martes, 4 de junio de 2013

La analfabeta derecha española arruina a Yvs Jacob un concierto de Hilary Hahn

Pero la gran noticia de la música clásica en España no es que Hilary Hahn interpretase por primera vez a Henri Vieuxtemps con la OCNE, sino que las entradas para la temporada 2013-2014 de dicha formación ya cuestan 36 €, y como la cosa siga así bastará con un solo asistente en calidad de público para cerrar todo el presupuesto, incluidos profesores, director y toda suerte de artistas invitados. Ya decía Josemari que somos una gran nación, y desde luego que no les faltan ínfulas a nuestros precios -hay que ver lo exquisitos que nos ponemos con el arte en el país de los camareros...
Un pobre de mierda tiene que hacer muchos sacrificios para reservar 29 € si quiere acudir al Auditorio Nacional a ver, escuchar y sentir a Hilary Hahn en un concierto de violín junto con la Orquesta Nacional de España. Cuando el solista es tan absolutamente destacado, un prodigio de la educación y el esfuerzo bien dirigidos, me resulta inadmisible buscar una butaca fuera del patio, ni siquiera en las alturas, por mucho que gane la perspectiva de apreciar al conjunto al completo sobre la escena -algo obligado al menos una vez en la vida-, y un capricho semejante supone comer arroz durante algunas semanas, mucho arroz, nada que ver con el desprecio que muestran quienes sacrifican para su placer el placer de los demás, un tipo de público que nunca he comprendido en la música culta, el que componen los hijos de puta que no paran de molestar ni un momento, que continuamente buscan en bolsos y bolsillos vaya uno a saber qué cojones, que no encuentran ninguna posición lo bastante cómoda como para morirse sentados ni caen en la cuenta de que el programa de mano, la recetilla apenas informativa que ofrece la gerencia (?) del Auditorio Nacional con notas de Jorge de Persia para que no se aplauda cuando no toca, no está hecho de seda, sino de recio papel cuyo contacto produce un sonido -cosas de la física que se enseñaba en los colegios públicos... Con mucho arroz dentro y no menos entusiasmo, tomo mi asiento en el patio de butacas -a un lado, María Malamenti, al otro, el vacío; debe de ser la felicidad... Pero ya va a empezar el concierto, con una obrita bastante tonta e intrascedente de Voříšek, respiro y me hincho de satisfacción, cuando de las cuatro butacas libres que tanto necesito para mi sereno recogimiento, tres las ocupan de inmediato unos ejemplares que no cabe juzgar sino de la infeliz derecha española, la cultura del impostor -a mí nunca me ha engañado el oropel: estos cabrones me van a fastidiar el concierto. Cuando hace frío, quizá convenga abrigarse, pero no son necesarias dos personas para auxiliar a un tercer adulto, a menos que se trate de un inútil tan incapaz y tan tonto que no pueda ni cortarse las uñas, y quienes lo acompañan no conciban nada más interesante que hacer que perturbar la placidez de un melómano por puro entretenimiento. A veces hay gente tan tonta que si pasa frío uno ya lo tienen los demás, y el grupo entero se abriga. Y venga a hacer ruido con chaquetas y bolsos y resúmenes de programas de mano -y me pongo las gafas, y ya no las quiero, y me las quito, y las guardo, y me las pongo otra vez, y abro el bolso... ¡Pero qué cojones es todo esto, señoras y señores! ¡Pero cómo son tan estúpidamente gregarios estos liberales bobos! ¡Tanto individuo, tanto individuo y están más vacíos que solos! Pero la música es así de poderosa, uno se construye la expectativa de un gran placer y descubre que podría liarse a hostias -es insondable, poderosa, misteriosa es la música...
¿Pero a qué viene toda esta gentuza, coño, que ya no estamos en el siglo XIX con tanta joya y tanta polla? Ya no hay que cumplir con ningún uso social, a un concierto de música culta se acude a escuchar la música, y a nadie le importa si uno va o no va, pero el que va, tiene que estarse quieto, joder, si una hora, una, y si dos, pues dos, y el que no se crea capaz de superar esta prueba bien puede quedarse en casa jugando con la porcelana. Yo he pagado mi entrada con arroz, comiendo arroz y dejando de comer, he preparado este concierto desde hace meses, a mí no me sobran 29 €, nadie puede disponer de mis 29 € miserables para su vacua gratificación, yo ocupo mi butaca y ni se me oye un suspiro ni se me oye la respiración; yo me quedo quieto en mi butaca sin distraer a nadie, ¡cómo puede ser esto tan difícil para los estúpidos con dinero si puede hacerlo un pobre de mierda como yo! A punto estuve de cometer un asesinato, aunque habría de buscar otro nombre para referir un acto de justicia. Yo siento por un solista el respeto que sólo inspiran las ruinas y los templos -y también por toda la orquesta, por supuesto-, y si alguien se atreve a profanarlo, entonces siento hervir la sangre dentro de mí, es una osadía para la que sólo cabe el castigo severo, instante en que yo me reconozco apenas un instrumento, como esos racionalistas hegelianos que quieren salvar la patria, y podría trenzar lianas con los intestinos como no las ha visto ningún museo Guggenheim. Me contuve, no obstante, porque había en la grada anterior a la escena una cara que me recordaba demasiado a José Luis Pérez de Arteaga -visto apenas un par de veces cuando pasea al perro por la baja Malasaña-, y mucho me extrañaba, la verdad, que una autoridad como él, que un eficaz creador del paladar musical ocupase un lugar tan contradictorio, apreciada la música por la espalda, una modalidad económica de mal gusto y peor acústica -¿es que RNE no puede asignar otro asiento al último intelectual en sus filas? (¡Qué error cometí aquella cuarta de Mahler en el lateral de los pobres, cuando me perdí por completo a la otra mitad de la orquesta y a la música con ella!). Más tarde pude comprobar que no se trataba del conductor de programas radiofónicos; una lástima, la verdad, porque momentos hubo en que me temblaron las piernas y las manos y desaproveché una buena ocasión para un scherzo molto vivace con finale impetuoso.
Ya he marcado en el calendario cuatro fechas para la temporada que viene -triste es admitirlo, sólo cuatro conciertos...-, y todo gracias a la maravillosa dieta del arroz, que todavía recomiendo (sus beneficios superan con mucho la confianza depositada en las plegarias a la virgen) -pero ¿por qué será tan caro sentarse en el patio de butacas en estos conciertos si casi en dos tercios se queda siempre vacío? Sin duda es una manifestación de la gran nación que somos, es de tan mal gusto un aforo completo... ¡eso es de una nación pobre!
Creo desde hace tiempo que con la obsesión económica está aflorando la naturaleza vil de los españoles, que se expresa de manera rica en usos y comportamientos. Pero el liberalismo de los analfabetos, esos predicadores de la excelencia, no puede engañarnos: las clases adineradas en España han sido siempre las más mediocres de Europa, no sólo por su cobardía emprendedora, sino también por lo mal educados que han salido sus miembros de esos colegios tan selectos, donde quizá han aprendido mucho acerca de la superstición, pero nada en absoluto acerca de la desgracia que es para todos convivir los unos con los otros. Aparte de la pertinente locución que advierte de la desconexión de dispositivos móviles en la sala durante el concierto, mal no estaría acompañarla de alguna orden marcial y autoritaria que pueda ser comprendida por estos imbéciles, un "¡Se estén quietos, coño!", quien sabe si con la benemérita dentro de la sala...
¡Janine Jansen y Sol Gabetta! Se me va a quedar un tipito...


Yvs Jacob

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto, es cierto. A mí me ha pasado y he pensado lo mismo que usted: "¡¿pero a qué coño viene esta gente a un concierto que les aburre?!". Y también me han invadido las ganas de dar a alguno un par de hostias. Pero como sólo he asistido a conciertos gratuitos o muy baratos, subvencionados -¡qué tiempos aquéllos- por una caja de ahorros, he creído siempre que eso ,soportar a la gentuza, era el precio que había que pagar.
¿Y tú crees que Arteaga acudirá en su tiempo libre a escuchar conciertos? Si tiene que estar hasta los cojones de la música académica -como la llaman ahora en Radio Clásica.
carlos

Yvs Jacob dijo...

¿Qué tal, Carlos? Gracias por su comentario. Conozco perfectamente ese sentimiento de espuria resignación, como si un placer total no fuese posible sin tener que pasar por caja, o mejor, como si el dinero tuviese algo que ver con el disfrute de la música. Lo peor es que ni siquiera pagando consigue uno librarse de todos aquellos impostores que llevan consigo su vacío allí donde van. Me habla usted de la obra social de las cajas de ahorros, ¡qué tiempos, la verdad!, cuando sin darnos cuenta los orificios del queso se habían convertido en inmensas cuevas donde a falta de tesoros se reproducían los ladrones. Pero al menos otra resignación nos ha traído un placer diferido, placer al fin y al cabo: un amiguísimo de un expresidente del gobierno de España en la cárcel, que algo es algo.
Respecto de la música académica, ¿no será que la dichosa excelencia ha llegado también a Radio Clásica?
Un saludo.