viernes, 31 de diciembre de 2010

Candidatos a La Moncloa, no más de dos legislaturas

La semana pasada se participó a la sociedad española que José Luis Rodríguez Zapatero ya había tomado la decisión en cuanto a ser candidato o no a las próximas elecciones generales, aunque el resultado de su deliberación no se haría público, lo que se comprende fácilmente.
También yo he tomado una decisión respecto del candidato del PSOE; sin duda, la más acertada. Creo que entre las modificaciones que caben en el sacrosanto texto comunitario de los españoles, la Constitución, dos serían de la mayor urgencia. En primer lugar, algo hay que hacer con el Senado, que sólo se justifica como coartada para lucrarse a costa del erario público -debo decir que modificar esta cámara, dotarla de utilidad política, lo único que justifica la existencia de una institución del Estado, podría causar un choque emocional severo en la sociedad española debido a su analfabetismo republicano. En segundo lugar, cuántas legislaturas puede agotar un mismo individuo en el gobierno, así como cuántas veces podría ser alguien candidato, debería limitarse a dos, nomás.
En la sociedad de masas -por cierto que en los admirados países escandinavos no existe propiamente "la masa"-, candidatos sobran, y es más democrática la sociedad cuantos más individuos pueden ser candidatos. Rodríguez Zapatero, a diferencia de los habituales líderes de la derecha, que interpretan su elección como una sanción divina a su excelencia, sanción para la cual emplea Dios la argucia de la democracia -¡jájaja, es que estos tíos de la derecha son la polla!-, ha dicho en alguna ocasión que, si no cualquiera, muchas personas son aptas para el gobierno. Así lo creo yo, ya sea porque un gobierno en España gobierna bien poco, o porque gobernar, si se observa a "la Espe", es una tarea que deja mucho tiempo para pasarlo la mar de bien.
Luego sólo resta confirmar que, en efecto, Rodríguez Zapatero no será de nuevo candidato.
Insisto sobre la originalidad de mi propuesta, que no sólo afecta a quienes gobiernan, sino, además, a quienes lo intentan. Tras escuchar los discursos cargados de odio del nuevo President de la Generalitat de Catalunya, nada más acertado que alejar de cualquier parcela del poder a los hombres frustrados -suelen ser una generosa fuente de estupidez.


Yvs Jacob

jueves, 30 de diciembre de 2010

Miguel Sebastián, tonto por Navidad

Tiene Miguel Sebastián una de esas caras en las que no gusta entretenerse, una cara inquietante en la que cuesta depositar alguna confianza. Como quiera que sea, alguien le ha confiado un ministerio, y parece que cumple el requisito mínimo para acceder a un cargo de responsabilidad pública en España: ser un analfabeto moral.
Después de la última sebastianada -afirmar que la subida de la luz no será más de lo que vale un café-, he querido recordar el patrimonio personal de los ministros que se hizo público meses atrás. Puede que me equivoque, pero creo que Cristina Garmendia y Miguel Sebastián eran los ricos del Gabinete. Ser rico y de izquierdas no es nada fácil -en el caso de Garmendia, por ejemplo, imposible, tenía demasiada elegancia; quiero decir con ello que de izquierdas de verdad son los muertos de hambre, y yo, claro, y no hablo de la izquierda de la izquierda ni de otras ficciones sigloveintiuno.
Cuando uno es rico, o algo riquín, como mucho, uno llega a ser pequeñoburgués, la especie indeseable del materialismo histórico, en la cual no falta, por cierto, la simpatía por las clases inferiores, si bien, respecto de las acciones a su favor, el pequeñoburgués sólo hace lo poco a su alcance. Más o menos, así pensará Sebastián, para quien ya es bastante soportar la dirección del Ministerio de Industria, de la cual es seguro que los españoles estamos obteniendo incuestionables beneficios.
Pero sucede en la política española algo que no cabe comparar con ningún otro Estado occidental. Por ejemplo, ahí tenemos a "la Espe" amonestando a los periodistas, pidiéndoles que les "entren las cosas en la cabecita", cuando le hacen preguntas incómodas, o a Miguel Sebastián frivolizando por un euro arriba o abajo. Y esta es la suerte de representantes estúpidos de la estúpida ciudadanía española.
Hay que decir al amigo Sebastián que un euro de menos, cuando son muchos euros menos los que gran parte de la ciudadanía puede gastar que los que él tiene, es continuar horadando el pozo del desánimo. Y debe conocer este inventivo ministro los desafíos para el ingenio que afronta gran parte del pueblo ruinoso al que representa en cuanto al ahorro "en familia".
Probado como está que nos gobiernan los fondos de inversión, los mercados, podría ser buena la ocasión para que Sebastián regresase a casa por Navidad; dialécticos es lo menos que necesitamos en este tiempo.
Aprovecho para denunciar la usura que sufre mi cuenta en Caja Madrid cada mes que Rodrigo de Rato me sustrae graciosamente un euro por no tener nunca en ella más de mil, lo que sucede en mi caso todos los meses desde hace muchos años.
¡Vaya, otro café que tampoco podré tomarme!


Yvs Jacob

martes, 28 de diciembre de 2010

El Partido Popular liquida la democracia española

No era complicado.
Lo que en España se entiende por democracia no es más que el derecho, reconocido a los tontos, al voto en todo tipo de elecciones. Esta acepción de la democracia es la que mejor conviene a los intereses del Partido Popular, para el cual, sus votantes son unos burros, y los demás, imbéciles directamente.
Como es muy del gusto de los españoles que todas las cosas sean cualquier cosa, el Partido Popular, donde abundan los hombres y mujeres geniales, explota las dotes de la prestidigitación, y a los ojos de los burros convierte aquello que es, un delito, en una victoria sobre la justicia: si ha prescrito, un delito no cometido.
Pero, además de los burros que votan al Partido Popular, existen los imbéciles, ante los ojos de los cuales, ¡ay!, un delito hace a uno delincuente, y Carlos Fabra, que ha debido de cometer más delitos que no-delitos en su vida, aparece como un delincuente de mucho cuidado.
Aunque la prescripción no elimina el delito, sino la ocasión de una sociedad para castigar al delincuente, el Partido Popular celebra que el juez haya rebajado el peso de la causa como si nunca se hubiesen cometido los delitos, y se adentra en un mal camino, sobre todo si se considera, como yo lo creo, que la raza española desconoce cualquier asomo de honor, utilísima virtud para la vida en sociedad. Que un partido político celebre que uno de sus miembros más destacados ha conseguido burlar durante años a la justicia hasta la prescripción de sus delitos es sin duda el punto y final de la democracia.
Una democracia de verdad, a diferencia de la española, que es una democracia de mentira, sólo puede darse cuando existe una sociedad vigilante, una sociedad que cuenta con medios adecuados para detectar, detener y corregir los defectos de aquellos cuyo ingenio supera las reglas del juego que todos los hombres se dan para formar parte de una sociedad en igualdad de condiciones. Así que cabe concluir lo muy imbéciles que son todos los españoles, que han dejado libre a un delincuente por falta de coraje democrático.
Y qué decir de esos formidables jueces españoles, incapaces y temerosos de afrontar determinados casos. Si no se está dispuesto a aceptar el riesgo que conlleva el ejercicio de determinadas funciones al servicio de la sociedad, lo mejor que pueden hacer los españoles es dedicarse a la jardinería y a perforarse los agujeros de la nariz y del culo.


Yvs Jacob

viernes, 24 de diciembre de 2010

Mariano Rajoy, 364 días al año de insolidaridad

La Navidad es todavía más terrible cuando quienes juegan a ser políticos en España se contagian del patético sentimiento de la felicidad patética. Que el disparate no conoce límites ni pudores ha podido confirmarse con el villancico rociero que interpretaron los siempre desenvueltos políticos andaluces en el Parlamento regional, y en momentos así, el observador desapasionado y neutral desearía vivir en un pueblo que acumulase menos originalidades, menos "pueblo", cuando no una legislación severa contra los espectáculos que dañan directamente en el alma todavía no boba.
Los creativos del Partido Popular se empeñan en hacer un gran líder donde no hay nada que hacer, y envían a Mariano Rajoy a un comedor social por Navidad, la tercera ¡y consecutiva!, sin que nadie consiga apreciar nada favorable en ese gesto para la causa de la derecha española. Ver a Mariano con la hachilla de cocina castigando un muslo de pollo es sin duda una ocurrencia muy poco solidaria fuera de los profesoniales del humor, porque otros sentimientos sepultan por completo cualquier mínima conmoción que esa virilidad en los fogones pudiese producir en el público de noticias por televisión.
Pero deténgase la conciencia en unas palabras del gran líder de la derecha española, palabras que animaban a sus votantes, militantes y simpatizantes a hacer un gesto de caridad en estas fechas en que el mundo descubre -y tan pronto olvida- que todo es una mierda. Aunque el término "mentalidad" me produce escozor en la razón más poética, creo oportuno vincular esas palabras de Rajoy con lo que puede llamarse "el carácter conservador", una peculiar manera de entender el mundo, y responsable de la maravillosa humanidad que se complace de sí misma en estos días de celebración de su gran ficción: Dios, que, para todos aquellos que ya no lo recuerden, significa "amor entre los hombres".
Las obras de caridad, ya se refieran como "acciones solidarias" o no, buscan una suerte de perdón social. Como es Navidad, ¿quién dejaría escapar la ocasión para exhibirse de la mentira? Así, Mariano ejerce de papa -¡a lo que nos obliga la nueva ortografía!- que llama a sus huestes de pecadores a limpiar el historial de males que es cada cual, e ingenuamente desea que una sola acción equilibre la pésima imagen que los demás -quienes no votan a la derecha- puedan tener de los que adoran a "la Espe" y a Rouco. Pero no basta.
No hace demasiado supo toda España lo bien pagado que era el líder del Partido Popular, míster hachuela para el pollo, el terror de los muslitos. Creo que el mejor ejemplo lo daría, no acudiendo a un comedor con una cámara de televisión para que asista la audiencia a la expiación de sus males en la política, sino colaborando en aquello en que se juega la suerte de todo el pueblo español, o lo que es igual, librándonos de la estupidez que todo lo enturbia los restantes 364 días al año.


Yvs Jacob

lunes, 20 de diciembre de 2010

La extrema gilipollez de Artur Mas

El espectro de las ideologías discurre de la extrema derecha a la extrema izquierda. Que comience en la extrema derecha se debe a que los hombres siempre han querido resolver, desde el origen de los tiempos, el problema igualdad/diferencia, el problema de lo propio y lo ajeno, y la ideología más eficaz en el combate con lo extraño ha sido, cronológicamente, la extrema derecha, la que con más claridad ha construido el concepto de lo autóctono y ha acometido su defensa. Pero interesa observar que, además de los extremos mencionados, existe otra posición también extrema, si bien de carácter transideológico, la extrema gilipollez. Para su comprensión, voy a tomar como ejemplo a su último y más pujante predicador, Artur Mas.
Sucede con los tontos aquello que decía Ortega -y por el Dios de Rouco que mucho me molesta citar a Ortega (y Gasset)-, esto es: que no sabe uno por dónde van a salir. Pero he aquí un tonto con poca capacidad para la sorpresa. Recientes declaraciones de Artur Mas nos previenen de la gran tontería que se pone en marcha con la nueva andadura de CiU en el gobierno de la Generalitat de Catalunya.
¡Tonto va!
Quiero llamar la atención en particular sobre el concepto de democracia defendido por Artur Mas, y que sólo es posible en un pueblo analfabeto, y debe entenderse que el catalán, como parte del español, también lo es. Según palabras de Artur Mas, los demócratas no deben temer las consecuencias de una decisión adoptada en democracia, y ello en referencia a la tan gastada autodeterminación, que muchos politiquillos atribuyen sólo a una parte de la población, como si la otra, la mayoría, no fuese también "auto" y no tuviese algo que decir sobre sí misma.
La democracia es la forma de gobierno más justa, al menos así se acepta comúnmente, y lo es por el carácter no arbitrario de sus leyes, por la igualdad expresada en la misma ley. Pero la democracia es algo más que igualdad ante la ley: es, especialmente, decisión sobre todos los asuntos, y en particular, sobre aquellos donde se juega la propia supervivencia de un pueblo. Un pueblo puede decidir su propia ruina -no es necesario citar ejemplos-, aunque eso nada tiene que ver con la justicia ni es, por tanto, democrático.
Cree Artur Mas que democracia es sólo libertad para decir "Sí", ¿y se puede ser más tonto? Una sociedad con abundancia de gilipollas puede dar su gobierno a un gilipollas -de hecho, sería difícil que así no sucediese-, pero las decisiones que tome una sociedad tal, deficitaria en su inteligencia, no son en absoluto democráticas, porque la democracia es la forma de gobierno al servicio de lo mejor, y la destrucción, si bien libra a una parte de la sociedad de muchos imbéciles, está lejos de contarse entre los métodos democráticos, aunque en una consulta electoral venza el "Sí" de los tontos.
Para poner en peligro la paz no se dota una sociedad de medios democráticos sancionados por la ley, para eso vale cualquier cosa, y no en vano la democracia ha llegado en la historia como la última de las formas de dominio de unos hombres sobre otros, agotada ya la creatividad de las demás. Los demócratas se ponen de acuerdo sobre el modo como se van a gobernar todos, pero sólo un pueblo de retrasados mentales acordaría los medios para aniquilarse en nombre de supersticiones y mitologías de conquista. ¿A qué clase de colegio llevaron sus papás a Artur Mas? ¿Era ya tonto de pequeñito? Quiero decir, ¿se veía venir?
Aquí no hay nada así como "transiciones nacionales pacíficas", y continuar con ese empeño es ofensivo para las personas de bien, sobre las que empieza a ejercerse una presión apenas contenible.
Artur Mas haría mejor conformándose con ser de derechas, que con eso ya tiene suficiente, el pobre hombre, y dejando la paz -¡el gobierno democrático!- a quienes mucho la desean.
Por cierto que sí sería muy democrático que una sociedad en democracia tuviese los medios legítimos para librarse de un idiota. Mucho saldrían ganando ella y el mundo entero.


Yvs Jacob

viernes, 17 de diciembre de 2010

Angela Merkel es un poquito tonta

Así se desprende de su actitud para con los pobres países del sur de Europa.
Pero el prejuicio germano no es más que la expresión de una gran bobada procapitalista, que ha convertido a una raza siempre frustrada en accidental capitán(a) de la industria, en terminología materialista, y su necesidad de esclavos del consumo ha llevado a Frau Merkel a estimular a esos muertos de hambre que habitan en el sur a golpes de verbo, porque trabajan demasiado poco y gastan el dinero que no es suyo con festiva facilidad mediterránea.
Muy mal vamos así hacia la construcción de Europa. Personalmente, no creo que Europa exista. Cualquiera que lea una obra seria acerca de la formación de las naciones europeas comprendidas en un triángulo hipotético con vértices en Noruega, Portugal y Turquía se da perfecta cuenta de lo cerca que está un desiderátum de un disparate mayúsculo -*¡disparátum! Porque la comunidad cultural ha sido tergiversada, pues lo importante son las estructuras socioeconómicas de carácter histórico que han hecho de cada nación la que es, más allá de que en Gran Bretaña y en Bulgaria los hombres de letras sean capaces de interpretar un mito griego y se encuaderne la Biblia en cuero fino.
Y qué decir del modo como franceses y alemanes engañaron a los países de sur para entrar en la Unión Europea... -por entonces, Comunidad Económica Europea. Las grandes potencias europeas ya existentes quisieron ganarse la fidelidad de una clientela, para luchar contra la competencia no europea que pudiese tomar como presa al mercado griego, portugués, español... Las grandes potencias prestaron su dinero, los fondos estructurales, para que los países del sur iniciasen un desarrollo que los condujese por la senda del consumo enfermizo; y en ello estamos -¡somos igual de imbéciles que los demás europeos, ergo Europa existe!
Pero el bienestar tiene consecuencias. La primera y más importante es que no todo el mundo puede disfrutar de él por mucho tiempo, al menos tal y como está planteado el sistema productivo mundial. Esto significa que, según el principio de la producción de superfluidades o necesidades inventadas que se conoce como "libre mercado", sin consumidores no hay beneficios. Pero no puede haber consumo sin trabajo, ni trabajo si se pretende economizar tanto la producción que resulte una masa de ansiosos consumidores sin medios para adquirir absolutamente nada -cero, vacío, caca, mierda... ¿Lo entiendes, Angela?
Y obsérvese un día normal en cualquier ciudad española. Es cierto que existe en España una tasa de paro importante, pero ¿acaso no hay millones de trabajadores tan sufridos o incluso más que el trabajador medio alemán que mima a sus sindicatos? Quiero decir: ¿acaso no hay gilipollas también aquí? ¿Y qué puede hacer un país al cual el bienestar ha condenado a prescindir de la industria, a especilizarse en un dudoso sector de los servicios, en la naranja levantina, en la corrupción urbanística, y a esperar las épocas de sol, a la caza del disputado turista centroeuropeo analfabeto en su semana de descanso?
¡Ah, querida Angela, qué simplona eres para haber nacido en la tierra del egregio G. W. F. Hegel!
En lugar de exigir a los pueblos del sur que trabajen más, observa que ya lo hacen en lo que pueden; probablemente llegarás a la conclusión de que es el chiringuito económico el que funciona mal -seguro que lo conseguirá tu atocinado cerebro teutón-, y tal vez descubras la terrible realidad ya conocida por muchos de nosotros: en el mundo, o sobra la mitad de la población, o para que unos puedan vivir como imbéciles es necesario que otros vivan de la caridad. Tal vez haya que ir echando leña a las calderas...


Yvs Jacob

martes, 14 de diciembre de 2010

Estado de alarma y temor al Ejército

En Occidente, el temor al ejército ha sido siempre una característica de la izquierda. A la derecha le gusta el ejército, como institución con un buen par de cojones, además de expresar un espíritu nacional unas veces en alza y muchas más en decadencia. El siglo XIX conoció el desarrollo del espíritu nacionalista en general, fue cuando se crearon las manifestaciones culturales que ahora se llaman "típicas" -piénsese en la zarzuela o en los valsecitos de los huevos-, y otras transnacionales, como el servicio militar obligatorio.
Durante el gobierno de san José María Aznar, el servicio militar obligatorio desapareció en España, porque la disgregación del macho ibérico por todo el territorio del Estado preocupaba mucho a los nacionalistas catalanes, que observaban lo muy cambiados que llegaban los muchachos a casa, como si hubiesen perdido ese no sé qué català tan puro que requiere de una buena conserva en juguito de odio. Cambió entonces la percepción del Ejército en España, y pasó a ser decididamente democrático. En alguna ocasión, José Bono ha dicho que "no tenemos un Ejército para invadir países", y admitía así que la realidad nada se parece al mundo explotado por Hollywood -esperemos, eso sí, que pueda al menos defender Ceuta y Melilla cuando llegue la hora.
El problema creado por la insaciabilidad de los controladores aéreos fue resuelto al recurrir a esa figura de urgencia que es la movilización, y que sorprendió a propios y a extraños, todos ignorantes de que un Estado independiente y amenazado por el Big Brother yankee pueda en efecto gestionar sus cosillas. Desde la izquierda pura, se ha lamentado el auxilio prestado por el Ejército, y se teme que Rodríguez Zapatero haya abierto un melón de los que en sus manos se convierten en explosivos manipulados por un ciego. Es comprensible esta actitud de la izquierda de verdad, la izquierda ineficaz, por cierto, cuyos militantes históricos han sufrido en sus carnes tanto dolor en la defensa de las libertades, las mismas que ahora arrojamos con desidia lejos de nosotros.
Yo me he partido el pecho a reír estos días cuando he escuchado a algunos miembros del Partido Popular expresar cierto temor en la misma línea que, por ejemplo, el portavoz de IU en el Congreso. Y ya he me descojonado hasta necesitar puntos de sutura cuando algunos tertulianos de pico aguileño han continuado con esa duda, cuando es por todo el mundo sabido lo mucho que gustan entre los votantes de la derecha la cabra de la Legión y el malva que viste Rouco Varela los días de mostrar.
Me atrevo a decir que no hay ya mucho que temer de nuestro Ejército nacional. No se trata de faltar el respeto a la institución, sino de situarla en su lugar correspondiente, que nada tiene que ver hoy con su predominio franquista y prefranquista. Para que el Ejército se impusiese a la voluntad ciudadana democrática, habría de alumbrarse alguna posibilidad de un futuro diferente -yo no sé decir si mejor o peor- dentro de alguna cabeza, y convencer después a un montón de individuos quizá no tan dispuestos a la obediencia ante el suicidio social. Pero nada parecido es posible. Una guerra civil, o un Estado autoritario al que siguiese algún conflicto brutal "a la española", asolaría el país entero, igual que si se produjese una guerra nuclear, tras la cual no habría supervivientes. Por otra parte, la cosa está tan mal que no cabe siquiera la posibilidad de algo mejor, y ruego se me perdone este enrevesado oxímoron.
Lo que sí puede temerse es que el estado de alarma se convierta en un juguete en las manos de "la Espe" o de Mariano Incompetente cuando gobierne alguno de los dos, y que lo empleen con el capricho que caracteriza a la infantil derecha española, bien porque "la Espe" quiera derribar los muros de algún belén a escala natural o porque a Mariano Incompetente se le antoje que la Vuelta ciclista pase por el jardín de su casa. ¡Menudos son!


Yvs Jacob

viernes, 10 de diciembre de 2010

¡España estrena delincuente!

Los demócratas estamos totalmente desbordados, vivimos un no-parar de delincuencia en democracia. Si Julian Assange es ahora el megadelincuente, el delincuente universal, el que domina el panorama internacional, no menos interesantes son las reflexiones que el "caso Marta Domínguez" ha provocado entre "los doctores en ciencias ético-sociales que pululan por el periodismo" (cito a Georges Sorel, de mi galería de hombres violentos).
Un delicuente no puede escapar al componente moral de gran parte de las trangresiones de la ley -¡ojo, que no todas! La moral es social, aunque carezca de la eficacia de la ley, y lo social, cuando de verdad existe, es democrático, participativo. Pero participar no es sólo tomar parte, sino sentirse afectado por, y eso es lo que sucede con el "caso Marta Domínguez", que estamos todos bastante jodidos, y de nuevo nos preocupa sobremanera qué pensarán de nosotros -habrá que admitir por una vez que existe algo así como "los españoles". Al pueblo español siempre le ha interesado mucho conocer la opinión y la estima que se le tiene desde fuera, quizá porque desde dentro es un pueblo que no se quiere mucho, dado al esperpento, que cuando descubre el amor convierte a Belén Esteban en "princesa", y así es muy difícil que nos quiera nadie ni que haya amor propio.
¡Ay, Marta, Marta, Marta! ¡Mira que doparse con sustancias producidas en laboratorio!
Yo soy más partidario del dopaje tradicional, yo confío más en la furia española y en el poder de las grasas ibéricas, y para correr veloz, unos archivos mp3 de El Fary, que se te van los pies como si nada.
Pero me interesa hoy más la actitud publicista que se ha desatado entre el periodismo: ya hemos visto a los padres, al novio, a los amigos de Marta Domínguez, los reporteros gráficos han acordonado la zona donde vive la delincuente, y pronto saldrá alguien agitando una bolsa de basura como un tesoro.
Me encanta la democracia cuando se lía sus principios fundamentales a la cabeza y arremete contra ella misma. ¡Cada día en democracia es un jolgorio para la moral!


Yvs Jacob

jueves, 9 de diciembre de 2010

Teoría del tonto endémico

¿Quién no ha ido alguna vez a un restaurante y ha experimentado que no recibía del camarero toda la atención que puede exigirse de un menú diario de diez euros? ¿Quién no ha sufrido en horas caprichosas la furia creadora de un vecino pertrechado con potentes herramientas y paupérrimos objetivos estéticos de depresivo recalcitrante? ¿Quién no ha viajado en un vagón de metro, en el autobús, o hasta en el reducido espacio de un taxi que no haya lamentado que la legislación actual no contemple la posesión lícita de armas de fuego sin otro criterio que la sola voluntad y las ganas de usarlas inmediatamente? ¿Y quién no se ha dirigido a comprar el pan, a la carnicería, a la frutería, quién no ha sido víctima en el ámbito común de las transacciones humanas del acoso del tonto endémico?
No en pocas ocasiones nos vemos asaltados por ese compañero de trabajo capaz de crear a su alrededor un auténtico caos emocional, por ese conocido lejano que tiene la propiedad de echar a perder sesiones y sesiones de costosa ayuda especializada con tan sólo una palabra, un gesto; por ese miembro siempre evitado de cualquier agrupación en que pueda pensarse que no tiene otro don que el de agotar nuestra paciencia en un tiempo milagroso dentro del lenguaje científico, ese pariente que no explicaría más que la perversidad del azar, la diversión de los dioses o la ausencia total de los mismos.
El humanitarismo democrático nos conduce a disculpar, a justificar su conducta: "pobre, parece que tiene algo de retraso"; es la buena fe, la confianza en el hombre la que nos empuja a ver sólo lo bueno: "parece que está empezando", o quizá se deba al optimismo esencial de las sociedades modernas que nos sobreponemos a su mal: "no lo hace con intención".
La insatisfacción ante estas y otras respuestas me ha entregado a una profunda meditación, de la que resulta la "teoría del tonto endémico". Más o menos, diría algo así: "allí donde se forma un grupo humano, esto es, de tres o más individuos, se abre la posibilidad de que brote al instante un tonto endémico". Yo creo que es una cuestión genética. Es bien sabido que el ambiente no selecciona la predominancia de los genes, pero sí puede contribuir a que algunos rasgos se manifiesten o no. El grupo, pues, es una ocasión para que esa latencia consustancial a lo humano: el tonto endémico, se resuelva en presencia objetiva. Sólo así se explicaría la abundancia de tontos, y sólo así, también, la participación de al menos un tonto endémico en la proximidad de cada una de las experiencias de la vida privada y pública.
Espero haber arrojado alguna luz sobre esta enfermedad insaciable.
En próximas investigaciones, "Esteban González Pons. Más allá de los límites de la realidad".


Yvs Jacob

martes, 7 de diciembre de 2010

Basuragurú, solidario con WikiLeaks

No entiendo el revuelo que se ha armado con las filtraciones de WikiLeaks. Sus documentos no han sacado a la luz nada que el mundo no supiese de una forma u otra. Hay países poderosos y otros que son una pequeña o mediana mierda; hay países ricos, y otros donde la corrupción es religión oficial, pero la diferencia más importante se aprecia en que unos, muy pocos, pueden hacer lo que les sale de los cojones, mientras los demás deben humillarse si no quieren sufrir la ira de los que actúan con libertad -¡y Vargas Llosa defiende la globalización! Estamos apañaos...
España, algo que no creen los seguidores de san José María Aznar, es decir, en contra de la versión oficial de Intereconomía en cuanto a su lugar en el mundo, es uno de esos paisecillos perfectamente humillables y devotos de la humillación, siempre quiere más, como "la niña de Rajoy" en la tienda de "los chuches". Y sorprende mucho que en España sea la derecha patriota la que se emponzoña la boca a lametones en el trasero de la "metrópolis" que ha levantado el mayor y más eficaz imperio en la historia de la humanidad. En cuanto a la izquierda española, no puede afirmarse que no sea patriota, pero sucede que es pro-palestina, pro-saharaui y hasta pro-inca, y así no hay manera de contener ningún sentimiento nacional, pues la izquierda es por naturaleza felizmente desbordante, y la española ha derivado hacia una suerte de accidental apatridismo -singular belleza la de esta palabra forzada.
Por otra parte, lo que pueda opinar un funcionario piesplanos al servicio de la embajada de EEUU en Madrid no debería tomarse por ofensa, joder, a ver si empezamos a orientar bien el orgullo nacional más allá del disparate de añadir el flamenco al currículo de la enseñanza secundaria, que todo nos lo tienen que decir.
Pero lo relevante en el "caso WikiLeaks" no es que unos papeles hayan puesto palabras concretas al pensamiento general, sino la cacería abierta por unos cuantos países para cobrarse una buena pieza y ofrecérsela a Big Brother, que seguro sabrá recompensar con una guerra a un pueblo tan inferior que el miedo a la justicia de los hombres alcanza lo macabro, un pueblo, como diría el siempre delicioso Rousseau, cuyos ciudadanos "no nos han hecho nada", y que pagarán con sus vidas las necesidades empresariales de alguna industria energética en desarrollo. En fin...
Lejos de admitir que el asunto no es más que un episodio un tanto cómico en la historia de las relaciones internacionales, se ha iniciado la puja: a ver quién da con más cargos para el criminal Julian Assange, a ver quién consigue tenerlo más años entre rejas.
¡Es de verdad maravilloso saber que hoy Assange ha declarado, y que pronto caerá sobre sus hombros el peso de la justicia!
Y yo que pensaba que era el nuestro el más tonto de los mundos posibles...


Yvs Jacob

domingo, 5 de diciembre de 2010

¡Atención, democracia! (Un exceso podría ser fatal para la sociedad).

En el monopolio de la información deportiva se han colado estos días dos noticias de primera magnitud. Por un lado, las filtraciones de WikiLeaks, que han devuelto a los hombres una cierta fe que creían perdida desde que Dios se dio a la fuga tras el fratricidio de Caín. Por otro, la huelga encubierta de los controladores aéreos, que el Gobierno ha rentabilizado para mostrar al Partido Popular que la izquierda también sabe adoptar medidas de fuerza, aceptándose por sentado que las expresiones formales de la violencia legítima -dígase "estado de alarma", "estado de excepción", "decreto ley"...- producen más fascinación a la derecha y a su electorado pasional de espíritu sexagenario, siempre como ocasión de exhibir un buen par de cojones, que es lo que entienden a ese lado por política.
Pocos meses atrás, los trabajadores de Metro de Madrid tuvieron el valor que falta a todos los demás para resistirse a la esquilmación de su alma. Como se hablaba de "trabajadores", incluso con las molestias derivadas de su huelga, la solidaridad brotó y se extendió. "La gente" comprendía "a los trabajadores" -¡y no es poco que la gente comprenda algo! Un trabajador es alguien que percibe por su fuerza de trabajo más o menos 1000€ -menos, cuando recibe desde los 633€ de rigor fijados por la ley de una democracia avanzada (?), y más si se trata de 1100€, 1200€... Hay quien recibe a cambio de su fuerza de trabajo 1300€ y se considera miembro de la clase media, pero esto requiere el tratamiento de un especialista, porque yo sólo soy un muchacho que ha leído extensos pasajes de la Ilíada y unos versos de Rainer Maria Rilke sin el menor éxito.
Luego, como la huelga de Metro fue una huelga de trabajadores, los demás trabajadores la aceptaron -no así "la Espe", que ese día se había hecho las piernas, y tenía la inquietud de inaugurar unas papeleras y unos accesos para discapacitados, plan que se truncó por el odio guerracivilista de unos "piqueteros" anacrónicos.
Diferente ha sido la actitud general con la huelga encubierta de los controladores aéreos. Hay que decir que una huelga encubierta tiene muy "mala follá", porque, en democracia, donde la huelga es un derecho, debe anunciarse la convocatoria con antelación, y deben fijarse los servicios mínimos, de obligado cumplimiento. Es lo que se conoce como: "huelga, sí, pero sólo un poco", pues las huelgas completas, entiéndase "las que se fijan por meta su eficacia", ésas no las contempla la democracia. La anticipación de la huelga da lugar al muy orteguiano "saber a que atenerse".
Cierto es que hay "colectivos", como se dice tanto ahora, que pueden hacer la huelga sin agotar con ello la paciencia de toda una sociedad. Se trata de la huelga "tal y como la entienden los demócratas", a saber: la que ni perjudica ni consigue nada, una huelga de tontos.
Pero ¿qué es un colectivo? Yo animo a los sociólogos, incluso a los no aficionados, a que acepten esta definición: es un colectivo aquel conjunto de miembros de una clase que comparten la propiedad en nombre de la cual realizan sus reivindicaciones con eficacia. Fuera de eso, no hay colectivos, sólo gente que se frustra o se divierte.
Como el salario percibido por los controladores impide que puedan ser considerados "trabajadores", porque 200.000€ mínimos al año es una cantidad demasiado magnífica como para que exista cualquier posibilidad de reclamación, el colectivo queda eximido de toda protesta por una cuestión moral, sin prestar atención aquí a la ley, que se supone la expresión de la igualdad de los ciudadanos en democracia, los mismos que se matarían mutua y moralmente si ni la ley ni la igualdad forzosa existieran. Lo moral se destapa divertido, porque intervienen en su concepto tanto el número de individuos afectados por la huelga como la remuneración obtenida por los huelguistas. Los demócratas, cuando se ven afectados por la presión que ejerce un colectivo que sabe presionar, se vuelven menos demócratas, y las imágenes de los que pasan a ser considerados inmediatamente delincuentes aparecen en las páginas de Internet y en los diarios, como "violadores del ensanche", para que todo el mundo sepa quiénes son esos que dan por el culo a tanta gente. La democracia, pues, la única forma de gobierno para la cual es esencial mantener las formas, se olvida de las más elementales cuando puede señalar de manera ostensible al delincuente de masas, ecce homo!
¡Y qué grande es el periodismo español!
¡Ah, pero qué buen Gobierno y qué ciudadanía tendría España si supiesen reaccionar de un modo tan poco democrático ante todas las humillaciones de la dignidad humana!


Yvs Jacob

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La "i griega" también tiene dignidad

No hay día que pase que no me convenza de lo muy adentrados que estamos los españoles en la senda del más severo de los agilipollamientos.
La RAE, con esa voluntad legislativa que encuentran los españoles cuando abrazan cualquier posición de control, se ha propuesto que todos hablemos mal y escribamos peor. A esto se lo conoce como "proletarización de la lengua", y bien es sabido que nunca una proletarización es "de máximos", sino que el triunfo de la pobreza hace claudicar a los más insignes espíritus de su excelencia, todo por miedo a no ser comprendidos. Es lo que sucede hoy cuando alguien escribe bien: nadie le entiende ya.
He vivido con terror los últimos días al lanzarse a la opinión pública la posibilidad de que la "i griega", la querida "i griega" -"¡y!"- de toda la vida podría perder su nombre tradicional por una estúpida extravagancia, quién sabe salida de dónde.
He consultado los asientos de la RAE y creo apreciar que ya no hay allí culos de filósofos, salvo el de Emilio Lledó, al que no habrá sido difícil ignorar. Si hubiese filósofos, y también deberían saberlo nuestros agudísimos filólogos, que las palabras tienen una hitoria sería una lección para compartir con los hispanohablantes, más allá de qué coño significa "bochinche" para un hablante del español de Guatemala, y otros gestos de buen rollo que tanto seducen ahora a los académicos de la Posmodernidad guay. Porque la "i griega" no es sólo una letra, de hecho es también una palabra, joder, es una con-jun-ción, y el nombre que recibe tal signo lingüístico nos-re-cuer-da-que-só-lo-so-mos-u-na-mier-da-en-el tiem-po. Yo sé que esto no lo puede asumir cualquiera, es imposible para la derecha política, y también para el espíritu legislador, cuyo anhelo es dejar huella. Pero la plasticidad de la lengua, su carácter maleable no puede vencer a la historia, en todo caso distrae a sus hablantes.
Me viene a la memoria una reclamación histórica de Ian Gibson, por cierto, al que hace un par de semanas que no veo por el barrio -¿se encontrará inmserso en su espeleología funeraria?-, acerca de la poca atención que presta España a la lengua árabe, teniendo en cuenta que la península Ibérica estuvo ocupada durante casi siete siglos por un pueblo que estudiaba matemáticas y jugaba al ajedrez, antes de decidir convertirse al analfabetismo. Pero, Gibson, Ian Gibson, menos tiempo pasaron los griegos aquí y les debemos por vía latina casi el 30% de las palabras del español, y a punto estamos de aniquilar el último de sus vestigios.
Por fortuna, los académicos han dado marcha atrás, y la "i griega" seguirá siendo la de toda la vida. Me pregunto quién habrá convencido a esas personas tan mayores para detener el despropósito "quasi" senil, y por qué han perdido los asistentes sociales la buena costumbre de ordenar a los ancianos sus pastillas.


Yvs Jacob