sábado, 14 de mayo de 2011

Bandas organizadas de chinos mamporrean impunemente a los turistas en las plazas de Madrid

Hoy, no, porque llovía, y los chinos, al menos en Madrid, se han revelado una raza muy contemporizadora, esto es, con una forma de humillación adecuada según la estación, el día, la climatología y la superficie, y además de bebidas y bocadillos para jóvenes indigentes españoles en el amplio horario de ocio y diversión, los chinos patrullaban las calles con paraguas. Y si de repente hubiese llovido fuego, los chinos hubiesen aparecido con trajes fantásticos que ocultaban, como los bocadillos, en las papeleras; y si hubiese nevado inmediatamente, también con pieles de oso falsificadas nos hubieran abrumado, pero ¿hasta cuándo esta tolerancia sociosuicida?
Lo llaman masaje, pero el castigo que yo presencié hace unos días le era infligido a un voluminoso turista alemán no lo contempla ninguna de las ciencias del cuerpo, ni las pseudociencias que proliferan con la TDT, ni siquiera la imaginativa, aunque ya previsible, Iglesia de la Intereconomía.
No voy a decir que no me alegre con el maltrato al que era sometido el turista teutón, que recibía de hecho una buena somanta de palos con más alboroto que el producido por el acordeonista habitual de la plaza de Santa Ana. La verdad es que podía uno troncharse de la risa ante todo ese sufrimiento ajeno, y me viene este reflexión: que si los turistas buscan alivio en España, quizá nos hayamos equivocado al creer que debemos abrir un bar junto a otro hasta convertir la ciudad en una interminable taberna inmunda, y lo que unos y otros necesitamos es apalearnos como en el pasado, salvo que ya no hay nada que ganar ni por lo que luchar. Yo vi aquella salvajada y tuvieron que ponerme de nuevo en pie, verticalidad que apenas soportaba de la risa; ¡pero es que nadie acudía a rescatar a la víctima del sadismo amarillo! ¡Mundo de locos!
El asunto de los chinos es grave. Hacen lo que les sale de las pelotas, no viven dentro de nuestra ley; no sólo arruinan los negocios que encuentran allí donde ellos abren uno, no sólo no crean puestos de trabajo ni riqueza en éste, el país donde desarrollan su actividad comercial, sino que perpetúan formas de pobreza con las cuales es cómplice buena parte de la sociedad española, cuya desidia vital -el particular complejo de irresponsabilidades que es cada español, y que se dirige a los almacenes de las desesperación en busca de algo que no se encuentra allí- se antoja impedimento insalvable para la construcción de una cultura auténtica.
Aceptaría que los chinos disfrutasen de la libertad occidental, incluso cuando manipulada, como es la libertad publicista del Occidente español; pero es intolerable la actitud para con ellos en las actuales circunstancias de explotación esclavista y como perpetuación de formas de pobreza y miseria de las que debemos deshacernos de una vez por todas.
Aunque estamos en campaña, que siempre saca lo peor de todos los políticos -que no lo son, ni cree la ciudadanía que lo sean-, la verdad es que eso que se llama el pueblo no lo pone fácil, y siempre obtiene lo que se merece.


[¡Uy, uy, uy! ¡Qué nerviosos están en el Partido Popular...! ¡Ánimo, votantes de la izquierda!].


Yvs Jacob

No hay comentarios: