domingo, 26 de junio de 2011

Ruiz-Gallardón te cobra el suplemento de 1€ por llevarte y traerte del aeropuerto -que te robe un rumano no tiene precio

Nuevos Ministerios. No tardo en advertir que he caído en un avispero de ladrones. Nueve rumanos forman casi un equipo de fútbol, aunque puestos en fila, de la más pequeña al gigante rubio, parecen la versión triste de los hermanos Dalton. Nueve rumanos no pueden pasar desapercibidos, ni sumarían entre ellos la menor intención de una buena acción. Hay demasiadas seducciones que viajan en metro. (Estos rumanos son a la moral lo que los chinos a todo lo demás: el margen).
Bajan la escalera mecánica en tromba mientras los turistas se distribuyen por todo el Andén 1 de la Línea 6. De hecho, suben y bajan las escaleras mecánicas sin descanso, de una presa a otra. Sin la menor precaución, todo descaro y desparpajo, la banda se pasea entre las maletas, observa atentamente las mochilas a la espalda y los bolsos en bandolera como quien pretendiese asegurarse de que está todo en su sitio. Qué cierto es eso de que unos trabajan cuando otros descansamos. Causan la misma impresión que los agentes de policía comprobando un vehículo sospechoso de contener una bomba; la misma mirada, idéntico sentido del deber. El mal también tiene sus profesionales, y casi los exoneramos con la admiración que despiertan quienes hacen el bien -primera paradoja que llamaré "paradoja de Musil", llevarse la impresión de una acción bien hecha aun cuando se origine en un defecto, en un mal.
Todo comienza en el aeropuerto, en la parada de metro que corresponde a la T1. Una barrera de guardias de seguridad hace imposible que nadie acceda o salga del aeropuerto sin abonar un suplemento al billete de viaje correspondiente. 1€. Ese miserable 1€ debe de ser de suma importancia para la empresa vinculada al ayuntamiento, es la categoría del progreso. Sin embargo, una vez el turista lo ha abonado, ya puede quedar libre y olvidado, a merced de la suerte, puede perder todo lo que lleva, pero habrá satisfecho la civilizada participación en los servicios que presta un Estado avanzado -cuidar de sus pertenencias es cosa de cada uno en el mundo que quiere ser liberal. Nunca lo he sufrido, pero que te roben la cartera apenas aterrizar en un destino turístico, seguro que es como para cagarse en la hostia puta y en mucho más, y, sobre todo, para no volver. (Personalmente, me apasiona Madrid, pero no entiendo qué habría de hacer aquí un turista más allá de esnifar cocaína y tatuarse alguna gilipollez. No entiendo qué se puede hacer en Madrid).
Los rumanos ya dominan la ciudad.
Cuatro días atrás, tomo el metro en Gran Vía. Siempre viajo con una mochila Altus, el modelo Esquí Montaña -perfecta, una maleta blanda cuyas dimensiones la hacen insuperable, ya sea en su capacidad de almacenamiento o en su diseño, imperecedero, no sujeto a esta o aquella moda en el pijo mundo de la tecnología aplicada al ocio campestre. Sólo tiene un bolsillo en diagonal donde ni un idiota guardaría la cartera. Apenas entro en el vagón, cuatro rumanas sentadas al modo como se sientan las rumanas, sacándose la mierda de las uñas de los pies y hablando un idioma endemoniado que es quizá la primera de sus condenas. A una se le ilumina la cara al verme vestido como un turista. A mí también; la miro y sonrío como el gato de Cheshire: quiero que me vea bien. Por si en el vagón no nos hemos dado cuenta todavía de qué hacen allí las rumanas, que entran y salen detrás de la gente en cada parada y van y vienen de un vagón a otro, una de ellas atiende a la relación de estaciones de la Línea 5 y cuenta con los dedos. Son dimuladísimas. Parecen de los nuestros.
Es de regreso cuando me topo con la selección mixta de fútbol de Romanía. Echo en falta mi espada láser -es una lástima que hayamos de tomar tantas precauciones tras los atentados del 11-S, quedamos así al capricho de otros enemigos que viven del mal con medios nada sofisticados. Otra paradoja de la civilización: se ha impuesto el discurso de los triunfadores, y, sin embargo, la sociedad se ha quedado sin medios de autodefensa.
Dentro del vagón, que tiene una pantalla de televisión por cada dos metros, nueve rumanos acosan a unas turistas italianas -sería imposible salir de allí con todo lo puesto. De nuevo, echo de menos mi espada láser. Me digo: "seguramente, no tardarán en aparecer los guardias de seguridad del metro". Pero lo cierto es que no aparecen. Es la era de la videovigilancia, pero quizá no hay nadie mirando las pantallas, quizá toda la seguridad del metro está ocupada en que nadie acceda a este transporte sin el título de viaje reglamentario, quizá somos los españoles un gran pueblo, después de todo. Incluso si las pantallas de control se mirasen después, no a tiempo real, nueve rumanos, un día tras otro, tras otro, tras otro, nueve rumanos con el pelo teñido, con chaquetas apoyadas en el brazo mientras los demás morimos de calor, nueve rumanos no pueden pasar desapercibidos.
Hace un par de meses un negro me pidió que le hiciese una fotografía junto a uno de esos carteles tan ingenuos que el ayuntamiento coloca con este lema: Bienvenidos a Madrid. Todavía no habíamos salido de la terminal. Diez minutos después, ya corría escaleras arriba en el metro sin la cartera.
Nueve rumanos son casi un equipo de fútbol. Hay quien dice que la industria española más potente es el turismo... ¡Como para confiarnos un arsenal nuclear!


Yvs Jacob