lunes, 28 de septiembre de 2009

Jim Jarmusch en la Filmoteca Española

Yo estuve allí; yo lo vi todo. Jim Jarmusch es un tipo alto con pelo blanco y la cara contraída de otro mamífero superior. Parece 'buena gente', la verdad, y sus películas son divagaciones poco ambiciosas, semejantes al puro entretenimiento de su autor, más que rodadas para la exhibición ante un público numeroso. Lo acompañaba al estreno alguien que no sé quién es, que se parecía mucho a él, que no se separaba de él, y que debía de ser el mismo Jarmusch en su juventud. No soporto a las personas cuyo empeño es ser otra persona que tienen siempre delante; no lo comprendo, en fin...
El público se había convocado por sus propios medios, y ya a las 2 de la tarde se dispuso la cabeza de la cola humana ante la taquilla -que abría a las 4.15 pm- con sillas y utensilios para el almuerzo. Quizá lo más atractivo de esa hora fue la enorme paella que se cocinaba en el Pasaje Doré. Nunca lo hubiera creído, y por más que la examiné, no me convencí de ello: ¡les estaba saliendo buena!
Regresé después, a la hora del café, y ¡menuda sorpresa! Jim Jarmusch estaba allí, nada menos que Jim Jarmusch. Parecía, sobre todo, americano, y si algo hacen bien los americanos, es serlo. Le faltaba una guitarra Gretsch colgando, pero deben de ser la hostia de incómodas para ir por la calle o mear en los bares. 
Donde hay famoso extranjero, no falta pelota español. Y algunos aparecieron. Yo daba sorbitos a mi té cuando apareció Pedro, esto es, PEDRO. Pedro me cae bien; lo encuentro poco formado, sobre todo cuando habla de política en la televisión o en la radio, pero entiendo que no sea su ámbito -hay pocos transexuales en los partidos españoles, no son todavía una minoría considerable que necesite protección democrática-. Por lo demás, la escasa formación de la intelligentsia española es una nota siempre distintiva de nuestro universo cultural aceporrado. 
No tardó en hacer su presencia Ray Loriga. No puedo deciros qué hacía Loriga allí; es siempre algo que me he preguntado: ¿qué hace exactamente Loriga? Pero lo más bochornoso estaba por llegar. 
Las entradas se agotaron pronto, y toda la fauna jarmuschesca se concentró frente a la pequeña oficina donde se refugia el vigilante de seguridad de la Filmoteca a comer pipas. ¡Vaya por Dios! ¡Tanta cultura y no hay entradas para todos! Las protestas se radicalizaron, y la gente empezó a agolparse como si una entrada fuera el mismísimo pase a los Cielos, ¡una entrada gratis para ver una película de Jarmusch! 
Jarmusch, por su parte, vivía ajeno en el callejón, como los buenos toreros, donde lo refugiaban Pedro y Loriga, quizá compartiendo con él algunas consultas poéticas que sólo quienes han vivido en el East Village neoyorquino pueden formular. No estoy preparado para ese 'subidón'.
Alguien de la Filmoteca empezó a improvisar entradas; las manos levantadas, los cuerpos como burbujas ascendentes y el espectáculo. Como quien reparte golosinas, el san Pedro improvisado iba soltando aquí y allá una muestra de su graciosa voluntad de Cielo, y los jarmuschianos retrasados lo seguían suplicantes: '¡a mí, a mí, a mí... !". Hubo afortunados.
Yo no participé, pero me cayó un resfriado.


Yvs Jacob