martes, 1 de diciembre de 2009

Leire Pajín ya tiene balancín

Que la Cámara Alta es una sinecura inútil, improductiva, queda claro cuando se aprecia la prisa que tienen algunos para ganarse una de sus cómodas poltronas. Por mucho que lo nieguen los políticos que allí se rascan la pelotada, el Senado NO VALE PARA NADA, salvo para justificar los salarios de quienes han hecho de su vida un itinerario al servicio de lo público (?), y para quienes ha reservado el Estado constitucional un reconocimiento final a su generosidad, ejemplar altruismo.
La suerte de los políticos españoles, aunque diversa, puede dividirse en dos signos: en la derecha, la empresa privada -se trata de los biempagaos-, y en la izquierda, principalmente, el Senado. Lo cierto es, sin embargo, que la derecha ocupa más poltronas que la izquierda, siempre por esa versatilidad acomodaticia que tienen sus adeptos. No es exactamente un cementerio de elefantes el Senado, aunque más de un cadáver en avanzada descomposición recibe un anticipo de jubilación con su acta, que no con su presencia, y menos aún, servicio.
La realidad es que ni la Cámara Alta ni la Cámara Baja sirven para mucho. Una reforma de ambas es urgente desde tiempo atrás; movilidad, actividad, espontaneidad, inmediatez... Todo se echa en falta en ellas.
En cuanto a Leire Pajín, es evidente que el PSOE sólo ha buscado garantizar su salario, algo que nos entristece a quienes "pensamos en socialista". Resulta poco alentador para la ciudadanía que, cualquiera que sea el signo de los políticos, sea compartida la depravación impúdica propia de esa estrategia que opera en la mente de quienes prestan, según lo entienden, un servicio para el pueblo: para lo que hacen, lo que cobran no es suficiente.
¡Qué asco!


Yvs Jacob

La música es empleo, que no cultura

La protesta contra la piratería en la música se ha socializado, y si antes se movilizaban (?) los artistas (?) en contra de quienes se beneficiaban de su talento (?), ahora lo hacen los simples trabajadores para defender, sin más, su empleo. El hecho exige de mí alguna profundidad.
No he visto, por el momento, al ejército de licenciados en letras de este país manifestarse en defensa de sus empleos de risa -correctores, traductores, editores...-, ni he visto a los vendedores de instrumentos musicales, muchos de ellos arruinados, protestar ante la Casa de la Villa; como tampoco a los comerciantes de materiales artísticos, mercado muy presente antes en Madrid, por cierto, y ahora en vías de extinción...
La cultura, y los empleos a ella asociados, no sólo sufren los caprichos de la situación económica, pues además es afectada por las continuas transformaciones que caracterizan en todo momento al presente -la tecnología principalmente-.
La música, como cualquier actividad productiva, no ha escapado a lo que Karl Marx llamaba crisis de sobreproducción: mejores y más medios, más música y peor. En un idioma que se pueda entender, sobreproducción en el arte (?) significa que ya hay demasiada mierda como para que el mercado la asuma, la encauce en la distribución que conduce a su venta y a su consumo ultra-rápido, de lo cual resultará el nuevo apetito que reclamará otro nuevo vaciado del alma.
Internet está funcionando como un poderoso desatascador de mierda. Asumido que el 90% de la producción musical es mierda, innegablemente mierda, porque sería imposible que en un mundo de mediocridad se concentrase el talento en un solo ámbito, Internet no hace sino garantizar la distribución hacia un número siempre creciente de consumidores, algo sólo soñado por la mierda de antes, en la era del monopolio. Quizá no les falte razón a quienes defienden su mierda, pero tampoco estaría mal que el Estado nos protegiera de ella -¿podría volver la censura? No es necesario: se domina mejor con la propaganda; y ¡qué es el entretenimiento sino contención!-.
Socializar la queja contra la piratería, buscar el reconocimiento en la masa de que lo importante no es el arte, no la cultura, sino el empleo de los trabajadores parece una manera muy audaz de proteger un negocio con el que algunos se han hecho infinitamente ricos. Sin embargo, apelaciones a la solidaridad en el siglo XXI, el siglo cuya corrupción sólo será superada por la del siguiente, y en adelante, no tienen mucho sentido. Queda, pues, reírse otra vez de papa-Estado, solicitar de él, por lo tanto, que ejerza esa solidaridad con leyes que protejan las actividades que enriquecen mucho a unos pocos y son el pan de otros. Pero si el Estado hace cumplir la ley antisaqueo en Internet, entonces morirá esa tímida felicidad que tantos pobres han disfrutado con el agujero del sistema, y es legítimo dudar de que a un Gobierno le resulte conveniente derribar las barreras de contención -aun cuando ilegales- del vulgo, esclavo-ciudadano de quienes insaciablemente quieren más.
¡Ay, Internet! Yo te amo por encima de todas las cosas... (O de casi todas).


Yvs Jacobs