miércoles, 9 de septiembre de 2015

Carta de un español (por desgracia) a un refugiado sirio

Amigo sirio que vienes a España,

déjame decirte antes de nada que esta España a la que llegas es un país en ruinas a punto de desaparecer, hace un par de décadas decidimos que era mejor para nosotros vendernos a los chinos, hacernos chinos, chininizarnos, y al principio la encontramos muy divertida esta colonización silenciosa china -te compras una lata de mejillones, una llave inglesa y un objeto decorativo a las 12 de la noche y tan contento para casa-, pero ahora que hay una tienda "de chinos" por cada tres vecinos ya sabemos que en el futuro cercano van a convertirnos en gelatina. Tú puedes unirte a nuestro destino o probar suerte en otra parte; yo quiero ayudarte en la escasa medida de mis posibilidades en la toma de decisiones tan importantes, tal vez todo lo que te cuente pueda resultar extraño y hasta violento, pero lo escribo desde la más absoluta honestidad, y creo que si no te lo cuento yo, nadie querrá hacerlo.
Hay un texto ya clásico de Julius Fast en el que encontré por casualidad una cita que no me resisto a compartir contigo, es perfecta para que te hagas una idea del país al que vienes y de las otras posibilidades que se cerrarán si no despiertas a tiempo. La obra de la que te hablo se titula Body Language y en ella se decía lo siguiente: "los alemanes... quieren saber exactamente qué derechos tienen, y creen que solo una obediencia en buen orden a ciertas reglas garantiza una conducta civilizada". Por si no se entiende: estuve de viaje este verano en Baviera sin ver un solo policía durante toda la estancia -el único que vi se encontraba en el aeropuerto, y no parecían gustarle los hombres bajitos con barba. Esto da que pensar, amigo sirio, imagina que me sucede algo en Alemania, que también puede suceder y sucede, ¿a quién acudir y quién acudiría en mi auxilio? Podría sucederme algo allí y no sería capaz de distinguir un policía de un tendero o de un conserje con uniforme, todavía no sé cómo viste un policía en Baviera. El verano anterior estuve en Copenhague -disculpa si te aburro con mis vacaciones de verano, parezco uno de esos profesores universitarios...-, y tampoco allí se dejaban ver las fuerzas del orden, a lo mejor en algún momento cruzó delante de mí un vehículo de la policía, pero sinceramente, no lo recuerdo. Sí vi en una ocasión a dos policías en Frankfurt, uno de ellos era un rubio de pelo largo que llevaba un pendiente -¡cómo no habría de recordarlo! En España la presencia policial es incomparablemente mayor que en Alemania y en Dinamarca, ya lo verás. Personalmente, no tengo nada en contra de la presencia policial, no me considero dentro de un perfil delictivo, no tengo problemas para comprender el concepto de libertad social ni me siento incómodo por el límite que toda libertad me impone, soy así de simplón. No obstante, no puedo dejar de preguntarme por qué un alemán o un danés no necesitan que haya apenas policías en sus calles cuando un español se cruza con ellos cada pocos metros. La presencia policial en nuestras calles tampoco ha resuelto muchos de nuestros problemas, yo diría de hecho que nos deja perplejos, a mí al menos. Hace una semana observé una situación típicamente española: una pareja de policías multaba a un ciclista por una maniobra en la calzada mientras en la acera de enfrente un equipo de "ciudadanos europeos" -rumanos y búlgaros- rodeaba a otro de turistas coreanos para ofrecerles sus servicios financieros. Esto es España. Pero voy ya al asunto que veo que me estoy perdiendo. ¿Cómo hacer de un sirio un buen español?
Lo primero que tienes que hacer cuando llegues a España es comprarte una radial. Una radial es una herramienta de entretenimiento de uso muy extendido en España, se emplea para casi todo lo imaginable, yo creo que hay gente que cocina e incluso barre el suelo con una radial, cualquiera de tus problemas puede resolverse con una radial, pregunta al especialista por la que haga más ruido y más desagradable, ésa es la radial española. Sobre el horario y la molestia que puedas causar a los vecinos con ella, ni te preocupes, entre las 8 de la mañana y las 11 de la noche es siempre posible echar abajo una pared, y si necesitas más tiempo, tampoco pasa nada, nadie va a quejarse ni nadie vendrá a impedírtelo. ¿Significa esto que, a diferencia de los alemanes, un español no quiere conocer exactamente sus derechos? Significa en realidad que en España pisoteamos los derechos en cuanto entran en conflicto con nuestras insaciables libertades, y tiene gracia porque unos y otras son lo mismo, pero ya verás lo brutos que somos por aquí. En España padecemos de eso que Herbert Spencer llamaba "sobrelegislación", legislación de más, pero incluso así somos incapaces de reconocernos y hacer que se respeten nuestras libertades porque siempre hay quien tiene más libertad, y no hay nadie que se oponga ni se lo impida.
En España esta permitido casi todo lo que puedas imaginar, no te preocupes por lo que diga la ley, que tampoco nosotros nos preocupamos. España es el país de la libertad, de la Libertad en mayúscula, como a veces se dice. La libertad se entiende desde la necesidad: cualquier cosa que necesites, hazla o resuélvela con total libertad. La libertad hace, por supuesto, nuestra vida mucho más cómoda, y en el ejercicio de nuestra libertad, nada más existe: los españoles somos, ante todo, seres libres, si vienes a España, vendrás a la tierra de la libertad.
De las muchas otras cosas de las que habría de prevenirte, es prioritaria, además de la chinización o chinificación de España, la ya muy avanzada rumanización o bulgarización de los españoles. Fíjate que tengo otra cita de la misma obra ya referida. Fast menciona a un profesor norteamericano desconocido para mí, Stanley E. Jones, que se había dedicado al estudio del lenguaje corporal de las minorías étnicas en New York. Este profesor sostiene que "hay una cultura de la pobreza que es más fuerte que cualquier base étnica subcultural" -¡menuda joya de cita! Verás, yo siempre he querido ver el mundo como lo haría un europeo, sentirme europeo, no oculto mi admiración por lo superior, y sin embargo, mis compatriotas solo miran hacia abajo. Hubo un tiempo en que, en efecto, los españoles queríamos ser como los británicos, como los alemanes y franceses, pero no hemos podido aguantar ese ritmo, como se dice en el argot ciclista, Europa nos ha "sacado de punto", nos hemos rendido y hemos cedido a lo inferior, que en el fondo se adapta más a nuestras características -decía un carterista rumano en la televisión que en España se camuflaba muy bien entre la población, y es más, es que un español ya se camufla muy bien entre los búlgaros y los rumanos, que, por cierto, superan los 2 millones entre nosotros, ¿acojona, no? Donde se juntan un rumano, un búlgaro y un español, ¡allí hay libertad de la buena!
No puedo cerrar estas observaciones sin hablar de tus posibilidades reales de integración laboral en España. Nuestros abuelos fueron en gran número emigrantes internos, marcharon del campo para ser explotados en las ciudades, no ganaban mucho con ello pero al menos tenían trabajo. Nuestros padres fueron trabajadores cualificados, muchos todavía en la industria, nuestros hermanos mayores se hicieron funcionarios y entre todos hemos mandado todo a tomar por el culo: nuestros abuelos han muerto, nuestros padres son ahora los abuelos que nos ayudan a vivir con su pensión y el funcionariado está muy mal visto, se identifica con una forma de delincuencia de guante blanco, sobre todo en la sanidad y en la educación, pero de esto te hablaré otro día. Viven entre -o junto a, o con- los españoles cerca de 10 millones de extranjeros o inmigrantes, y no es fácil contabilizar el número de ciudadanos ilegales. Yo no me opongo a la llegada de refugiados, solo quiero llamar la atención sobre algunos aspectos, como puede ser el hecho de que Finlandia cuente con una población extranjera que supone el 2% del total y donde es imposible vivir en la ilegalidad frente al 10% de la población española con un importante número de ilegales que no nos importan. En Suecia sucede algo parecido, y en Dinamarca, donde los extranjeros suponen el 4% del total y es imposible permanecer allí en la ilegalidad -yo admiro a estos países donde todo está siempre tan claro. Gracias a los chinos, acabamos con todo el pequeño comercio familiar de nuestras ciudades, gracias a los latinoamericanos nos libramos del trabajo ingrato de la construcción y el servicio, y gracias a los europeos del Este liquidamos a la baja los salarios que se disputaban con los latinos, mucha mano de obra para tan poco trabajo, luego un 25% de desempleo: el mundo es muy extraño, pero España lo es más, el país de la solidaridad.
Solo me queda desearte la mejor de las suertes. No descarto la posibilidad de que encuentres un trabajo, siempre que aceptes por él menos de lo que ya se paga a un rumano o un ucraniano, que a su vez perciben menos de lo que ya recibía un latino cuando era tan caro pagar dignamente a un español. Para cualquier cosa que necesites, aquí estoy.


Yvs Jacob


(¡P. S.! En España, orinar en la vía pública es siempre posible; cagar, por alguna razón, está mal visto).

lunes, 7 de septiembre de 2015

¿A quién le importa Catalunya?

He viajado poco por Catalunya, debo reconocerlo, pero lo poco que haya sido, ya ha sido más que suficiente, porque hace años que decidí no volver a poner un pie allí, una tierra de ingratos, bobos, provincianos y horteras que no dejan de mostrarnos cada día lo muy españoles que son cuando se empeñan en negarlo. Yo odio tanto a España como detesto Catalunya, y la verdad es que no me importa si son una o son dos, si están juntas o separadas, tengo claro que nunca he vivido por la una ni por la otra ni pienso morir por ellas: que nadie cuente conmigo cuando empiecen a repartirse las hostias. En mi modestísima opinión, las reivindicaciones catalanas han alcanzado un grado tal de hastío entre propios y ajenos que ya nadie sabe muy bien de qué se habla cuando se refieren los supuestos males que padece el pueblo catalán por ser circunstancial o accidentalmente español, lo que se expresa en hiperbólico lenguaje como "el encaje de Catalunya en España", "la nación cultural catalana", "la dignidad de los catalanes" o "la libertad para elegir la libertad". A mí estos debates me han agotado, quizá porque en su momento los tomé muy en serio, aspectos como la dignidad y la libertad son en sí mismos muy serios, y cuando escuchas un día y otro a unos bárbaros estupidizados y estúpidos trivializar su esencia, despierta en mí la tristeza que podría despertar un chimpancé que golpeara el espejo donde ve a otro que no es él mismo: los catalanes me dan pena. Me cuentan que a veinte días de las elecciones en Catalunya hay allí tanta ilusión como perplejidad. Hay ilusión porque los devoradores de mitos se han convencido de que la independencia es ahora real, que apenas resta su sanción en la urnas como pura formalidad teatral, pues de hecho es suficiente con que los mitófagos digieran el bolo de la singularidad originalísima y excluyente para que una ficción se haga realidad, y como esto ya se ha producido, Catalunya ya vive separada de España aunque todavía no lo celebre. Perplejidad, sin embargo, ante la reacción escasa del resto de los españoles: salvo los políticos profesionales y el periodismo chupapollas, ni la menor movilización a favor o en contra de lo que pueda suceder. ¿A quién le importa Catalunya? Fríamente considerada la cuestión, se trata de que una parte de un todo amenaza con separarse, la cuestión es de la mayor importancia para esa parte, mientras que las demás siguen indiferentes la marcha de los acontecimientos, no hay hermanamiento ni oposición violenta, a una parte que se quiere marchar solo le corresponde la indiferencia -yo vivo la vida en una reivindicación permanente del valor positivo de la indiferencia y de la satisfacción del yo, y cuando el yo se agote, me tiraré por un puente sin patalear ni despotricar. Los catalanes se separaron de los demás españoles hace décadas, es más, su tan sobrevalorada singularidad española les ha impedido mostrarse a los ojos del resto como compatriotas leales, han extendido sobre nosotros el manto de su desconfianza, son insaciables como solo pueden serlo la estupidez y la ignorancia, han buscado la desafección ajena como una obsesión y nos han cansado con su retorcido cinismo, no quieren nada y lo quieren todo a la vez, quieren decidir su suerte y decidir también nuestra decisión favorable, es repugnante e insoportable.
El periodismo chupapollas, fiel al espíritu de trinchera, puja por adjudicar la culpa incuestionable; así, según la Cadena Ser, el culpable es Mariano Rajoy, aunque según la batería de medios de la derecha española, más culpable es Rodríguez Zapatero que Artur Mas, que está loco, porque, ojo, no es lo mismo hacer algo con maldad, como fue el caso de Rodríguez Zapatero, que hacerlo porque uno está loco, pues el loco juzga mal o no juzga, y Artur Mas está para que lo encierren. Los políticos profesionales, sin que la estrategia sea unánime, se esfuerzan ya en poner diques o en tirar pedruscos. Hay un dique entre los que se han empleado que ha llamado mi atención, el que apela a la competencia común para resolver "la cuestión catalana". Según sus ideólogos, debe prevalecer la forma, esto es, la parte no decide sobre el todo. Aquí piensan que nos han cogido por las pelotas, pero, una vez más, es no querer enterarse de lo que sucede. Yo renuncio a ese derecho y pido a los timadores que no me lo reconozcan, que lo ejerza quien quiera -mi vecino de enfrente arroja las colillas por la ventana, decenas de búlgaros y rumanos acechan cada noche mi cubo de la basura: como se puede apreciar, yo ya vivo en un mundo con problemas de verdad, o diría que vivo en un mundo de lo que Chomsky llama "enigmas", problemas sin solución, claro, sin solución cuando no se vive en un país normal.
Amigos de Catalunya, yo os digo que se acerca la hora de la verdad y os pido si os tenéis que marchar, cuanto antes, mejor, que vienen los sirios, y yo ya no pongo un pie allí ni para hacer transbordo.


Yvs Jacob