martes, 15 de octubre de 2013

Yvs Jacob se reconcilia con Javier Marías

Comenzaré admitiendo que jamás he leído una obra de Javier Marías, si bien debo contar cuatro o cinco en los estantes de mi biblioteca de fanfarrón, aunque hace mucho que no suben chicas a casa. Javier (Marías) no lo sabe, pero es con seguridad la celebridad nacional que más veces he visto en mi vida, ¡una celebridad con opciones al premio Nobel! Nada de esto es relevante en absoluto, quiero decir que mi vida es igual los días que no me cruzo con Javier por la calle -ni más rica cuando lo veo, la verdad. Javier tiene un andar gracioso -con gracia-, camina como subido sobre sí mismo, como si le sobrara el caminar, produce la impresión de quien ocupa un carril, porque camina con una cierta decisión, un caminar entusiasmado, casi diría que Javier podría pasar por encima de quien ocupase su vía, pero sin maldad; es que él iba por ahí... No se trata para nada de un andar meditabundo sino, insisto, gracioso, un andar de la plenitud: cuando ese hombre camina, el caminar se realiza. No viene al caso pero me dejaré recordar uno de los acontecimientos que con más pesar me traje de Heidelberg. En el paso de peatones que abre el acceso al conocido como Philosophenweg aguardaba un caballero, éste sí bien metido en sus pensamientos, al punto que a mí casi me arrastraban desde el otro lado para cruzar. Si a un intelectual alemán de una cierta edad se le pone en los cojones que él cruza por la derecha, entonces cruza por la derecha -y hace bien, joder. Un español con prisa cruza mal y pone en peligro la estabilidad emocional de todo cuanto encuentre en su camino. Y así nos aproximábamos el uno hacia el otro, quien caminaba por su carril y quien simplemente quería pasar al otro lado, y como yo no me apartaba, el caballerete desató una tormenta de aspavientos muy airado que me ha hecho sentir fatal durante años -los españoles siempre hemos sido un pueblo sin filosofía... Perdona, Javier, que ya sigo con lo tuyo.
El pasado domingo me llevé una muy grata sorpresa al descubrir en la edición digital de El País unas opiniones de Javier Marías que me recordaron mucho a mí, incluso hubo quien así me lo advirtió, que había tomado a Javier Marías por el mismísimo Yvs Jacob, a lo cual yo respondí que hasta donde conozco solamente somos vecinos. Pues bien, ahora que se ha perdido en Madrid todo pudor a lo políticamente incorrecto, que es lo que desde Basuragurú vengo yo practicando desde hace un lustro -¡cielos, empiezo a parecerme demasiado a Walter Benjamin, tanto yo, tanto yo...!-, ahora que el mito de la gran ciudad moderna se nos ha roto y hemos descubierto que con malos gestores no hemos hecho más que acumular todo tipo de mierda, estas opiniones de Javier bajo el título Y luego van y lo cuentan -por cierto, Javier, título feo, feísimo...- removieron en mí un no sé qué de tan gozoso como fue leer que "Madrid es la ciudad más guarra que he visto", o que la Plaza Mayor "hace años que está decorada por pobres indigentes", y es que hemos sido muchos los madrileños para quienes el ridículo de la alcaldesa por sorpresa no tenía el menor interés, porque lo extraño hubiera sido que no se comportase como una panchita enseñando el cortijo, lo que de verdad causó extrañamiento entre nosotros fue una conclusión: ¿pero qué coño de ciudad tiene en su cabeza esta mujer? Efectivamente, hay en Madrid muchísimas cosas, pero no existe en ella ninguna relaxing, y si hubiese que buscar un lugar donde en Madrid pudieran dejarle a uno en paz, desde luego que ése no sería la Plaza Mayor. La Plaza Mayor se ha convertido es eso, en un escaparate magnífico de todo lo siniestro, a decir de la alcaldesa por sorpresa, el modo como en España se celebra la vida, que es un siniestro morir. Para empezar, el lugar ha sido tomado por los pakistaníes y no hay un instante de tranquilidad con tantos reclamos para imbéciles como portan consigo estos amigos que han venido a incrustar su Tercer Mundo en el nuestro. Sólo una vez he visto a uno de los caricaturistas que todavía resisten mandar a tomar por el culo a un pobre diablo de esos que arman tanto escándalo con la guarrería que se ponen en la lengua. También se practica la mendicidad encubierta en todas las formas imaginables, entre ellas, las así llamadas "estatuas vivientes" -¿artistas callejeros?-, un espectáculo grotesco de la degradación humana cuando quiere sacar provecho de la cosificación; y no falta la delincuencia que se expresa como perversidad: deliciosos niños rumano/búlgaros a quienes ya es imposible recuperar del lado salvaje de la vida -tiernos delincuentes hoy que algún día serán peligrosos y dispuestos a todo gracias a nuestra buena voluntad acogedora. Son vanos los renovados esfuerzos por resucitar al dictador, ya hemos regresado a los años 50. Madrid es una puta ruina en todos los sentidos, y mucho me temo que no por culpa de aquel ingenuo Rodríguez Zapatero.
En las opiniones de Javier Marías percibo el mismo desamparo que yo he experimentado desde que en Madrid sufrimos la condena de los Gallardones, las Esperanzas, los González y las Botellas, una tropa de cuidado que no ha tenido ni tiene ni puta idea de lo que es una ciudad ni del papel de las instituciones en la gestión de los asuntos que preocupan a los ciudadanos. La ciudad que tiene en la cabeza Ana Botella, suponiendo que tenga algo, no existe, y me temo que el lugar que anhela Javier es otro imposible. Los Gallardones y las Botellas no son sin embargo más culpables que los ciudadanos que han aplaudido su estupidez, los Gallardones y las Botellas son una consecuencia de la claudicación ciudadana: allí donde los ciudadanos se apartan, los gestores mediocres ocupan el espacio y se expanden hasta llenarlo por completo -véase la obra del mismo Alberto, el "niño de la tuneladora".
Amigo Javier: si nada he leído antes de cuanto has producido con la máquina de escribir ha sido porque no se me ha presentado la ocasión -una ocasión se presenta cuando un número más o menos importante de lectores con gran competencia te anima a abordar una obra-; también lamento mucho haber escrito en algún paper académico que tu padre era un falsificador de la historia de la filosofía, de verdad que lo siento -no te oculto para cerrar -¿Benjamin, eres tú?- un leve rencor motivado por otras opiniones tuyas contra el uso de la bicicleta en las proximidades de tu domicilio: ¡hombre, que tú ya tienes un carril! Yo que te creía más europeo...


Yvs Jacob

martes, 8 de octubre de 2013

¡Pánico en el eje motorista Alcalá-Mayor!

Me cuenta un amigo que desde que monta a diario en bicicleta y hace una media de diez kilómetros para evitar grietas, baches, socavones, abismos y otras heridas en el asfalto de Madrid se le están poniendo preciosas las uñas de los pies -al parecer, la presión de la parte blanda de los dedos sobre la uña en el pedaleo regular produce un efecto corrector de la deformidad causada por la tiranía del mercado en el uso intolerante de calzado inadecuado. Es éste un berenjenal acojonante en el que no me puedo meter con apenas un barniz aristotélico, pero si como sostenía Edward Bellamy en Looking Backward -Bellamy, peligroso rojo obsesionado con la racionalización del trabajo para realizar el progreso- el principio fundamental de la sociedad es "la civilización de nuestros vecinos", y cito bien, "¡la civilización de nuestros vecinos!", y si, como yo creo, pocos agentes más eficaces que el ciclista kantiano existen para lograr ese fin, bienvenida sea una vez más la contribución de la siempre espuria estética. Me he entretenido en el examen quizá superficial de mis propios pies sin observar nada extraordinario -ni parecen propios de ser mortal ni su punto débil se revela en un examen ocular... Por otra parte, nunca he tenido una gran consideración a los pies humanos, creo que las divinidades se cebaron al hacer al hombre con los huevos colgando y en sus pies -y fue una suerte que se plantaran ahí, que el resto de la fealdad la emplearan en Cristóbal Montoro, ese ministro que pide a gritos una hostia, (¡ay mare, quién se la pudiera dar!). Yo que ya me había apartado de la política y perdido cualquier interés por la suerte del pueblo español, del que reniego y del cual he sido expulsado por su recelo hacia el civilizador -el educador que diría Nietzsche...-, me animaría a participar en una formación cuyo único punto programático fuese darle una hostia a Cristóbal Montoro, un PQDHM -Partido de los que Quieren Darle una Hostia a Montoro- con el propósito de entrar en el Parlamento y darle una muy, pero que muy buena hostia, pero una hostia democrática, pues según acepción democrática hoy en día imperiosamente vigente -visión catalanizante de la democracia como "aquello que hace o desea mucha gente" (?) (a veces somos así de sencillos)-, esa hostia se la queremos dar o todos o casi todos o muchos muchísimos más. Otro día trataré esta terna conceptual que anda muy revuelta: ¡o es democracia o es fascismo o es religión, señores!, pero hoy quería hablar de un asunto más local, sin vuelos, el miedo que conoce el ciclista kantiano cuando invade el carril motorista del eje Alcalá-Mayor de Madrid en cualquiera de sus tramos, bien la calle de Alcalá (¿homicidio o suicidio?) o la calle Mayor (no apto para personas con problemas cardiacos). Ciclistas, peatones, conductores y taxistas coinciden por una vez en algo: el eje ha sido escasamente señalizado e invita a la confusión, pues los semáforos muestran una bicicleta como señal, lo que podría ser interpretado por muchos ciclistas como un aviso de vía restringida para su uso; no obstante, el ciclista ingenuo que pretende usar dicho carril se ve no sólo superado sino impedido en la circulación por motocicletas de diversa cilindrada en cualquiera de los sentidos en que interprete su tránsito, ya el correcto, contrario al de la circulación de vehículos a motor, ya el incorrecto, habitual de muchos ciclistas (no kantianos) para quienes la imagen pintada en la calzada es tan indiferente como para los motoristas la bicicleta que circula hacia ellos. Una vez más, en la "marca España" no se manifiesta sino nuestro ADN analfabeto. En Brujas las bicicletas pueden circular en ambos sentidos en casi todas las calles de la ciudad -es obvio que 40 millones de españoles jamás podrían alcanzar el concepto de orden natural para 100.000 ciudadanos europeos, y es triste que jamás 100.000 españoles pudieran construir un mundo tan civilizado como el que disfrutan 80 millones de aquellos. Atiéndase a semejante logro del civismo, que cualquier conductor o peatón tenga presente que en ambos sentidos de una calle ¡podría aparecer una bicicleta! Algo así sería imposible, metafísicamente imposible en España, por lo que una vez más debemos recurrir a la sobreseñalización, a la sobreprohibición y a la sobrelegislación -aquella queja de Spencer, "too much law-making!", es tanto más inadecuada para España cuanto más liberal su gobierno, esto es, cuanto más bruto un pueblo mayor necesidad de muchas y férreas leyes, hasta que la pura formalidad sea sustituida por la pura moralidad. Un pueblo tradicionalmente tan bruto y mal educado como el español, cuyo mayor vicio conocido es la acumulación de la pobreza, un pueblo que por si no tuviese ya poco con su necedad ha recogido a la flor y nata de cuantas culturas dispersó con alivio el azar en tiempos pasados, un pueblo tal en jornada continua de puertas abiertas al avasallamiento de los derechos del ciudadano que estima la dignidad no puede permitirse la menor concesión a la espontaneidad; todo lo contrario, miles y miles entre nosotros no habrían de salir a la calle sino con una correa al cuello ni permanecer en sus casas sin cadenas ni bozal. La alcaldesa por sorpresa del Ayuntamiento de Madrid entrará en la pequeña historia local como una incompetente por méritos propios -todo lo demás nos ha sido impuesto-, igual que su antecesor, el hoy ministro ultra Ruiz-Gallardón, no será recordado sino por haber gestionado el municipio con mayor número de habitantes del Estado mientras contemplaba indolente que miles y miles y miles de ellos perdiesen sus negocios y sus empleos, Ruiz-Gallardón, el profeta de los juegos olímpicos de la redención, Alberto "el de la tuneladora". Ana Botella es un personaje tan ridículo en su concepto que nada podrá salvar, el "Botellazo" fue un ejemplo destacado de la intromisión en asuntos serios del arribista aventurero, una apología del analfabetismo que condena al pueblo que la padece a la melancolía y a la miseria. En Basuragurú pondremos en marcha con motivo de las próximas elecciones europeas la campaña Que vote su puta madre, tenemos la intención de restituir y revitalizar así instituciones de gestión hoy extintas, como la comunidad de vecinos, la calle y el barrio, pero no como lugares de expansión del grafitero, sino como núcleos de decisión y de acción del ciudadano-vecino capaz de tomar la iniciativa en la resolución de problemas creados por la anarquía que fomenta tanto liberalismo de los cojones. Estas instituciones alguna vez intermedias para la gestión son hoy incompatibles con las Botellas, los Gallardones, las Sorayitas y otros salvadores de las Españas, de ahí que vote su puta madre, porque a lo que se dedica esta pandilla no tiene nada que ver con lo que nos preocupa a nosotros. Mientras tanto, quizá algunas multas no vengan mal, joder, ya es bastante triste relegar la circulación en la saludable bicicleta a un bordillo, con la cantidad de calles que conforman una ciudad, como para temer por la propia vida en ese rincón de mierda.


Yvs Jacob


[Y muy pronto en Basuragurú: "¿Cuántos chatarreros rumano/búlgaros necesita la ciudad de Madrid? ¿Salen esas plazas a concurso? ¿Y cuántos 'gorrillas' hemos 'integrado' ya?"].