martes, 31 de agosto de 2010

Casablanca no es del barrio

Si pasáis por la calle de Santa Isabel podréis ver que una panda de vándalos ha ocupado un precioso edificio madrileño. A mí me duele el desprecio común a la arquitectura, el arte que, según Walter Benjamin -con mucho acierto-, se disfruta del modo más indiferente. Por si la ocupación no fuese bastante, estos hipipijos, entre los que abundan las bicicletas Brompton y los portátiles de Apple, han tenido la nada brillante idea de llamar a la casa ocupada "Casablanca", por si el índice de inmigrantes -ya no se sabe si legales o ilegales- procedentes de Marruecos no fuese lo bastante agobiante en la zona -sólo les falta robarnos el alma.
Yo he visto el edificio de Santa Isabel caer y ser de nuevo levantado, he visto que su fachada renacía tras los trabajos en la piedra, y no soporto que unos hipipijos de tres al cuarto me impongan la convivencia con eso tan sobrevalorado que llaman "espacio cultural", dentro del cual se identifica a unos energúmenos gritando como "taller de teatro". ¡Y una mierda!
Será porque no hay edificios en Madrid que se ajustan más a la cualidad andrajosa del falso hipipijo ibérico...
Pero parece que está en marcha la maniobra que habrá de mandar al hipipijo de vuelta a la casita de mamá y papá, y se expande la respuesta del "colectivo Casablanca" en forma de camisetas expuestas en los balcones de Antón Martín. En ellas se lee "Casablanca es del barrio". A esta respuesta yo también doy la mía: "Y unos cojones". Yo también soy del barrio, es más, yo soy del barrio desde mucho antes de que llegaran Casablanca y toda la bazofia de biberón y piruleta-fresa que la defiende, y tengo mis derechos de antigüedad para decidir lo que pertenece o no al barrio en que vivo. Casablanca no es del barrio, ¡a tomar por el culo!, porque el barrio ya tiene mierda como para exportar a todo un continente y llenarlo.
Es más, voy a animar al Ayuntamiento para que no tema adjudicar los pisos de un edificio tan noble a la auténtica aristocracia entre los desharrapados, a la cual yo pertenezco, y disfrutar así, y no pasivamente, de una belleza con conciencia, y que resuelva de nuevo favorablemente la relación del arte con el arte, del artista con el artista, del esteta con el esteta.
El día que lleguen las fuerzas de seguridad y orden, yo estaré allí, a las puertas de Casablanca, con mi mochila y con mi violín, y que sepa esa hornada infantil de anarquismo panderetero que voy a quedarme con el edificio entero, que lo pintaré de color rosa, y que no se escuchará en el barrio desde entonces otra cosa que a Boccherini. A ver si nos vamos enterando.


Yvs Jacob