Caí primero por los alrededores del Teatro Real, y no dejé de preguntarme por el gasto de todo lo que allí se había dispuesto -si era merecido, también, y si merecía la pena, que son aspectos bien diferentes. A un lado y otro del acceso al edificio se habían apostado extraños individuos, a los que tal vez la careta siniestra que les cubría el rostro les había otorgado un valor del que deben carecer, seguramente, el resto del tiempo que pasan consigo mismos. Pero se advertía que un ministro iba a ser abucheado, y resistí muchos impulsos que me invitaban a largarme.
Algunas dudas me llevé a casa respecto de las pancartas que portaban los enmascarados. En algunas se pedía que se aclarasen el 11-S y el 11-M. Fue la mención a los segundos atentados la que me tranquilizó, porque por un momento temí haberme colado en la zona equivocada, "digamos que digamos que digamos" en la zona nacional.
Después de ver el vestido de la ministra González-Sinde, que poco más me permitieron los paraguas con que la organización ocultaba a los agitadores, me retiré. Era el momento de encender el televisor.
No sé qué impresión se habrá llevado Andreu Buenafuente, pero es obvio que "los Goya" no son en absoluto "los Oscar". Había dicho Álex de la Iglesia que su intención era la de acercar los primeros al modelo de celebración por excelencia, pero habrá que salvar todavía muchas diferencias. Para empezar, en ningún sitio acude una nube de gente a increpar a los actores -y no digo que no debiese hacerse alguna vez-, y menos aún se les arrojan huevos -lo que, de nuevo, encuentro apropiado para otro contexto. No lo sé, todo parecía demasiado diferente.
Otro aspecto más llamativo es la frialdad con que el público acoge el evento, sin ninguna risa, al contrario de lo que sucede con el "star-system" de Hollywood -allí la gente guapa se descojona-, y por mucho que el guión escrito para el presentador tuviese aciertos de humor, cuando nadie secunda al humorista, cuando nadie reacciona, joder, que de eso se trata, entonces lo que percibe el otro público en casa no puede juzgarse más que una mierda.
Para colmo de espectáculo patético español, alguien tuvo la idea de amenizar las dos horas de congelación con unas cancioncillas; y menos mal que la tecnología ha puesto a disposición del hombre medios varios para solventar el tránsito de un sobre a otro -mandos a distancia, reproductores mp3 con auriculares y la puerta del cuarto de baño...
No comprendo lo que sucede en esas ceremonias españolas donde hay entre el público tanta gente guay. No saben pasarlo bien, están demasiado ansiosos, son demasiado profesionales. Yo no sé.
En fin, que viví una vez más momentos de mucha vergüenza, aunque debo admitir otra duda: no sé si será culpa de "los del cine" o de "los de la televisión".
Yvs Jacob
lunes, 14 de febrero de 2011
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