domingo, 7 de febrero de 2010

Prácticas mafiosas del poder judicial independiente

El chiste es de Woody Allen -los mafiosos sólo se matan entre ellos-, y muy apropiado para la última persecución del juez Garzón. Por muchos errores que Baltasar Garzón haya cometido, y muchos han sido, se trata de alguien excepcional, aunque su excepcionalidad no resulta sino de cumplir con su trabajo... Pero la ciudadanía ya está acostumbrada a que sus servidores públicos se toquen las pelotas...
Mucho se ha cacareado acerca de la división de poderes y de la independencia del poder judicial. La diferencia entre la monarquía salomónica absoluta de Thomas Hobbes y el espíritu republicano del barón de Montesquieu no afecta tanto a los jueces como a los monarcas: para Hobbes, el soberano hace las leyes y juzga en última instancia, y para Montesquieu, quien hace las leyes no puede juzgarlas. Esta separación apenas ha sido comprendida por la historia posterior, y se ha convertido en una cancioncilla de las muchas que conocemos los demócratas -famosas son también la tonadilla de la unidad y la desternillante del gobierno para todos-. Obviamente, la separación de poderes no ha hecho a los jueces independientes, al menos, no de su entorno ni de sí mismos. Para empezar, el sólo hecho de admitir o no a trámite una querella constituye un primer caso de falta de independencia. Los jueces, en su mayoría, admiten a trámite según una regla de conveniencia, y no técnica, y ello es la causa de la disparidad, como bien se apreció a propósito de las conversaciones con los terroristas de ETA, ya fuera la banda o su expresión política, por el momento, ilegalizada.
Fuera de España, la situación no es menos alegre. En Francia, tierra del barón de Montesquieu, se ha producido el último episodio de rigor judicial: en el proceso contra Dominique de Villepin, repentinamente, el juez ha dejado de ver indicios de delito contra él...
Pero el caso español es más divertido -en general, España siempre lo es-...
El juez que ha admitido a trámite la querella de la ultraderecha contra su colega Garzón ha juzgado conveniente enderezar el propio poder judicial, limpiar su imagen, y nada mejor que con su representante más popular. Hay aquí una intención ejemplarista, y las intenciones grandilocuentes suelen traer demasiados peligros inoportunos. Pero juzgar a Garzón hoy, a la vista de sus éxitos, que son quizá tantos como sus errores, necesita de alguien que, por lo menos moralmente -¡desde los hechos!-, se encuentre por encima de él, y no es el caso de Luciano Varela. La cosa entonces deriva en una rencilla de cajeras de supermercado y presenta a los jueces ante los ciudadanos, ya no como los superhombres en que se estiman por interpretar la ley, ¡qué filósofos!, sino como ordinarios seres humanos que aprovechan las herramientas a su alcance para dar bien por el culo.
Resta además comprender la actitud de Manos Limpias, organización con vicio querellante, pero en la cual no debe de faltar el dinero, puesto que nunca progresan sus demandas y es siempre obligada a pagar por ese ratito de deliberación del juez que las desestima. Que el juez Varela aproveche una querella de una asociación de ultraderecha para ajustarle los machos a quien ha arrinconado a la banda terrorista más sangrienta de la democracia española es algo que hubiera soñado el mejor Costa-Gavras.
¡Tiene cojones!


Yvs Jacob