viernes, 13 de julio de 2012

¡Ha salido el número 500 de Basuragurú!

Hoy me gustaría cagarme en la madre que parió a todos los que hayan votado y voten al PP, pero quiero confesar que he iniciado un proceso de absoluto desapego político, y culpo en buena parte de mi decisión a la cobardía del PSOE, si bien ha sido la rotundidad de la estupidez de los españoles la que me ha derrotado, por cuanto que tantas mayorías absolutas de la derecha iletrada en Madrid, la eternización de lo grotesco con Esperanza Aguirre y el triunfo de la simplonería con Mariano "el Notarías" han aniquilado mi espíritu de cooperación social, y ya nada me importa. La estupidez de la derecha analfabeta española y la ceguera de la dulce izquierda me han arrojado al desinterés en la política, y es posible que jamás vuelva a participar en unas elecciones, ni siquiera para negarle un voto al partido que no quiero que venza. He descubierto que ya sólo concibo la violencia como elemento reactivador de la política, soy incapaz de considerar que algo pueda vincularme a cualquiera que camine por las calles, los españoles me producen una insondable repugnancia, mayor vergüenza, un pueblo idiota al que desearía no pertenecer, y no creo que ningún partido político tenga la menor idea del modo como se está vendiendo España, deshecha y putrefacta. Pero es un día festivo y 500 entradas merecen alguna licencia. Desde hace tiempo quería significar aquí las viñetas de El Roto más recientes, aunque no conseguía decidirme por ninguna de ellas. Por fin hoy una que no dejaré escapar -¡espero que no le moleste!

El País, viñeta de El Roto de 12 de julio de 2012

Todo cuanto está sucediendo se muestra en esta imagen: el PP pretende lograr sobre los pobres una victoria en la guerra que se libra fuera. Yo ya no estoy para esto. Al pobre no le faltan medios económicos, le sobra la estupidez.


Yvs Jacob

2 comentarios:

Blasphemy dijo...

En los últimos tiempos leo con avidez y circunspección, más de las que quizá merezca para observadores externos o no familiarizados con su obra, las extravagancias teóricas de Žižek, a quien usted definió y denostó, en la conclusión de una entrada ya remota, como «filósofo eslovaco de segunda fila» (siendo esloveno y concediendo que mi intuición para desgranar la panoplia referencial de ironías ajenas posea la requerida perspicacia).

Y tal vez, según apunta el anfetamínico barbudo, debamos rastrear la etiología de este sopor, esta abulia que los españoles padecen —y, mencionémoslo siquiera por un prurito de ecuanimidad, otros pueblos— hasta el cinismo, no tanto la estupidez. El cinismo moderno, que excluye de su visión las saludables enseñanzas de Diógenes y Antístenes, revela, en su descreimiento de los valores que parecen regir la sociedad, una indulgencia colosal hacia la misma; aún más, una identificación camuflada de invectivas falaces e inoperantes. El cínico es ése que se mofa de la jovialidad idealista, que fustiga toda tentativa ilusa y cualesquiera proyectos orientados a la construcción de nuevos contextos sociales, fundados en la regeneración de las tradiciones pasadas o el alumbramiento de otras. Sin embargo, los humos de hombre bregado se diluyen tras comprobarse el grado de simbiosis que alcanza con el orden, el sistema. Es el cínico el clásico viejo que comienza los reproches reivindicando su veteranía («Cuando tú no habías nacido ya estaba yo por ahí…») o prejuzgando las experiencias del interlocutor y el modo como hayan dejado su impronta en el bagaje intelectual («Pues no te queda nada por saber…»). Eso sí, luego le estafan con las participaciones preferentes y protesta. En suma, la culminación del pragmático, que conoce el funcionamiento real de las cosas y evita la seducción de la máscara, pese a que la máscara se desprenda y, en lugar de observar el rostro terrible, opte por fijar su vista al suelo, temeroso, donde yace la careta.

Aquí no sucede sino lo antedicho. La percepción de los desequilibrios y su denuncia privada se truecan en asunción pública y ceguera voluntaria. Y ello por la negativa a detectar y transitar rumbos distintos, por el repudio de las ideas, los símbolos y la fuerza motriz del pensamiento, que se concibe inexistente o subordinada a la inercia de la situación material. Mucha palabrería, mucha discusión de barra de bar, pero ningún método de canalización del descontento, preocupación decididamente prospectiva o fervor utópico. ¿No se ha percatado del generalizado rechazo a la violencia, incluso la más inofensiva? Pronto de los derechos humanos gozarán más las cristaleras de sucursales bancarias y los contenedores de basura que nosotros, parias desahuciados de la más ínfima dignidad por el bobo Notarías y su corte de anormales.

A todo esto, celebro el resquebrajamiento de su vinculación emotiva, más que ideológica o racional, con el PSOE. La socialdemocracia nunca tuvo un contenido positivo y autónomo, su vigor y prevalencia representaban la variable dependiente en la función que tomaba el pulso al enemigo comunista. Puede que hoy descubramos como nunca después de 1914 la vacuidad del modelo socialdemócrata, su inserción plena en la dinámica que dice conjurar con beatíficas intenciones, diálogo, tolerancia y, añado yo, una hipocresía blindada.

Yvs Jacob dijo...

Blasphemy, ¡qué fatalidad! No recordaba haber citado nunca a Žižek y me he visto obligado a afrontar una penosa investigación hasta identificar el pasaje al que se refiere. De Žižek apenas recuerdo la definición que ofrece en alguna obra de lo que es un diálogo platónico, la conversación entre dos donde uno siempre responde "exactamente" -comprenderá que no haya abusado de esta cita. Pero cuando hablé alguna vez de un "filósofo eslovaco de segunda fila" me refería exactamente a lo que puede llamarse una "ramonedana", esto es, la ilusión de encontrar la iluminación o sanción de autoridad en la fuente más remota -ya sabe cómo son en la comunidad filosófica, la fiel hermandad-, y tal vez debí enviar a Josep Ramoneda por el refuerzo de su pensamiento a Eslovenia, más al norte, y no a la república de Eslovaquia, pero la idea era hacer una burla de este pensador de las diez líneas diarias, capaz de extraer de cualquier tierra la mejor cosecha de inspiraciones. Me gustaría proponer una defensa de la socialdemocracia. Como no ha conocido la humanidad ningún comunismo que respetase el valor de la libertad, la socialdemocracia se propuso reinterpretar el capitalismo para alimentar de manera ordenada el progreso y el bienestar, pero no tardó en caerse en la que puede ser denominada "falacia historicista", la pretensión de que la evolución de las sociedades humanas es idéntica, y de que los logros de unas pueden ser trasladados a otras, sobre todo cuando se emplea como elemento de traslación el dinero, y nada puede ser más irreal, porque por mucho que un partido nacional español de izquierdas busque parecerse al laborismo inglés o a la sociademocracia alemana de después de la Segunda Guerra Mundial, España nunca será el Reino Unido ni será Alemania, quizá porque han discurrido paralelamente en lo que se llama "historia". Y aunque todos los países viven por encima de sus posibilidades, en cuanto que acumulan deuda, apenas asoma una crisis quedan en evidencia los más débiles -los que imitan- ante los más fuertes -los que imponen las reglas-, y entonces se aprecia que la socialdemocracia es apenas nada en un país sin dinero, un país de taberneros y horteras como España, y no sufre demasiado en otro, Alemania, donde la industria persiste, y donde un representante del conjunto de los sindicatos acompaña a su canciller cuando viaja a las cumbres internacionales. No ha fallado la socialdemocracia, ha fallado el juicio sobre la realidad. Por si el desastre no fuese ya mayúsculo, han sido de gran ayuda los buscadores de fortuna del PP, que si en el PSOE se ha estado en las nubes, en el PP hace ya tiempo que el suelo ni lo ven, y no se entiende en absoluto qué esperan obtener del proceso de destrucción que nos pondrá por detrás de Uganda, ya sabe, aquel lugar al que, según Mariano "el Notarías", no nos parecemos.
Un saludo.