domingo, 27 de febrero de 2011

El Gobierno mide con éxito lo burros que son los españoles

Entre otras muchas, es una peculiaridad española la no diferenciación entre los ideales de la derecha y de la izquierda, y no tanto porque el Gobierno actual se haya destapado con un pragmatismo contemporizador desconcertante, que contempla la misma cosa desde perspectivas contrarias según la ocasión, sino porque la derecha nacional -para diferenciarla de las derechas nacionalistas-, sin ser pragmática, opera en su ideario por omisión, es decir, que si el Gobierno del PSOE acoge determinado aspecto, cualquiera que sea, y lo orienta hacia una pseudoizquierda, entonces el Partido Popular cava su trinchera justo enfrente, y por muy disparatado que sea lo que le toque defender, lo convierte así en algo de su propiedad, aunque tan pronto como deje de ser valioso lo despreciará. Esta versatilidad está muy cerca de ser política, si bien la política consistirá siempre en otra cosa.
De los recientes líos en que se ha metido el Gobierno, y que podrían juzgarse como aciertos si la sociedad española no fuese tan cultural, espiritualmente analfabeta, dos sirven para mostrar que, en efecto, los españoles son unos burros sin solución, y que cualquier medida que pretenda su educación en valores esenciales en tanto que pueblo está condenada a condenar al propio Gobierno que las toma.
La primera medida -la ley antitabaco- ha puesto de manifiesto que la española es una sociedad desquiciada. Tan pronto como entró en vigor, la imaginación del hostelero palurdo ha encontrado medios que podrían hacer dudar en cuanto a la compensación de evitar el perjuicio del tabaco a los no fumadores, esto es, las consecuencias derivadas de un ejercicio de sentido común. De repente, en cualquier bar de mala muerte brota la prolongación de una terraza improvisada, y si algún ciudadano tenía la desgracia de vivir en las proximidades de un local de copas, el ruido que antes se concentraba en los meses de verano será ahora constante durante todo el año, y todavía persiguen los hosteleros que se amplíe su horario al aire libre. Por otra parte, el gasto en estufas para gilipollas amenaza con aumentar el consumo eléctrico, que tarde o temprano causará al conjunto de los ciudadanos la formidable subida en su recibo individual, y se lamentarán buscando culpables en otro sitio.
Del mismo modo, la reacción de los españoles ante la disminución del límite de velocidad pone al descubierto que la nación española ni existe ni se la espera, porque el significado de fondo de la medida es una apelación al sentimiento de cada uno en relación con su país, pero, obviamente, hay que haber sido algo ilustrado para alcanzar el mensaje. Como en España se intenta hacer de la sociedad una víctima de los gobernantes, algo que, en especial, el Partido Popular domina tanto o más que la hipocresía y la falsedad, el pueblo español, a menos que juegue el equipo nacional de fútbol, no tiene ni puta idea de lo que es un pueblo, una nación, ni cómo funciona un Estado, ni de dónde proceden los recursos económicos que permiten a los españoles tener un centro de salud en cada esquina, un hospital casi ya por habitante o una red ferroviaria y una colección de aeropuertos inútiles. Piensa el español medio -el simplón- que todo sale de sus impuestos, pero con tales ingresos el Gobierno no podría ni fichar a Cristiano Ronaldo.
Para una vez que el Gobierno se adelanta a la práctica de los especuladores, que están inflando el precio del barril de petróleo al tomar como justificación la inestabilidad en algunos países productores, para una vez que se había atrevido el Gobierno a señalarles y decirles que "por mucho que especulasen con el producto, el Estado español haría todo lo posible por intervenir en su consumo, sin estimularlo", que no otra cosa significa la medida, el Partido Popular, y con él un buen montón de opinadores del desastre, objeta la ineficacia de la contención, ciego, como siempre, a que la sociedad mundial, global, lo es del más burdo, mecánico y suicida derroche, que en eso consiste la auténtica crisis que vive la humanidad, y ciegos todos en cuanto a la acción conjunta de un pueblo para superar los momentos en que la debilidad nacional le hace caer en las garras de sus depredadores internacionales.
Pero cómo podría ser de otra manera, si los empresarios españoles desconocen que sea de su competencia alguna responsabilidad social en cuanto a la actividad que desempeñan, si entre los mismos trabajadores españoles está mal visto formar parte de un sindicato, si un político que miente en sede parlamentaria no pierde su derecho a una candidatura de reelección, si unos ex presidentes multimillonarios no renuncian a la pensión anual que reciben del pueblo una vez amortizados sus servicios "a la patria"...
¡Ay, campos de reeducación, ya!


Yvs Jacob

viernes, 25 de febrero de 2011

El autor de "El porompompero" quiere que ahora se cante con "sin embargo"

El cambio podría deberse a unas consultas en el diccionario on-line de la RAE -para búsquedas en Google, escribir "drae"-, de donde el autor habría salido reforzado con unas equivalencias gramaticales que bien le hubiesen venido cuando compuso la cancioncita de los cojones.
Manolo Escobar, recuperado ya de los fastos que sucedieron a la victoria del equipo nacional de fútbol en el último campeonato mundial, y que hicieron temer por su vida, o mejor, que hicieron temer por su muerte en directo durante el bamboleo de que fue objeto por parte de los jugadores, llevaría varios meses recluido para memorizar los cambios en la letra, y habría manifestado no estar "muy seguro de entenderla ahora". Resulta sorprendente que quien popularizase este éxito tan sonrojante de la música española hubiese entendido alguna vez el significado de "porompompero", y que "poromponsinembargo" le sea, al contrario, un término esquivo a su inteligencia.
Temiendo que la influencia alemana sobre las cosas de España hubiese ido a más, he consultado yo también el diccionario, y ni siquiera tras descomponer "porompompero" y "porompomsinembargo" en sus posibles unidades morfosintácticas he encontrado sentido alguno. Estoy conforme, pues, con Manolo Escobar, este estribillo no se entiende, pero insisto en que, en su versión anterior, tampoco lo permitía.
Llamo la atención, por último, y tras ver un cartel en Madrid de una próxima actuación de Manolo Escobar junto con otros innombrables artistas, sobre la edad de jubilación de los autónomos, y me pregunto si el Estado no debería de intervenir en los que podrían llamarse "casos especiales", porque ya son un porrón de años con los toros, la minifalda y ¡que viva España!, ¡joder!


Yvs Jacob

martes, 22 de febrero de 2011

Caen los primeros comercios regentados por orientales en el Barrio de las Letras

"¡Yuuuhuuu, de putísima madle!", ha celebrado un vecino de la zona, ante el horizonte que se abre para él con el retroceso de la ofensiva amarilla. Volver a comer pan de verdad, pan de tahona, y no esa otra imitación barnizada; adquirir bebidas al precio que fijan sus fabricantes, y no a otro aumentado por la redistribución de la distribución -la verdad es que resulta penoso ver a un chino tirando de un carro gigante para llevar las Coca-Colas de un supermercado a su local-, o caminar las calles sin ser asaltado por la insoportable fealdad que resulta de la sucesión sin fin de tantas tiendas donde el almacenaje había condenado a la dignidad humana, y hasta los orientales parecían amontonarse sobre los estantes, mustios de una tristeza imperturbable, entre gominolas duras y donuts derretidos.
¿Pero es que la niña de Rajoy no compra chuches en los chinos?

Quiero limitar el alcance de mi chinofobia, no vaya a ser que esta entrada llegue a los ojos de algún hippie recalcitrante.
Se dice que el chino es un pueblo muy antiguo, y que fue incluso alguna vez noble y orgulloso. Yo podría admirar a los chinos que inventaron el papel, que nos trajeron la bendita pólvora para hacer con ella lo que mejor sabe Occidente, el subnormal, los chinos que vivían el arte como una disciplina del alma, los chinos que se curraban unos acertijos la polla de ingeniosos y que todavía dan que pensar. No tolero, sin embargo, que se sitúe a Confucio por encima del divino Platón, como tampoco el descontrol que ha imperado desde que China colonizó nuestra deuda soberana y nuestros estúpidos gobiernos, impelidos por un ejército de empresarios del jamón, se fijaron en el gigante asiático ensimismados por un potencial mercado de cientos de millones de chinos que son ya capaces de falsificar sus propios jamones.
Hace pocos meses el Parlamento europeo votó contra una medida que pretendía despojar de los derechos laborales comunitarios a los inmigrantes, que se regularían por los vigentes en sus países de procedencia. Mucho se festejó por parte del periodismo de izquierdas que la votación no fuese favorable a los delirantes ideales esclavistas de la derecha, pero ¿acaso no sucede precisamente así, como prueban los comercios de los orientales, que nuestras leyes laborales no les protegen en absoluto, que familias enteras de chinos viven dentro de sus locales en un horario inabarcable para el coraje occidental, desde las 10 de la mañana hasta las 12 de la noche entre rollos de papel higiénico y latas de conserva -y menos mal que el atún Nexi no ha salido todavía de la cadena Lidl?
Sin olvidar, claro, la figura indefinida que contempla su actividad: ¿qué coño es una tienda de chinos? ¿Y por qué son todas tan increíblemente repugnantes? ¿Por qué parecen almacenes de polígono industrial cuando se encuentran en el interior de unas ciudades históricas que no hay arquitecto ni urbanista -y a Le Corbusier le hubiese dado un pasmo ante sus materiales- que armonice ni siquiera un Vips con una tienda de chinos en una calle peatonal madrileña?
Hay que recuperar el auténtico pequeño comercio madrileño -¡arriba las tiendas de ultramarinos!-, hay que hacer la comprita en el mercado del barrio -¡habla con tu charcutero!, ¡contén tus náuseas en la pescadería!- y no ceder cuando el estómago te pide albóndigas a las 2 de la madrugada.
¡Un poco de republicanismo, joder!
¡A la belleza le diremos "Sí"!
¡Nos rebelaremos contra todas las formas que adopte la fealdad no estética!
Pueblo de Madrid: ¡Muerte al neocapitalismo desquiciado! Ya hemos visto en qué ha convertido nuestras calles el libre mercado de la derecha asesina.


Yvs Jacob

lunes, 21 de febrero de 2011

¡Visto en Madrid!

Poco a poco van aceptando los españoles que en el espíritu de las leyes asoma algo así como la educación cultural de los pueblos. No es fácil aprender a vivir como lo harían los auténticos seres humanos, pero eso no significa que la sociedad deba conformarse con cualquiera de sus simulacros. La perfección existe, y también existe la perfectibilidad, ¡y que viva Saint-Simon, que tanto pensó para separar a los hombres de lo que en verdad son, puros y bárbaros animales!
Desempleado de larguísima duración -aunque en mi caso se debe a que no existe en el mercado laboral un empleo capaz de respetar mis conceptos de la creación, la dignidad y el ocio; ¡hostia puta, es que no hay empleos para héroes!-, de paseo por Madrid he tomado esta fotografía que retrata de manera ejemplar el camino hacia la salvación, porque, como sospechaba Walter Benjamin, la alternativa a la utopía es la catástrofe -la normalidad no existe-, y quién sabe si no terminaremos matándonos unos a otros más pronto que tarde.

En este asqueroso mundo, en el cual desde la fabricación de tornillos hasta la prostitución se cuentan entre las formas de vida del animal laborans, esto es, como diría Hannah Arendt, un mundo en el cual la sola justificación de que todo sirve como modo de ganarse la vida impide la consideración moral del trabajo, en este mundo, pues, los empresarios españoles se descargan de cualquier responsabilidad social, porque entienden que ya es bastante con proporcionar empleos y prestar servicios o realizar funciones. Como la ley antitabaco ha hecho desaparecer las colillas del suelo de los bares, aparecen ahora en gran abundancia a las puertas de los locales. "A fumar, a la puta calle", así lo entienden los empresarios de la hostelería en España, y la calle, claro, la muy puta, no es de nadie.
Pero mucho me temo que hay aquí una equivocación, porque cualquiera es responsable de las consecuencias directas e indirectas derivadas del modo como se gana la vida, y quien tolera que a las puertas de su local se acumule la mierda es tan cerdo como el que la arroja -y no basta con ganarse el pan, así de peculiar es el mundo de los hombres.
Por fortuna, un A-Team del mundo hostelero empresarial se ha decidido a combatir el placer que encuentran los españoles en la mierda pública -política incluida-, y de cuando en cuando aflora aquí o allá un imaginativo cenicero, y con él, eso que un pueblo superior como el francés llama "le petit bonheur". Ahora bien, queda mucho por hacer.
Lo que más ha llamado mi atención en las revueltas del mundo islámico ha sido ver a los manifestantes -al "pueblo", habría que decir- de la plaza Tahrir de Egipto ocuparse de la recogida de sus propios residuos. Avancé de rodillas hacia el televisor para asegurarme de que no se trataba de un poltergeist. Eran ciudadanos, ¡qué digo, seres humanos ocupándose de sus cosas en común!, y se ganaron inmediatamente mi simpatía, a pesar de que creo que ninguna revolución triunfará sin la muerte segura de Dios y de una buena parte de sus emisarios.
Por último, obsérvese el modo discreto como ha sido ubicado el macetero cenicero, semioculto, temeroso tal vez de sufrir las desagradables consecuencias del encuentro con un grupo de animales contrarios a los valores aristocráticos -y es de suponer que, por muy alto que sea el recipiente, los perros madrileños terminarían meando dentro de él si estuviese más a la vista.
¡Ah, amigos, a veces tenéis el mundo en vuestras manos!
(Mañana abordaré el siguiente asunto: ¿Sacará Esperanza Aguirre algún provecho de la complicación en el estado de su salud?).


Yvs Jacob

viernes, 18 de febrero de 2011

El mercado de San Antón, otra mierda del montón

En Madrid capital, siempre sucede igual: allí donde se tira abajo un edificio, se levanta, sin ninguna oposición, una mierda, y se despide así a la historia de la ciudad, como si nunca hubiese tenido lugar. Y nadie dice nada, claro, porque vivimos en democracia.
La mierda que se levanta suele ser muy moderna, una mierda moderna, o simplemente mierda, sin más, un muro de ladrillo, como puede verse en el nuevo mercado de San Antón. No obstante, ya ha sido colonizado, y el grupo del Corte Inglés abrirá allí un dispensador de delicias para gays, lesbianas y curiosos con ganas de ponerse pedo.
Se trata de la transformación continua que sufre la ciudad desde que cayó en manos de un alcalde ilusionado, ansioso de posteridad -creo que cuenta además con cinco vástagos.
Más gustaban a los madrileños los anteriores alcaldes, los simplones, menos aparatosos, y hasta el desaparecido Álvarez del Manzano se me hace más soportable que el destructor Ruiz-Gallardón.
Es muy posible que los analfabetos de la estética que asesoran a nuestro lamentable alcalde no lo sepan, pero el territorio de la modernidad hace frontera, entre otras muchas, con la vulgaridad, y es obvio que ni el mismo alcalde, ni, por supuesto, nadie de su equipo, se ha dado una vuelta por el mundo sobre el que operan con su ácido sulfúrico antes o después de perpetrado el acto terrorista. Es obvio que la Administración gestora no entiende en absoluto la ciudad, no la respeta, sólo la ve con los ojos enfermos de quien la entiende como recurso, pero aspectos como la historia, lo original, lo singular, lo propio, esos no consigue siquiera sospecharlos. Y poco a poco termina la democracia con el pasado, ingenua, satisfecha con la iletrada doctrina de que lo mejor siempre está por llegar, y que el futuro es más bonito que lo que ya fue.
En fin..., lo de siempre.
En la próxima entrega: "A la plaza de Isabel II le crecen unos bancos suecos que mejor quedaban en Suecia."


Yvs Jacob

miércoles, 16 de febrero de 2011

Recogida de firmas para la central nuclear de Lavapiés

Los abajo firmantes, vecinos de Lavapiés, estamos hasta los cojones de museos, espacios de arte y teatros, ya no queremos soportar más la inmigración rastafari ni a los hippies de mercadotecnia que nos llegan de todo el extrarradio, renegamos de todas las librerías independientes, pseudoespecializadas, renunciamos al muy castizo rastro de los domingos y, reunidos en pacífica asamblea, solicitamos a las autoridades competentes que concentren sus esfuerzos en procurarnos un futuro no sustentado en las pseudoartes ni en el multiculturalismo (?); los vecinos de Lavapiés reclamamos, exigimos para nuestro barrio una central nuclear.
La queremos con las turbinas grandes, para que se lleve la contaminación a la zona de los Carabancheles, y que abra todo el día, porque nos han quitado el Opencor de la Ronda de Valencia.
Queremos que la decoren los artistas del barrio, así echan la tarde con el spray, y sería muy bueno que habilitaran en ella una zona de acogida para toxicómanos, que no hay quien pasee al perro por Embajadores, y otra para orinarse y escupir, que las calles están muy guarras.
También hemos pensado en unos talleres para que los inmigrantes aprendan la lengua castellana y reciban valores al calorcito, durante el invierno, y cerca de las piscinas en verano, que se está más a gustito.
Por último, además de una dijcoteca, queremos dentro del resinto un campo de furbo y un mercado medieval, para quien se le dé bien trabajar el choto.
Creemos que la energía nuclear es muy bonita, y da mucho trabajo. Por cierto, ¿es compatible con el eMule?


Yvs Jacob

lunes, 14 de febrero de 2011

¿Por qué es siempre tan mala la ceremonia de los Premios Goya?

Caí primero por los alrededores del Teatro Real, y no dejé de preguntarme por el gasto de todo lo que allí se había dispuesto -si era merecido, también, y si merecía la pena, que son aspectos bien diferentes. A un lado y otro del acceso al edificio se habían apostado extraños individuos, a los que tal vez la careta siniestra que les cubría el rostro les había otorgado un valor del que deben carecer, seguramente, el resto del tiempo que pasan consigo mismos. Pero se advertía que un ministro iba a ser abucheado, y resistí muchos impulsos que me invitaban a largarme.
Algunas dudas me llevé a casa respecto de las pancartas que portaban los enmascarados. En algunas se pedía que se aclarasen el 11-S y el 11-M. Fue la mención a los segundos atentados la que me tranquilizó, porque por un momento temí haberme colado en la zona equivocada, "digamos que digamos que digamos" en la zona nacional.
Después de ver el vestido de la ministra González-Sinde, que poco más me permitieron los paraguas con que la organización ocultaba a los agitadores, me retiré. Era el momento de encender el televisor.
No sé qué impresión se habrá llevado Andreu Buenafuente, pero es obvio que "los Goya" no son en absoluto "los Oscar". Había dicho Álex de la Iglesia que su intención era la de acercar los primeros al modelo de celebración por excelencia, pero habrá que salvar todavía muchas diferencias. Para empezar, en ningún sitio acude una nube de gente a increpar a los actores -y no digo que no debiese hacerse alguna vez-, y menos aún se les arrojan huevos -lo que, de nuevo, encuentro apropiado para otro contexto. No lo sé, todo parecía demasiado diferente.
Otro aspecto más llamativo es la frialdad con que el público acoge el evento, sin ninguna risa, al contrario de lo que sucede con el "star-system" de Hollywood -allí la gente guapa se descojona-, y por mucho que el guión escrito para el presentador tuviese aciertos de humor, cuando nadie secunda al humorista, cuando nadie reacciona, joder, que de eso se trata, entonces lo que percibe el otro público en casa no puede juzgarse más que una mierda.
Para colmo de espectáculo patético español, alguien tuvo la idea de amenizar las dos horas de congelación con unas cancioncillas; y menos mal que la tecnología ha puesto a disposición del hombre medios varios para solventar el tránsito de un sobre a otro -mandos a distancia, reproductores mp3 con auriculares y la puerta del cuarto de baño...
No comprendo lo que sucede en esas ceremonias españolas donde hay entre el público tanta gente guay. No saben pasarlo bien, están demasiado ansiosos, son demasiado profesionales. Yo no sé.
En fin, que viví una vez más momentos de mucha vergüenza, aunque debo admitir otra duda: no sé si será culpa de "los del cine" o de "los de la televisión".


Yvs Jacob

domingo, 13 de febrero de 2011

Confirmado: María Dolores de Cospedal arderá en el fuego del infierno

Aunque en España no existe política, lo más parecido a ella que somos capaces de practicar es una suerte de chantaje improductivo, incluso en la no política española, no todo habría de estar permitido. Para que existiese política, sin caer en lo que Hannah Arendt llama "la ficción comunista", en referencia a la siempre temible, para algunos, homogeneidad social, habrían de reconocerse unos intereses comunes al conjunto de la ciudadanía, o cuando menos, habrían de entenderse la instituciones democráticas al modo como entre los británicos se originó el parlamentarismo: no para poner el pie en el cuello al adversario político, y ser, en consecuencia, su enemigo, por mucho que haya entre la ingenua pseudointelectualidad española quienes se nieguen a emplear ese término -"enemigo"- para mencionar a quien lucha con todos los medios inmorales a su alcance con el objetivo de ganar el poder que da derecho a vivir ostensiblemente a costa del erario público. El parlamentarismo británico, ahora en decadencia, como todo lo demás en nuestro mundo, se fijaba como meta que cada facción ideológica realizase sus intereses, no que renunciase a ellos, si bien con el límite acordado por los demás afectados, que están presentes en las Cámaras por sus auténticos representantes, que se ganan el voto en las distancias cortas, no como los politicuchos españoles, que siempre preferirán la corbardía de la lista cerrada.
Ahora bien, en España no existen intereses comunes, ni tampoco es posible un acuerdo en cuanto a los límites de los intereses que cada parte busca realizar, porque la democracia española se inspira en el modelo francés, lo que significa que: o gobiernan unos o lo hacen otros, pero quien no gobierna, tampoco puede ver medio colmadas sus esperanzas. La diferencia es obvia, y la consecuencia derivada de ella se llama "frustración", "insatisfacción aguda y permanente", que deriva a su vez en desesperada, pecaminosa ansiedad, gula de poder.
Este cuadro patológico se aprecia en su conjunto en "el trío del terror" -María Dolores de Cospedal, Cristóbal Montoro y Esteban González Pons-, que acumula más odio en sólo tres individuos que todo el que es posible imaginar que haya ahora mismo sobre la tierra -y sería injusto no mencionar a su corifeo, san José María Aznar...
Pero lo peor de todo es que De Cospedal, lejos de quedársele la cara hecha un cuadro cada vez que se desmonta una de sus mentiras, vuelva a la carga, redoblado su odio, y a mí me desconcierta, porque si estos son los católicos modélicos que quieren gobernar a los españoles, los católicos que reciben, que educan en valores en casa, yo ya me manifiesto a favor de cualesquiera sátiros y libertinos, inmoralistas todos, que no cuenten entre sus delirios de incompetencia la designación en nombre del bien, de la razón o de la necesidad, ni, por supuesto, se empeñen en emplear la destrucción de todo como medio de acceder gobierno.
¡Ay, qué poca confianza puede tenerse hoy en esos españoles lerdos!


Yvs Jacob

viernes, 11 de febrero de 2011

Así que Rodrigo de Rato no era tan listo...

Claro, hablamos del mismo que negó que en España hubiese algo así como una burbuja inmobiliaria, el mismo a quien completaba como en un coro el ahora "enrebeldonado" Álvarez-Cascos, a quien se debe el ya célebre adagio "los pisos no están caros, los precios suben porque la gente los compra". ¡Olé, olé y olé! ¡Con dos cojones!
No me gusta emprender una defensa fanática de nada, pero creo que el presidente Rodríguez Zapatero, que tantos y graves errores acumula, ha acertado al no cargar directamente contra De Rato, y al tener en cuenta que, por desgracia, tal vez, De Rato fue un español al frente de una institución internacional, lo que pocas veces se ve, y no conviene mostrar a tanto público lo que pensamos dentro del país acerca de la incompetencia de unos y otros españoles, por si acaso no nos vuelven a ofrecer un cargo de esos donde se paga muy bien por no hacer nada.
Muy diferente es, por supuesto, el modo como reacciona la derecha irresponsable que cultivamos en España, una especie autóctona imposible de exportar.
No obstante, soy más partidario de las declaraciones de la vicepresidenta y ministra de Economía, que se ha permitido una pequeña ironía -en la medida de sus posibilidades, supongo- respecto de la pericia de alguno que se tenía por muy avanzado economista y con ganas de que lo adorase la democracia divinizante, muy española también.
Pero una cosa es saber mucho de algo y otra bien diferente que a uno le paguen por no hacer nada, que es más o menos a lo que debió de dedicarse Rodrigo de Rato en el FMI, y a lo que se dedicará ahora en Caja Madrid, porque que nadie se engañe, en las instituciones económicas, la cara de los verdaderos técnicos nunca sale a la luz. Eso sí: hay rascaduras de huevos que cuestan una pasta gansa.


Yvs Jacob

jueves, 10 de febrero de 2011

Ana Botella, ¡pero mira que eres simplona!

Ana Botella pertenece a esa raza ibérica de políticos intrascendentes, y hasta el término "político" aplicado a ella debe matizarse, porque le corresponde en tanto que se dedica a servir a lo público -¡atención, no más que una definición!-, y no porque cuente con alguna virtud para ello, sino por puro y triste apetito de ostentación del cargo, algo extraordinariamente común en la derecha española.
Es de la estupidez más absoluta atribuir o concentrar las preocupaciones ecológicas en la izquierda política, y despejar a la derecha de cualquier implicación en el cuidado del medio ambiente y de la salud pública. Hay muchos aspectos que no son susceptibles de una ideologización fanática, porque el mismo aire respira el cretino que vota a la derecha que el entusiasta de la jovialidad socialista. Pero en España no existe ningún espacio en que no se hayan excavado las trincheras, y si para colmo una simplona sin talento ni vocación como Ana Botella queda al cargo de cualesquiera competencias, entonces es mejor que el ciudadano se arme un búnker en su casa y no salga de ella hasta las próximas elecciones, porque ya ha sido probado lo peligrosos, lo letales que pueden llegar a ser los tontos.
Pero, ¿a qué se dedica exactamente Ana Botella?
Para una persona con auténtica, sincera entrega a la sociedad desde la política, no pasar a la historia, incluso a la pequeña historia de la ciudad, es cuando menos una tragedia, pero en el caso de Ana Botella, que siempre será lo que no dejó de marcharse cuando se fue su valedor devaluado, ¿qué podrá decirse en un tiempo tan reciente que apenas podría ser considerado historia? Absolutamente nada, aunque existen por fortuna las hemerotecas, donde el periodismo ha coleccionado sus disparates, propios de quien no tiene la menor idea de aquello que dice o hace. Porque, ¿a qué coño se dedica Ana Botella? ¡Oye, ni puta idea! Pero seguro que cuenta con un par de coches oficiales y varios guardaespaldas, atributos que en España hacen al político, para sorpresa de las democracias avanzadas. Y así nos va, claro, lo que no sorprende, por cierto, a ninguno de los ciudadanos de aquí.
¡Ah, Ana Botella, ojalá que la lluvia ácida deje de ser milagro y te caiga un chaparrón!


Yvs Jacob

martes, 8 de febrero de 2011

Pseudointelectuales en Telemadrid, a vueltas con el 11-M

Cuando se leen las páginas de la no filósofa Hannah Arendt en Sobre la violencia llama la atención que mencione, aunque con discontinuidad, la importancia de lo imprevisto en el mundo de los hombres. Nunca se insistirá lo bastante en ello, pero el mundo de los hombres, en tanto que antes y siempre ya constituido, en nada se parece al mundo de los jabalíes.
En el último programa de Sánchez Dragó pude escuchar algunas barbaridades propias de la pseudointelectualidad española. Los invitados fueron el muy desplazado Joaquín Leguina, que parece tener algunos problemas con el concepto de independencia, y tampoco distingue en absoluto la crítica interna deseable de toda ideología del servicio gratuito a los adversarios políticos, y el nefando Hermann Tertsch, al cual el odio consume tanto el cuerpo como la inteligencia, y por los argumentos mal traídos que expuso, se apreciaba que sus apresuradas lecturas liberales no han sido todavía digeridas, y nunca lo serán, porque los neoliberales españoles tienen un serio problema, y es que conjugan la libertad absoluta del individuo con una raza de muy malas personas, lo que sólo produce miseria sobre la miseria.
De Joaquín Leguina sólo quiero decir una cosa: la promoción de un libro nunca debe ser la finalidad de la obra escrita, y si de verdad se cree con autoridad para combatir la jovialidad del nuevo socialismo, crítica en la que coincido, antes que denostar a los líderes, y en consecuencia, a todo un partido, es preferible entretenerse en la composición de obras donde se contenga la teoría, y no en las que abunde el chascarrillo a modo de "prueba".
Pero voy con la línea principal que mantenía la charla de Sánchez Dragó y Tertsch: la ilegitimidad de la victoria socialista tras los atentados de marzo. Dijo Sánchez Dragó que debe votarse con la cabeza y no con la pasión, como si, al margen de los crímenes soportados por la ciudadanía española con causa en la irresponsabilidad del Gobierno de José María Aznar, fuese el acto de votar uno libre y meditado siempre, o como si la elección de la mejor opción entre las peores, que no otra cosa es una votación democrática "a la española", se debiese a una reflexión en cuanto a las propuestas de los políticos, sus posibles logros y sus posibles consecuencias. Es cierto que no sucede así, y ni siquiera en el caso de auténticos intelectuales libres.
En la obra clásica de Hermann Heller, Las ideas políticas contemporáneas, traducida al castellano nada menos que en 1931, puede leerse que votar es sobre todo un acto complejo, principalmente emocional, y no me entretendré en el posterior concepto de ideología en Louis Althusser, penetrado de emocionalidad en su totalidad, y quizá estos antiguos rojos, y ahora, según ellos mismos, por fin clarividentes, habrán leído su obra, o quizá ya eran por entonces, cuando rojos, igual que ahora, meros propagandistas de lo que desconocen.
Para las mentes de corto alcance, baste lo siguiente: ser de derechas o de izquierdas es decir o no a infinidad de cosas, y en ello, la razón, como sospechaba Friedrich Nietzsche, es sólo un medio entre otros, tal vez incluso inadecuado.
Por fortuna, fue la pasión -las emociones- de la mayoría la que privó a España de otro gobierno de la derecha analfabeta. Y ojalá que esa sabia irracionalidad nos vuelva a librar de quienes con increíble irresponsabilidad arrojaron al pueblo español en las garras de lo imprevisible, y no es para otra cosa que existen las instituciones democráticas de gobierno, sino para prever.
Y así hablaron los portavoces de quienes quieren arreglar España, ¡y su Dios nos libre de ellos!, o librémonos, pues, nosotros.


Yvs Jacob

viernes, 4 de febrero de 2011

Angela Merkel se da un paseo por las colonias

España ha vuelto a disfrutar de aquello que más placer le produce, después del halago, claro: la humillación. En ningún otro país se hubiese presentado la cumbre con Alemania del modo como en España un cierto periodismo y el Gobierno en general lo han hecho. La idea de que Angela Merkel tenía algo que aprobar sobre las medidas tomadas por un gobierno democrático que no es el suyo nos ha mostrado ante el mundo como un país sin dignidad, y a nuestro Gobierno, como el más infantil e inmaduro de todos los posibles. Me atrevo a decir que la propia Canciller no daba crédito a lo sucedido, al postrarse ante sus pies una nación entera, en las personas de sus representantes legítimos, que le imploraba benevolencia. ¿Pero qué clase de limosna estamos pidiendo?
Es fácil hablar de competitividad cuando se domina el ámbito de las exportaciones, cuando se cuenta con una industria poderosa, cuando por mucha que sea la población del país en cuestión la tasa de desempleo permite considerarlo dentro de la categoría del "paro residual", propio de quienes prefieren esperar su oportunidad o no quieren trabajar, directamente. Pero en el caso español, lo que parece que no recibe la atención que merece, la fracasada huerta de Europa, el asilo ahora ruinoso al que se había confiado el descanso del trabajador europeo, en definitiva, el caso de un país que había entregado la supervivencia de sus ciudadanos a una industria más veleidosa que las demás, como lo es turismo, con una agricultura que debe competir con la de otros países que, sin ser miembros de la Unión Europea, invaden, en virtud de inteligentísimos acuerdos de amistad y preferencia, el mercado del continente; un país que, si no construye casas, carece de ninguna otra producción, más allá de la automovilística, cuya fidelidad cuesta bastante cara al Estado central y a las Autonomías; en este caso, hablar de competitividad suena a broma pesada, porque competitivos ¿en qué?
Para colmo, se extiende el rumor en Europa de que los salarios españoles son elevados, y de que los españoles, en general, viven por encima de sus posibilidades. ¿Sería eso posible? Cuando el salario de muchos españoles iguala o es menor al de muchos pensionistas, ¿acaso fue alguna vez el lujo tan vulgar?
Y son precisamente los Estados gobernados por la derecha los que trazan nuestro destino, los que estimulan todo tipo de privatizaciones, como si les fuese posible a los españoles cubrir con sus salarios el conjunto de lo que todavía financia el Estado, una vez muerto papá.
No.
De nuevo, se ha hecho el ridículo. Es posible que Rodríguez Zapatero haya sentido una mayor y más cómoda proximidad a los países ricos y con poder dentro de la Unión, pero para ellos sólo seremos el chico tonto de los recados.
¿Tan difícil es para la izquierda española reconciliarse con la obligada dignidad nacional?


Yvs Jacob

miércoles, 2 de febrero de 2011

La democracia, el Islam y qué malo es Occidente

Me gusta definir Occidente como "un teléfono móvil y una ducha diaria", y parece que estos logros, quizá más el primero que el segundo, se extienden de modo imparable por todo el orbe; es decir, en realidad, Occidente no merece mucho la pena.
He intentado prestar atención a los acontecimientos en el mundo árabe. Tras el esfuerzo, me resultan igual de ajenos que antes de haberme sido presentados por periodistas e intelectuales. He consultado Le dérèglement du monde, de Amin Maalouf, donde se trata el conflicto de civilizaciones entre Oriente y Occidente. El entusiasmo de Maalouf respecto de la libertad en el mundo árabe es evidente, y como entusiasta, abunda en argumentaciones demagógicas, aunque es posible que ligadas al torrencial buen rollo que las dispone, y no a un macabro ajuste de cuentas.
De indudable honradez es su observación acerca de la culpabilidad de Occidente en cuanto a la situación actual de los países árabes -Maalouf lo exonera. Es cierto que Occidente guarda mejores relaciones con tiranos y dictadores que con Estados democráticos -es más barato, sólo hay que comprar a un individuo, y ecológico, porque la vida se mantiene así en niveles bajos de consumo. Esto significa que las revoluciones necesarias que esos países deben abordar habrán de hacerse por completo desde el interior de ellos mismos, como parece que está sucediendo. Yo me alegraba por ello, porque la destrucción de lo establecido sin legitimidad tiene para mí lo sublime de un arte sin medida. Ahora bien, me entero de que, una vez expulsado de Túnez el dictador Ben Ali, el líder islamista Rachid Ghannouchi regresa tras veinte años de exilio, y miles de personas acuden al aeropuerto para recibirlo. Mientras tanto, intelectuales muy delicados defienden en España que los países árabes están preparados para la democracia, y lo dicen con fervoroso aliento, y casi molestos con quienes se atrevan a afirmar lo contrario: "claro que están preparados".
Vamos a ver, vamos a ver...
Es obvio que no están del todo preparados, o, al menos, que no todos, por no decir muy pocos, están preparados. La democracia sólo es posible cuando los hombres están dispuestos a arder eternamente en el fuego del infierno, lo que significa que es incompatible con todas las supersticiones. En democracia, todas las ficciones son útiles -véase, por ejemplo, la igualdad-, pero la superstición engendra esclavitud forzosa, y en democracia debe quedar siempre abierta la posibilidad de deponer sin derramamiento de sangre a quienes gobiernan, como decía Karl R. Popper, y debe ser posible la elección de los propios amos sin ninguna coacción, que lo digo yo, y hasta el punto de que un hombre se elija a sí mismo como dueño y señor, hasta el punto de elegir quemarse por toda la eternidad en el fuego del infierno. Esto no lo permite el Islam, que como toda religión que se precie se alimenta de la simplicidad de los hombres y de su hipocresía.
La democracia, no obstante, se parece en algo básico a creer en Dios: hay que apostar, como diría Pascal, pero en la apuesta hay que ir con todo. Me he reído mucho estos días cuando algún periodistilla ponía énfasis en la expresión "democracia plena", como si hubiese otro tipo de democracia -la que no es plena, que tampoco es, con propiedad, democrática.
Si algo puede exportar todavía Occidente, pues, es el sacrificio de sus dioses, lo que en Intereconomía se conoce como "libertad luciferina" -la verdad es que la cadena ha alcanzado aquí su clímax poético-, y que cada cual se las apañe para entrar en el Cielo. Mientras eso no sea posible, el cambio de unos presidentes por otros sólo pasará de unas manos a otras las llaves del corral.


Yvs Jacob