viernes, 10 de julio de 2009

Y de "la marianada", nada

Lo de Mariano Rajoy en el Partido Popular es como hacer una tortilla sin cascar los huevos: mucha patata frita, mucha. Me produce cierta tristeza. No creo que sea exactamente una buena persona -su militancia demuestra que, efectivamente, no lo es-, pero valoro con simpatía sus ilusiones. Nunca lo votaría -antes mearía en la urna-, pero comprendo que quiera ocuparse en la vida de joder bien a una parte del mundo; en realidad es lo que todos soñamos, sólo que no a todos nos apoya la ley. Puta suerte, puta...
Pero lo de Mariano es como recibir una herencia que por todas partes te da por el culo. Esto pasa especialmente en un partido de derechas. En los partidos de izquierdas hay dos posibilidades: el autoritarismo destructor o el rollo suavetón, es decir, con pana, pero hacia la derecha, y de vez en cuando, un derechito por aquí, otro por allí, hasta que estemos todos. En los partidos de derechas no cabe más que el hijoputismo. Cuando el hijoputismo es la razón de ser de una asociación, es difícil poner orden sin repartir hostias. La izquierda siempre ha decapitado más, porque para la izquierda hay asuntos serios, o asuntos que se vuelven serios cuando alguien descubre que van mal. La derecha, antes que decapitar, prefiere demoler: el hijoputismo es siempre bastante burro. Lo malo es que esta vez la demolición puede resultar peligrosa. Obviamente, la ciudadanía, y la prensa, no cuenta con toda la información necesaria para formarse una idea de tal peligro. Es propio de la ciudadanía confiar en que, tarde o temprano, todos los problemas de la política encuentran solución. Pero ¿qué solución encuentra "la marianada"? "La marianada" ha optado por esperar -no en vano es su ejército el de los creyentes-, aguardar y ver qué pasa.
El asunto es extraño. Hay lugares en el Estado donde siempre ganará el Partido Popular, igual que en otros nunca se desalojará al PSOE. No es momento para exponer lo que opino de estas pequeñas eternidades... Pero si "la marianada" observara bien el asunto, podría admitir que, grande o pequeño, Camps ha cometido, al menos, un error; sería una despedida elegante, pronto lo emplearían rascándose los cojones en la dirección de algún chiringuito económico, y su partido podría presumir de contar en su historia con un dimitido. Pero no... Es seguro que el Partido Popular vencería en las elecciones: hay una parte de nuestra sociedad incorregible en su simplicidad. Pero no...


¡Ay, Mariano, si tú naciste para cabaretera!
Mientras siga confiando su suerte al votante burro, pocas opciones tendrá de tiranizar desde el Palacio de la Moncloa.


Yvs Jacob

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