domingo, 20 de marzo de 2011

¡Qué bonicas son las guerras justas, madre!

Me encantan las guerras, pero las justas, claro.
En las guerras se mata mucho, pero cuando se mata con justicia se mata mejor. Me hubiera encantado nacer en otra época, aunque en Occidente, una época de aquellas con un par de cojones cuando los hombres se liaban la manta a la cabeza y se arrojaban a las calles a rebanar el pescuezo al primero que pasara, una época con fusil, una época sangrienta, en lugar del aburrido presente -y es que todo lo estamos perdiendo.
Por fortuna, existe el Tercer Mundo, donde todavía la vida de un hombre vale una mierda, y si no fuese ya bastante que allí unos matan a otros por un aburrimiento similar al de Occidente, donde el hombre se aburre porque no mata, una gentil coalición occidental, en nombre de un cristianísimo humanismo, se anima a disparar sus armas desde el aire contra objetivos militares en Libia, que es sin duda una forma entre las más nobles de matar a los que matan, infalible el piloto en su aparato, que no yerra en el bien y el mal, porque no dispara misiles, sino justicia de la mejor.
Yo he preguntado en el ministerio de Defensa qué hay que hacer para ir a una guerra en esos países donde nadie nos ha hecho nada -cito sin comillas al bendito Jean-Jacques-, y no me han sabido contestar.
He preguntado entonces, por defecto, ya que me pilla mejor por el asunto del "wi-fi", cómo se inicia una guerra aquí, en España, y me han remitido al ministerio del Interior. Allí me han dado varias opciones. Una de ellas, en mi distrito, que arme jaleo en la embajada de Catalunya en Madrid, el Blanquerna Centre Cultural de la calle de Alcalá, pero había tan poca gente allí que no podíamos ni matarnos; además, sin convocar a la prensa es muy difícil que triunfe una guerra hoy.
(Opción B). No me ha quedado más remedio que hacer el gilipollas con una camiseta del Atlético de Madrid a la que he prendido fuego frente a la estatua de Neptuno, pero sólo he llamado la atención de los turistas, que me gritaron "¡olé!, ¡olé!", y uno que no lo era y pasaba por allí me ha animado, tomándome por un "colchonero", en este dialecto: "¡aupaleti!".
En fin, que dejo aquí un mensaje para potencias democráticas que quieran gente dispuesta a matar en territorio extranjero y por una causa justa: ¡por favor, llamarme!


Yvs Jacob

Basuragurú ficha a Iñaki Gabilondo

Basuragurú no deja de crecer -¡ya saca los dedos de los pies de debajo de las sábanas!
Como bien dijo Carlos Dávila, director de La Gaceta, vivimos en la época más adversa para iniciar la aventura de un medio de comunicación -¡y eso que el suyo es de derechas!
Yvs Jacob se embarcó en un proyecto similar, un medio de opinión-ficción, donde lo informativo queda por completo marginado, despreciado, pues de lo que aquí se trata es de vapulear a los borregos de pas(t)o por tierra de nadie, y también de ver quién se lleva más para su corral de sodomía, y todo en nombre de la independencia y de la libertad. ¡Viva el periodismo!
Basuragurú ha fichado a Iñaki Gabilondo. No ha sido fácil, ajetreado como vive de una televisión a otra con un libro bajo el brazo y su facultad de juicio a prueba de silencios.
Llega el mítico periodista a Basuragurú con la carta de libertad, no ha sido necesario pagar cláusula de rescisión ni nada, ni se le discute que luzca en la camiseta el número 1, que sin duda le pertenece -Yvs Jacob lleva el 2 por su fobia a la línea recta y a las puntas abiertas.
El fichaje del maestro dará un empujón definitivo a esta columna de opinión, cuyo autor ha confesado su incapacidad para tomar posición respecto de algunos temas de la compleja vida cultural, política y sentimental española. Un salto cualitativo, cierto, que conseguirá definir a Yvs Jacob en sus dudas y amenazas.
Su incorporación no será, sin embargo, inmediata -Iñaki redacta en la actualidad un número acojonante de obras sobre lo que dijo y se calló en la época de fulanitos y menganitos-, pero aquí se lo espera como a un padre el día de la paga, y, además, yo estoy dispuesto a que me pisotee el escroto con tal de que una de estas crónicas lleve su firma.


Yvs Jacob