martes, 23 de febrero de 2010

José María Aznar. Historia de un problema español

Hoy voy a tirar por Miguel de Unamuno, que hace tiempo que no toco ese palo.
Lo de Ansar no tiene remedio, el hombre está hecho un lío, sufre un agudo problema de identidad, una disociación de todos sus "yo" posibles y no se acepta en su lamentable condición.
Por un lado, está Josemari I, Rey de España, que la gobernó con el mismo odio que lleva a todos los dictadores a poner su asqueroso pie en el cuello de los demócratas. Para quienes no comprendan el significado exacto de "odio" por mí empleado, añado la expresión al uso de los populares para referir la obra de Josemari I: "gobernó con dos cojones", que es a lo que el Partido Popular llama siempre "prosperidad".
Conforme Josemari I le echaba más cojones al gobierno, y como los españoles demostraron que la democracia había entrado en su fase más responsable y crítica al reelegirlo como Presidente en el año 2000, Josemari I empezó a dudar de que lo suyo fuera sólo disponer las cosas del reino, la cosa pública local, y se le antojó el ascenso a los cielos de la política. Entonces puso todo su empeño en ser Dios, o un aprendiz aventajado: estaba a punto de nacer Ansar.
Dios se llamaba por entonces George W. Bush, un individuo singular, quizá más apto para conducir una excavadora, pero a quien el destino entregó la suerte del mundo, con muy mala suerte para todos, la verdad.
Para ser Dios, o como Dios, nada mejor que imitar su comportamiento. Josemari I empezó por su dieta. Siguieron después las lecciones relativas a la etiqueta y a la comunicación verbal. En todo lo que se proponía, Josemari I obtuvo bastante éxito, es decir, lo que alguna vez supo hacer bien, aprendió a hacerlo mal, y cuanto peor, más cerca de Dios estaba. Un valor utilísimo para medir su éxito fue la vergüenza que daba a los españoles la pérdida de cabeza que iba padeciendo su Presidente, y hay que decir que llegó a dar mucha, muchísima pena el hombre-Dios.
Cuando ya Dios George observó en su polluelo el brillo de la divinidad, le prometió el oro y el moro, exigida la aniquilación previa de algún pueblo sin importancia, elegido tal vez al azar entre los que flotan sobre el petróleo, y tras concretarse el capricho con una magnífica fotografía junto a otros dos seres no menos excepcionales, los humos hicieron a Josemari I intratable -hay que decir que no es el primer caso de alguien a quien ser divino le sienta fatal (yo debo de ser una excepción).
La historia hacia delante, a Josemari I le arrearon un sopapo del que todavía no se ha recuperado. Como era un valiente de prestado, o como se diría en el barrio, ahora que el ministro Celestino Corbacho ha hablado de "la crisis de la escalera", "como era un pequeñín que se hacía el chulito, fueron por él". A menudo se emplea el término "terrorista" para referir al individuo que busca todos los medios, menos la guerra declarada, aunque también, para su defensa. Conviene revisar el vocabulario y llamar al terrorista "defensor", su nombre justo, puesto que no hace sino defenderse de la agresión dirigida por otros.
Pero lo malo de -querer- darle un sopapo a Dios es que a él nunca le engancha la hostia, y fue encajada por otros.
Al sopapo histórico que recibieron los españoles sucedían las elecciones generales de 2004. Para mejor parecerse a Dios George, Josemari I había renunciado a su derecho constitucional a disfrutar de sucesivas reelecciones democráticas. Pero aquellos días de tanta excepcionalidad, los medios de comunicación de la derecha pusieron inmediatamente su inteligencia a trabajar, y quienes algún día serán académicos de la RAE soñaron durante unas horas que eran en realidad ministros del Interior. A muchos, la idea de que Josemari I podría continuar en la Corona nos puso las pelotas del tamaño de bolas de billar, dentro ya incluso de la garganta.
Pero todo siguió su curso natural, es decir, hacia la derrota de Mariano Rajoy, porque una cosa es que a los españoles la política les importe una mierda y otra, bien diferente, que les dejen sin elecciones o que se amañe su resultado, porque entonces se arma la de Dios es Cristo y lo han crucificado.
Josemari I era historia. España lo maldijo por su mala cabeza, pero él, que había sido todo, y que se creía aún lo más grande que ha parido España entera, ¡olé!, prometió que se vengaría del populacho estúpido, que diría Jean-Jacques, y, desde luego, no ha parado de hacerlo.


Yvs Jacob