Hubo un tiempo en que, sino toda, gran parte de España, al menos, era de izquierdas. Esto significaba entonces que se aceptaba la democracia como solución a los problemas milenarios de la convivencia en sociedad y que la ciudadanía ansiaba libertades más allá de lo que se conocía como auténtica libertad. En particular, la sociedad española quería convertirse en lo que actualmente es: una mierda invertebrada. No faltó quien pronto se hiciera de derechas, o que regresara al conjunto menos sofisticado de la libertad. Gobernaba por entonces el PSOE, y casi llegó a parecer que iba a gobernar por siempre. El PSOE de entonces no se parecía mucho al actual. Aquélla era una izquierda un tanto bárbara, ignorante todavía de los rigores del procedimentalismo y con gran capacidad de improvisación. No se le pueden negar al PSOE buenas intenciones, antes y ahora también, pero aquel PSOE, el de Felipe González, contaba todavía con la energía de la respuesta y del acto. Las sesiones parlamentarias eran lo bastante tensas como para que el odio hiciera su recorrido de ida y vuelta de un lado a otro. Pero hoy se acepta la elegancia como animal de compañía, y se filtra tanto el mensaje, se lo tamiza con tanta finura que sale al final demasiado desmejorado, casi una disculpa, antes que la correspondiente agresión. Y a la derecha española, a la cual la elegancia le importa los cojones -ellos ya tienen dinero...-, las buenas palabras de sus adversarios políticos le hacen el mayor favor electoral, porque a los ojos de la ciudadanía española, esa gran inculta, las personas educadas no son aptas para el gobierno de nada, y las personas buenas, menos.
Yvs Jacob
jueves, 9 de julio de 2009
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