la muerte, se lleve o no el prodigioso pijama de Spiderfat. Y tampoco lo es despegar un mejillón que se agarra con la fuerza de la química a su concha, pero Spiderfat te lo apura en un santiamén: todavía no se ha creado nada en un laboratorio que supere a los jugos gástricos y salivales de esta bestia.
He observado a Spiderfat. A menudo se queda parado, detenido, más bien a la sombra, con una pose de arlequín alcoholizado: está descansando. Pero no significa eso que cese su actividad intuitiva. Su estómago se encuentra activo, hay dentro de él un rumor que propaga sus ondas a las inmediaciones de su perímetro torácico, siempre alerta.
Me gusta Spiderfat. A diferencia de los conocidos superhéroes de Hollywood, Spiderfat ha dejado de lado toda sofisticación, más partidario de lo que algunos periodistas culturales llaman "agroglamour". Spiderfat no teme mostrarse con sus defectos, aunque estos no estén a la vista, y tampoco se involucra en situaciones que no pueda solucionar con certerza. Nunca se verá a Spiderfat correr detrás de un ladrón, pero sí puede competir con una viejita que lleve dentro del bolso un tupperware. También lleva Spiderfat dentro de sí un tupperware, su estómago es un recipiente versatilísimo.
Spiderfat es un superhéroe actual, y combate males cotidianos, no a grandes villanos. Spiderfat es un superhéroe del presente: un poco mendigo, siempre hambriento, deforme y perezoso, Spiderfat no es la crisis de un superhéroe, sino un superhéroe en tiempos de crisis, un superhéroe español.
NOTA: Salvemos a Spiderfat -si te encuentras con él, no dejes de echarle una moneda en la hucha de los objetos no comestibles.


Yvs Jacob

jueves, 20 de mayo de 2010

Este verano se lleva la teta subida

El verano ya está aquí, y la teta, prisionera del frío, quiere salir. El pezoncito se ha encaramado a lo alto del sujetador, a punto de arrojarse, precipitarse, ¡qué digo!, a punto de ser proyectado, y a poco que el viandante no esté atento, el pezoncito le atravesará vaya usted a saber qué parte.
Cada verano tengo la impresión de que llega más travieso que el anterior. El verano anterior, el elemento determinante fue el tirante fino, tan fino, que apenas era tirante. Este verano, según parece, como la crisis ha reducido los precios del amplio universo de las teconologías del cuerpo, el sujetador barato no ha dejado, por ello, de ser un buen sujetador. Se introduce así una novedad en relación con la ley económica que establece que los pobres producen los objetos con que podrán fantasear acerca de su riqueza, o lo que es igual, que a los pobres les corresponden objetos pobres, o que nada barato es bueno. Pero se ha roto esa fatalidad obrera, y aquí se presenta la teta veraniega y gallarda, perfeccionada en su redondez, rotunda en su masa abrupta, impositora, aventajada y mandona. Así es la teta.
¡Ay, si es que las mujeres son unas golfas! El hombre, sin embargo, no tiene nada que mostrar, por mucho que el feminismo denuncie el abuso de un mundo falocéntrico.
He observado además que la teta no conoce límites en el horario infantil, que se muestra a cualquier hora del día por las calles, y lo que es más inquietante, a cualquier edad, tan pronto como la teta se hace teta. Me pregunto si nuestros políticos no tendrían que intervernir ante el avance de la imperiosa teta veraniega, si no habrían de llamar a la prudencia, antes de que la teta se salga definitivamente fuera.


Yvs Jacob

martes, 18 de mayo de 2010

A tomar por el culo Paquito González

Pues yo me alegro de que hayan suspendido al tan célebre director de Carrusel Deportivo en la Cadena Ser. No tengo nada contra él, me refiero a nada personal, pero estoy hasta los cojones de los programas de deporte en este país de mierda, y todavía me alegraré más cuando larguen a quien canta los jamones Guijuelo y toda esa mierda, que no tiene gracia ni entretiene, y a mí me sume en una profunda depresión, un estado de aniquiliación cuasi-estalinista cuando por accidente me agrede su gracejo gallego.
Hasta los cojones, como digo, de la atención deportiva española, de su culto al palurdo, al burro, al hortera, y hasta los cojones de quienes pretenden que hay valores positivos que se transmiten en el deporte, cuando el deporte, al menos en el caso del fútbol, ha desaparecido.
He consultado la Red para hacerme una idea precisa de la sanción. Ha sido poco lo que he podido sacar en claro. Según parece, Paco González no quiere hablar mal de la Cadena Ser. Lo comprendo. No obstante, que alguien a quien han echado (?) prefiera guardar silencio invita a pensar que hay mucho que ocultar, y tratándose de "la Ser" no me extrañaría.
Como muchos "oyentes de la Ser", tengo algunas reservas respecto del modo como construye el pensamiento de su grey. Por supuesto, discrepo de su línea más guay, porque encuentro bastante falsorro el ultrarrojismo barato. Pero prefiero esta manipulación, más sana, quizá, a la enfermiza de los medios de comunicación operados por la derecha española.
En fin. Lo que puede afirmarse por el momento es que los deportes no van a cesar, que el mundial de los cojones está a la vuelta de la esquina y que habrá carruseles de los cojones todos los días. ¡Ay, qué va a ser de nosotros!


Yvs Jacob

domingo, 16 de mayo de 2010

¡A sindicarse, hostias!

Trabajadores o no, sindicalistas o no, el Partido Popular sigue con su estrategia de altísima política consistente en llamarnos a todos "gilipollas", y es cierto que puede haber entre nosotros un buen número de ellos. Ya sea por voz propia de esos finos dialécticos que son los populares, o por sus altavoces responsable y democráticamente utilizados, tal es el caso de la siempre inquietante Ana Samboal, o del no menos genial Herman Tertsch -¡peazo periodista!- en el chiringuito de Telemadrid, se carga contra los líderes sindicales, a quienes se llama, de manera ostensible, porque lo cierto es que el Partido Popular no sabe ocultar nada -véase la corrupción que lo devora-, "holgazanes" o "tocapelotas". Es, en efecto, obligación de los líderes sindicales tocar las pelotas, y así sucedió con el acto de apoyo al juez Garzón, que tanto ha escocido, al decirse que con el dinero público que reciben los sindicatos no puede acudir a ningún acto de los que el Partido Popular califica de "anti-democráticos" o "guerracivilistas". La cosa tiene cojones, qué digo, cojonazos, y a quienes tenemos sensibilidad nos pone de muuuy mala hostia.
Yo me declaro, sí, anti-demócrata, porque al Partido Popular y a sus borregos habría que encerrarlos en un corral, y reservar la democracia para los hombres de bien que quedaremos fuera. Y en cuanto al "guerracivilismo", también me entran ganas de comenzar una guerra civil, sobre todo porque no puede tolerarse que los auténticos guerracivilistas, los peperos ultraliberales, persistan impunes en su provocación.
Puesto que parte del problema, aunque no el problema de fondo, es, una vez más, el dinero público, el cual prefiere saquear el Partido Popular antes que invertirlo como manda el sentido común, debería ponerse en marcha una campaña agresiva de sindicación en esta mierda de país. Con menos de dos millones de afiliados es fácil que el Partido Popular se ría de los trabajadores españoles, pero si en lugar de dos fuésemos veinte millones, entonces esos sinvergüenzas podrían ponerse a rezar lo que sus catolicísimas mamás les hubieran enseñado, porque si cada trabajador perteneciera a un sindicato, como obliga la razón, entonces comprenderían de qué lado está la fuerza.
Hay que superar de una puta vez dos ideas: 1) que sindicarse no sirve para nada y 2) que hacerlo es un acto moral reprobable. Sindicarse sí sirve para algo, joder, claro que sirve, porque los hombres no pueden confiar alegremente su vida a otros, sobre los que reposa la bondad cristiana por el hecho de que ofrecen trabajo a otros. Esto es una puta patraña. En segundo lugar, sindicarse no está mal, no es como robar el bolso a una abuelita. Esta perspectiva moral enferma introducida por el pensamiento conservador ha calado bien entre los gilipollas, me refiero a esos trabajadores cobardes e incompetentes a quienes hay que gritar: ¡a sindicarse, hostias!


Yvs Jacob

martes, 11 de mayo de 2010

A "la Espe" la descontextualizan mucho, a la pobre, fíjate

A mí lo de "la Espe" descontextualizada me tiene yo no sé, como tocao, porque no está bien que a uno/a lo/a descontextualicen. Ella dice que la descontextualizan mucho, pero, no sé, a lo mejor es que la pobre tampoco se contextualiza mucho, o que no está en absoluto contextualizada. Lo que sí sabemos es que no está nada textualizada, y eso que sus papás la enviaron a la única Corte de Europa, donde ella dice que aprendió inglés, que, mira, quieras que no, algo es algo. Lo que no ha quedao claro todavía es dónde aprendió a ser liberal, a ser liberal a la manera como lo es "la Espe", que eso es muuuy difícil de aprender. Quizá "la Espe" ya nació liberal al modo como lo es "la Espe", y todo puede ser -yo, por ejemplo, nací chatarrero, aunque a veces me da por cosas de políticas, y no me lo explico, la verdad.
Pero, cuando se tienen tantas cosas que decir y que aportar al mundo como tiene "la Espe", desde luego que es una faena que la descontextualicen a una. ¡Es que no puede ser que la descontextualicen tanto, que no! A mí la cosa me da mucha penita.
Siendo como es "la Espe" Presidenta de una Comunidad en ruinas, yo quiero aquí partir una lanza y lo que haga falta, y abro, pues, esta entrada para la firma de todos aquellos que se quieran sumar a la siguiente iniciativa: PEDIR A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN QUE A "LA ESPE" NOS LA CONTEXTUALICEN BIEN CONTEXTUALIZADA, COÑO, QUE NO PUEDE IR POR AHÍ TODA DESCONTEXTUALIZADA PERDÍA.
Y que así sea.

NOTA: Por favor, intelectuales, abstenerse.


Yvs Jacob

jueves, 6 de mayo de 2010

Lost

Me he metío pal cuerpo una serie entera, Lost, y quisiera comentar un aspecto que, después de consultar tantos y tantos blogs, nadie ha observado: lo que puede llamarse "la red vial de la isla".
Que el hombre abra caminos no es en absoluto un mérito que deba comentarse en la actualidad; tampoco lo es su afición al paseo, pero lo que tiene de verdad cojones en Lost es el modo como los personajes se encuentran en un paraje que los guionistas se empeñan en construir según un modelo selvático. No sé si es necesario que yo insista en el significado de la selva. La selva es el lugar de la alerta, de lo oculto, de la sorpresa, de lo inesperado: la selva es el misterio.
Se me perdone tomarme a mí mismo como elemento paralelo en la exposición del fenómeno del tránsito por la isla. Diré que es extraño que coincida con alguno de mis vecinos en la escalera, y ello no obstante ser el edificio de cinco plantas y con cuatro puertas por piso. Lo cierto es que sólo alguna que otra vez por semana tengo que fingir la simpatía obligada por el civismo. Añado que tampoco es muy frecuente el encuentro espontáneo con algún amigo en las calles de Madrid, a pesar de que solemos exhibirnos en los mismos complejos del buen rollo.
En Lost, la frondosidad de la selva no es en absoluto un inconveniente para seguir el rastro de animales, localizar a otros humanos o recuperar objetos que el espectador ya creía perdidos. Un personaje de Lost es capaz de aseverar minuciosas informaciones con tan sólo oliscar una lata olvidada de berberechos. Me considero lo bastante educado en la ficción como para no sorprenderme por semejante destreza.
Lo que es digno de asombro en Lost, no obstante, refiere a los encuentros personales. Así, uno puede caminar por la selva mal señalizada y toparse con un grupo entero en movimiento. Otro ejemplo de contacto se inicia cuando un personaje informa a un compañero dónde se halla un tercero. Entonces se emprende la marcha, y el esforzado buscador no lo hace sin apartar de su cara hojas gigantes y ramas, todo para que asome rodeando un árbol ése a quien se buscaba. Así de sencillo.
Estos garbeos por la isla chocan, sin embargo, con un fenómeno también habitual: la introducción del lugar desconocido. En Lost, a menudo un personaje dice a otro: "ven, te enseñaré algo", y siempre hay algo nuevo que enseñar, un lugar donde no se había estado antes. ¡Ay! Pero supongo que no debe de ser eso lo peor de la serie.
Personalmente, estoy deseando que acabe, los continuos giros de tuerca me tocan un poco los cojones, y lo que quiero es que pase lo que tenga que pasar, y punto.
Sé que muchos habéis visto la serie y vivís en delirio por comprender los muchos significados que los guionistas han depositado en cada detalle. A mí, todo eso me la trae bien floja; no tengo el menor interés de esforzarme en comprender por qué un personaje llamado John Locke tiene que vincularse a un filósofo inglés del siglo XVII. No obstante, si alguno de vosotros quisiera liberarme de la siempre desagradable tarea de pensar por mí mismo, le ruego lo haga, y me dirija hacia las fuentes que desvelan la proeza de tan soberbia ficción.


Yvs Jacob

miércoles, 5 de mayo de 2010

A la Pantoja, ¡que no me la toquen!

Otro icono que se nos va.
¿Qué hay más español que una tonadillera casada con un torero? Y eso no es todo. ¿Qué puede haber más español que un alcalde corrupto que gobernase Marbella como militante del Grupo Independiente Liberal -¡madre del Amor Hermoso, el GIL!-, creado por un presidente del Atlético de Madrid que había pasado antes por la cárcel tras probarse que era un peligro para los negocios? No, amigos, no podemos consentir que la justicia se cebe con nuestros iconos, España no sería la misma con la Pantoja en prisión, y ya se me encoge el alma cuando la veo arriba y abajo por los juzgados, ¡ella que lo ha tenío to'!
Porque nos estamos quedando sin folclóricas, sin tonadilleras, ellas que son para nuestra cultura ibérica lo que el lince para nuestra naturaleza, y cuando vayamos a poner remedio, cuando ya nadie sepa gritar al oído lo muy horteras que hemos sido en esta tierra, entonces lo lamentaremos, ya sin remedio.
Allí donde había unos coches de choque, allí estuvo siempre la Pantoja; y en la ferias, ¿quién no se ha comido un algodón dulce torturado por un altavoz atronador donde berreaba la Pantoja? ¿Y quién no se ha detenido en alguna gasolinera de carretera secundaria que no se haya topado con un armarito cerrado por candado que no dejase ver, entre lo más selecto de las grabaciones en cassette, una cinta de la Pantoja? Yo he visto a la Pantoja en sitios donde no hay valor para poner la bandera de España, y eso ya dice mucho de sus privilegios, y del respeto que todos le debemos.
Es cierto que los españoles le hemos dado nuestro amor y que ella, a cambio, nos ha dado a Paquirrín, pero no lo es menos que del torero se vengó una cornada hegeliana, y, para mí, ya es bastante actividad por parte de una justicia cósmica remolona.
Así que, amigos, os animo a que os manifestéis, os animo a que no escondáis vuestro amor por nuestras cosas, y os pido que permanezcáis al lado de la última tonadillera que nos queda, os animo a que seáis patriotas.
Por España, ¡arriba la Pantoja!


Yvs Jacob

martes, 4 de mayo de 2010

Nick, Gordon y David

Nada es lo que era, y en ningua parte.
Complacido en la desgracia ajena, sobre todo cuando afecta al soberbio inglés, aprecio que la política es igual de mediocre en la tierra que se vanagloria de haberla desarrollado más que ninguna. A diferencia de la gran mayoría de españoles, mi estupidez nunca se ha encontrado con la frustración específica de desear no haber nacido donde se haya dado el caso de nacer, y es así que me alegro de no tener que votar en el Reino Unido, al menos tanto como me alegro de tener que hacerlo en España, donde mi desprecio por el Partido Popular casi me arrebata la razón para dirigirme como autómata hacia la urna, y ejercer en ella mi poder de destrucción, porque hoy nos conformamos con muy poco los apasionados demócratas.
Pero admito que todavía es mucho lo que debemos aprender de los ingleses. A mí me seduce el mundo inglés de la era Carrington -siempre me he sentido muy cómodo entre la cobardía burguesa-, e incluso podría retroceder con mi fantasía hasta Jane Austen, si no fuera porque a mi cuerpo defectuoso no le sientan nada bien los leotardos. Lo que yo admiro del mundo inglés es su obsesión por la apariencia, esa gozosa hipocresía reglamentaria que sustituye a la imposición violenta del orden. Si Gran Bretaña ha tenido un imperio, ello se debe a su comprensión del carácter republicano romano: la fuerza del carácter y la tiranía de la costumbre, en eso consiste la patria.
Como no podía ser de otra manera, los debates televisados de la campaña electoral británica me han divertido en los gestos. En primer lugar, se aprecia lo mucho que la cultura británica ha sido pervertida por la más bárbara de los queridos parientes de ultramar, y en este sentido, siempre tengo que alinearme con la tozudez francesa, que no duda en neutralizar todo lo que considera una agresión a su originalidad, tal vez porque las diferencias sí importan, en un mundo que, de tan guay, ya apesta; y porque no siempre triunfa lo mejor, aunque no deje ninguna alternativa.
En segundo lugar, ha llamado poderosamente mi atención el modo como los candidatos se trataban, sin apenas mirarse, despreciándose elitista y rotundamente, aunque se dirigiesen unos a otros por su nombre de pila, un requisito de patética mercadotecnia. Este detalle lo encuentro incluso cómico, y espero que no triunfe. Ya sólo nos faltaba para hundirnos definitivamente en la mediocridad nacional que nuestros candidatos se interpelasen "Mariano" y "José Luis", lo que sonaría más a dúo cómico que a otra cosa.
Un tercer aspecto de gratitud se debe al batacazo de Gordon Brown cuando quiso "bajar al pueblo", "acercarse al hombre (o mujer) de la calle", comoquiera que esos cerebros secos de la imagen lo llamen. Brown confesó abiertamente lo que hasta muchos ciudadanos "de a pie" pensamos: que la campaña electoral desata la capacidad humana para la capullada, y que, en realidad, aunque Lenin hiciese parte del Gobierno a las cocineras, la política, incluso en democracia, es algo bastante alejado del pueblo, al que sólo le importa lo suyo, y no concibe, de hecho, que pueda haber algo más.


Yvs Jacob

sábado, 1 de mayo de 2010

Los chinos y el Día del Trabajo

China tiene de comunista lo que yo de gondolera. "A tomar por el culo el Día del Trabajo" ha debido de ser la consigna este Primero de Mayo para esos colonos que el espíritu de Mao ha instalado en España, y el paseante siempre perplejo se ha encontrado todos los establecimientos orientales llenos de desesperados que no sabían qué hacer, sino comprar, el día en que cierra todo lo demás -¡hasta El Corte Inglés, me cago en diez!
La China ya no es lo que era, si es que alguna vez fue algo. Yo ya no tengo paciencia ni tolerancia para el buen rollo hacia lo chino; sus locales me parecen un clímax del espanto, aunque uno de intensidad improbable, hasta ahora, de tan largo como está siendo su imperio; sus productos son una burla, y su concepto del empleo, una nueva forma de esclavitud. Es sin duda esto último lo peor, algo a lo que la sociedad occidental, tan sensiblera cuando le tocan las ballenas y los abalorios de algunas culturillas, no parece ofrecer ninguna resistencia, todo por el beneficio impúdico de comprar albóndigas y cigarrillos a las 12 de la noche.
En cuanto al Día del Trabajo, el único día que este asqueroso mundo occidental se ha concedido para sí mismo, quiero recordar algo que sólo en un liberal honesto como J. K. Galbraith he encontrado. Galbraith era liberal, como lo son todos los norteamericanos, pero tenía algunas dudas de que el mundo pueda funcionar bien con una sima tan profunda como es la desigualdad. Pero la lección de Galbraith es otra: el mundo siempre ha sido pobre, así de sencillo. Y tenía razón. La revolución tecnológica del siglo XX no ha combatido la pobreza. En el pasado, el mundo era pobre porque la técnica no había conocido grandes avances que pudieran ser aplicados al bienestar; y en el presente, el mundo es pobre porque su población se divide en dos grupos: los gilipollas y los hijos de puta, y por más gilipollas que hay, y la verdad es que somos mayoría, más hijos de puta son los hijos de puta, y así no vamos a ninguna parte.
El Día del Trabajo es el día que tenemos los gilipollas para pensar que el trabajo es una mierda, para pensar que somos unos miserables, aunque regocijándonos ese día por serlo un poco menos, o de otra manera. Pero aquí llegan los simpáticos hombrecillos amarillos de pies pequeños y uñas largas y se pasan por el forro de sus liliputienses espitas nuestro derecho a la pereza. Lo que tiene más gracia es sin duda que muchos gilipollas poco previsores han podido llenar sus barrigas, han podido comprar maletas y lucir nuevos y originales peinados en su día de fiesta, mientras unos seres extraños, procedentes de un país que ha gustado llamarse "comunista", se afianzan ante los ojos del admirado paseante como auténticos extraterrestres, ya no humanos, y la cosa da bastante miedo.
Hablando de miedo... Tuve la ocasión anoche de ver a Mario Conde en Intereconomía... Creo que la práctica del suicidio colectivo está muy desprestigiada. Los mensajes de apoyo que intrépidos lingüistas nocturnos le enviaban se añadían dolorosamente a la película de terror que el antes superbanquero prodiga por nuevos escenarios, y con el convencimiento de que estamos todos locos, me fui a la camita bastante acojonao. Yo ya no sé qué puede pasar..., pero así no podemos continuar.


Yvs Jacob