jueves, 9 de julio de 2009

La elegancia no os sienta tan bien

Hubo un tiempo en que, sino toda, gran parte de España, al menos, era de izquierdas. Esto significaba entonces que se aceptaba la democracia como solución a los problemas milenarios de la convivencia en sociedad y que la ciudadanía ansiaba libertades más allá de lo que se conocía como auténtica libertad. En particular, la sociedad española quería convertirse en lo que actualmente es: una mierda invertebrada. No faltó quien pronto se hiciera de derechas, o que regresara al conjunto menos sofisticado de la libertad. Gobernaba por entonces el PSOE, y casi llegó a parecer que iba a gobernar por siempre. El PSOE de entonces no se parecía mucho al actual. Aquélla era una izquierda un tanto bárbara, ignorante todavía de los rigores del procedimentalismo y con gran capacidad de improvisación. No se le pueden negar al PSOE buenas intenciones, antes y ahora también, pero aquel PSOE, el de Felipe González, contaba todavía con la energía de la respuesta y del acto. Las sesiones parlamentarias eran lo bastante tensas como para que el odio hiciera su recorrido de ida y vuelta de un lado a otro. Pero hoy se acepta la elegancia como animal de compañía, y se filtra tanto el mensaje, se lo tamiza con tanta finura que sale al final demasiado desmejorado, casi una disculpa, antes que la correspondiente agresión. Y a la derecha española, a la cual la elegancia le importa los cojones -ellos ya tienen dinero...-, las buenas palabras de sus adversarios políticos le hacen el mayor favor electoral, porque a los ojos de la ciudadanía española, esa gran inculta, las personas educadas no son aptas para el gobierno de nada, y las personas buenas, menos.


Yvs Jacob

Niño listo, mundo tonto

Qué interesante episodio ha ofrecido uno de los programas de la televisión en España. La verdad es que no sé si reírme o echarme a llorar... otra vez. A menudo aparecen individuos en el universo televisivo español, pero también en el más amplio, el cultural, que hacen un daño sin solución conocida má allá de la muerte. A este universo acceden no sólo presentadores de televisión o actores más o menos domesticados en la burrada hablada, sino, además, supuestos artistas, críticos, comentaristas, pestilentes fosas de la erudición... Se trata en realidad de gente que ha realizado el sueño de gran parte de la humanidad: cobrar mucho dinero por hacer muy poco; ser el que uno es, o uno muy parecido, sin otro esfuerzo que soportar las sesiones de maquillaje contra el brillo. Es incuestionable su principio de economía. Sin embargo, la sociedad, si existiera, debería ponerles las cosas algo más difíciles; no porque obtengan beneficios, sino porque su existencia deteriora la dignidad humana al servirse tan descaradamente de la estupidez de la masa sobrealimentada.
Qué puede decirse del tal Risto Mejide... El personaje que representa, el cual ya desearía poder alcanzar, incluso cuando es despreciable, se sitúa más allá del bien y del mal, en el origen mismo de la ley para decidir, como si algún poder maravilloso le hubiera sido concedido a él, un poder superior al mal gusto de su modernidad, un poder a él, la inteligencia del ladrido.
Risto Mejide, la ley, es también el estilo; como crítico, no opina, construye, sentencia, destruye, y la gente lo aplaude desde su salón mientras desea su chaqueta, su pelo, sus gafas... Pero no es el único individuo de su especie... La jungla televisiva los cría, ¡ay!, en cautividad; mucho depende de ellos...

La hostia, ¿hasta cuándo vais a seguir siendo tan pobres? ¡Despertad, bastardos, despertad!


Yvs Jacob