miércoles, 16 de noviembre de 2011

Jueguecitos de edición en el "Festival Eñe"

Pasó la tercera edición del Festival Eñe, que fue tan sosilla como las anteriores; apenas una o dos charlas con los autores entre lo más interesante -la permanente impostura intelectual de Andrés Trapiello y un, quizá, accidental Félix de Azúa, que no habló de nada en concreto. Por lo demás, sólo me cabe agradecer a los organizadores la subida a la azotea del Círculo de Bellas Artes sin abonar el ridículo euro de rigor y la vista de los tejados de Madrid -desde arriba, uno llega a olvidar toda la mierda que encuentra abajo. Es un ejercicio espiritual la contemplación de la ciudad desde la azotea, pero tal vez no lo más sobresaliente de esta institución cultural: el Círculo de Bellas Artes cuenta además con otro mérito destacado, a saber, la única cafetería de todo el mundo donde el café Illy sabe a rayos -¡exijo una pronta reparación!
Había por allí mucha gente muy guay, como suele ser la gente del libro. Como se anunciaba la presencia de Agustín Fernández Mallo, elegí de mi armario una camisa muy recia que tengo de militar, a la que llamo, no sé muy bien por qué, la "zamarrita", y me la puse, no por ir como un modernillo -en cuyo caso tendría que haberme pegado con imperdibles una menina a la espalda o una guitarra de Picasso-, sino por si acaso me lo encontraba en las escaleras y había hostias. Pero no llegamos a encontrarnos. Mucha gente de acá para allá, arriba y abajo en los ascensores, gente codeándose con esas celebridades a medias que son los escritores, y había también muchos editores, o técnicos de edición, que es más preciso y hiere menos. Agotadas las opciones de un programa agotado, parecía de lo más interesante echar un vistazo a la principal actividad sanguinaria del festival, el encuentro de no-autores con técnicos de la edición, que se hacían pasar por editores. Había por allí quienes opinaban "que era una actividad superguay" y "que estaba super de puta madre", que entiendo yo que puede tomase por una aceptación enfática del hecho. Los técnicos de la edición explicaban a una selecta cosecha de no-autores el proceso por el que un no-autor se convierte en autor, tras superar las duras pruebas impuestas por los técnicos de la edición. Los no-autores querían conocer esas pruebas y superarlas, y explicaban a los técnicos de la edición que tenían una obra que era la repolla de buena, y que su editorial se iba a forrar si la publicaba. Un autor (no-autor) explicando su obra... Yo suponía que el autor (no-autor) ya había escrito esa obra, ¿por qué tendría que explicarla? ¡Ni que estuviera por allí George Steiner!
Como sé que ya están recogiéndose ideas para la próxima edición, propongo al comité en cuestión pasar a la segunda etapa: del no-autor al autor, y ahora, la vida de un autor novel, que tendría que superar algunas novatadas por parte de sus compañeros de profesión. Un autor novel es el que se da entre una edición y la siguiente del Festival Eñe, es decir, se es novel durante un tiempo ñ, pero alcanza la mayoría de edad, no con otra obra -tal vez un tiempo ñ sólo sea fructífero para Alatristes y similares-, sino en el trato con sus colegas.
Ahí van algunas ideas para la próxima edición: autor novel precipitándose por las escaleras (actividad cronometrada); autor novel lamiéndole los zapatos a Rafael Reig (hands off!); autor novel contando el número de personas que caben en el ascensor -obsérvese que en lo que tarda uno en subir a la azotea Juan José Millás escribe tres cartas...
A mandar.


El Tunante Bogavante para Basuragurú