domingo, 17 de junio de 2012

Europa, Europa...

Es una obviedad que en Europa existen países, naciones o pueblos ricos y otros que no lo son, y estos no son pobres porque no sean lo bastante ricos, sino que son pobres en sentido completo y estricto, pues la pobreza no es en absoluto falta de dinero. Entre los países pobres se encuentran aquellos cuya población es contemplada como mano de obra de segunda categoría, es el caso de la Europa del Este, como en algún momento fue la Europa del Sur, mano de obra adecuada para todo tipo de trabajos que, curiosamente, no en los países ricos, sino en aquellos que creen serlo y no lo son -España...-, se han abandonado a la ley de mercado más implacable, la que sólo busca el abaratamiento extremo de los salarios y el mayor beneficio para quienes lo obtienen tanto de las actividades de los trabajadores como de sus productos, y se encuentran también, entre los países pobres, aquellos otros que se denominan comúnmente "de tenderos y taberneros" -España, Italia, Grecia... España, caso singular, es un ejemplo paradigmático de país pobre. Por un lado, su población ha abandonado buena parte de los trabajos que en la Europa rica continúan realizando los ciudadanos de los países ricos, entre otras cosas porque allí se considera a los trabajadores nacionales como trabajadores de la primera categoría europea, ciudadanos que participan en la preservación de lo común propio, su nación, mediante su modo de vida, mientras que en España los antiguos trabajadores se han jubilado en su mayoría -es comprensible, no habían tenido infancia-, y cualquier actividad no relacionada directamente con la construcción y la hostelería ha sido liquidada, al entenderse que la riqueza de un país se crea y alimenta con el turismo y la especulación inmobiliaria. Cuando ha sido la pobreza, la misera del país lo que ha resultado de la confianza en motores tan frágiles, la especulación y el turismo, nos hemos quedado los españoles como descolocados, como quienes se sitúan frente a un acontecimiento sorprendente e imprevisto, y empezamos a culpar a "la Merkel", a los prejuicios por todos conocidos de los países ricos porque ya no podemos vivir como creíamos que estábamos viviendo. Se nos había olvidado que en Europa se tenía una imagen, una idea de nosotros, aquellos semibárbaros muertos de hambre que emigraron a las ciudades industriales alemanas y a los que se acogió, por falta de peor acondicionamiento, en antiguas cuadras para caballos. Esto se nos ha olvidado porque creíamos ser un país rico, y entre países ricos ya uno mira al otro directamente a la cara, y no a los pies. Así, igual que nosotros despreciamos a los trabajadores de la Europa del Este, que vienen a España a ponernos los enchufes al revés, porque es más barato que ellos nos pongan los enchufes -no obstante nuestro registro olímpico de desempleados-, porque nosotros hemos renunciado a estos trabajos por ingratos, porque los empresarios españoles no se harían ricos si no contratasen a los trabajadores más baratos, así la Europa de los países ricos desprecia a unos y otros, países pobres de mano de obra de segunda categoría -los que han emigrado o tienen que emigrar- y países de taberneros -España, Grecia... Pero España es un pueblo de taberneros con truco, de natural delirante: si en Italia un negocio hostelero es de carácter familiar, desde quien cocina hasta quienes sirven las mesas, porque supone el modo de vida de una familia, en España es familiar porque una familia vive del trabajo de empleados sudamericanos convenientemente mal pagados, y es así porque ningún español se resiste a la tentación de hacerse jefe si puede explotar a otros miserables, ni contrataría a otro español si puede pagar peor a alguien que no lo es. Y a mí se me ocurre ya que tanto culpar a "la Merkel" de que en España se hayan construido millones de viviendas con los enchufes al revés, se hayan abierto miles y miles de bares y restaurantes con trabajadores de vaya uno saber de dónde han salido, se haya desatendido el fracaso escolar y nuestros jóvenes ni sirvan mesas ni peguen ladrillos ni sepan enderezar los enchufes, ya todo esto se me antoja histeria colectiva y deliciosa borreguería que da para unas cuantas comedias la mar de españolitas. Estos episodios recientes de la historia de España se cuentan entre los más enloquecidos y grotescos de cuantos puedan haber sucedido a toda la humanidad; pero es que hasta la categoría de lo grotesco se muestra imprecisa, por la magnitud, para identificar la ensoñacion tan española: ¡pero dónde se ha visto que los pobres necesiten sirvientes! ¡Cómo demonios se ha producido todo esto!
Para matarnos a todos...


Yvs Jacob


P. S.: Grecia, por cierto, ¿pues no fue allí donde les había dado a unos por pensar? Ay, el tiempo... que todo lo borra.