jueves, 9 de julio de 2009

Niño listo, mundo tonto

Qué interesante episodio ha ofrecido uno de los programas de la televisión en España. La verdad es que no sé si reírme o echarme a llorar... otra vez. A menudo aparecen individuos en el universo televisivo español, pero también en el más amplio, el cultural, que hacen un daño sin solución conocida má allá de la muerte. A este universo acceden no sólo presentadores de televisión o actores más o menos domesticados en la burrada hablada, sino, además, supuestos artistas, críticos, comentaristas, pestilentes fosas de la erudición... Se trata en realidad de gente que ha realizado el sueño de gran parte de la humanidad: cobrar mucho dinero por hacer muy poco; ser el que uno es, o uno muy parecido, sin otro esfuerzo que soportar las sesiones de maquillaje contra el brillo. Es incuestionable su principio de economía. Sin embargo, la sociedad, si existiera, debería ponerles las cosas algo más difíciles; no porque obtengan beneficios, sino porque su existencia deteriora la dignidad humana al servirse tan descaradamente de la estupidez de la masa sobrealimentada.
Qué puede decirse del tal Risto Mejide... El personaje que representa, el cual ya desearía poder alcanzar, incluso cuando es despreciable, se sitúa más allá del bien y del mal, en el origen mismo de la ley para decidir, como si algún poder maravilloso le hubiera sido concedido a él, un poder superior al mal gusto de su modernidad, un poder a él, la inteligencia del ladrido.
Risto Mejide, la ley, es también el estilo; como crítico, no opina, construye, sentencia, destruye, y la gente lo aplaude desde su salón mientras desea su chaqueta, su pelo, sus gafas... Pero no es el único individuo de su especie... La jungla televisiva los cría, ¡ay!, en cautividad; mucho depende de ellos...

La hostia, ¿hasta cuándo vais a seguir siendo tan pobres? ¡Despertad, bastardos, despertad!


Yvs Jacob

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