sábado, 17 de diciembre de 2011

Y la Espe nos habla de la libertad

Hace un par de meses dijo Félix de Azúa en Madrid que estamos gobernados por los mediocres. No le faltaba razón en absoluto, no obstante, eran unas palabras todavía generosas. De Azúa se refería a los que desde la etapa del capitalismo industrial avanzado se conoce como técnicos. Al técnico de la sociedad, en tanto que gestor, no le corresponden la expectativas, que no tiene, sino la burda disposición de determinadas acciones y de muchos silencios, justificados por la inconveniencia de afectar la reproducción de un modo de vida muy específico, la dulce esclavitud de no pertenecerse a sí mismo el ser humano, pero no importarle lo más mínimo. El gobierno ténico es, por supuesto, ideológico, y su mediocridad es de competencia, es decir, no se le pide otra cosa. Pero existe por debajo de la categoría del técnico otra clase de mediocridad que no se justifica en montos ni partidas presupuestarias, la mediocridad propia del analfabetismo, la mediocridad de quienes carecen del espíritu para los grandes asuntos, a pesar de que han sido aupados hasta los cargos donde debería tomarse cualquier iniciativa que condujese al progreso y bienestar, consolidado y extendido, de toda la sociedad. Si la primera mediocridad se acerca a la necesidad, por la competencia de la gestión, esta segunda es gratuita, la mediocridad de la incompetencia. Esta colonización de los mediocres en la política se aprecia como en ningún otro lugar en las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, y la de Madrid supera cualquier cima imaginable para la más atroz mediocridad, la que produce Esperanzas. Lo Espe se traduce como el enigmático empeño de sentirse alguien llamado a intervernir en asuntos que escapan por completo a su comprensión, un enigmático empeño que incluye un elemento aznárico-mesiánico -en el caso de Josemari fue tan obvio que hasta supo cuándo marcharse, el momento de la adoración personal y de la admiración de la propia obra. Como sucedía a Josemari, la Espe tiene un problema de interpretación de la realidad, una confusión tanto en aquello que contempla como cuando dirige su atención hacia ella misma. La obsesión liberal de la Espe no es nada más que la expresión de su confusión. El liberalismo es el fin, y la Espe es el enviado, el medio. Yo me he declarado en muchas ocasiones liberal y me fascina la lectura de Herbert Spencer, pero ni soy británico ni creo que el liberalismo funcione en ningún país pobre en todos los sentidos; la estafa, sin embargo, sí. El liberalismo que enseña Herbert Spencer es uno nacionalista, aristocrático e ilustrado. Aquel liberalismo de Spencer tenía de hecho mucho sentido: el Imperio Británico dominaba la mayor parte del mundo, sin ningún competidor a la altura, y sus clases altas habían alcanzado un ideal de civilicación que todavía permanece, al constituirse como la más elevada realización de lo humano. El egoísmo liberal podía perfectamente contribuir al progreso de toda la sociedad británica; el perfecto liberal era sobre todo un caballero. Este esquema jamás podría funcionar en España: nuestros ricos son vulgares y no pueden admitirse como modelo en nada. Nuestros empresarios son unos tarugos, o nuevos ricos o lo bastante lerdos como para relacionar su actividad económica y empresarial con el progreso de la sociedad y la atención a la patria. Nuestros políticos sólo crean división en la sociedad: al apasionamiento de una parte despierta una reacción contraria e igual de intensa en la otra. En un país así, el liberalismo conduce al desastre.
Tiene que ver el liberalismo, en efecto, con la libertad, pero no seamos tan ingenuos, que es una libertad muy corta. Un proabortista, un defensor de legislar las condiciones de una muerte digna, éstos pueden no tener miedo a la libertad, pero si ese grito se utiliza para desregular el horario comercial, aquí la cosa da pena. Llama la atención el modo como desde la derecha sectaria se ha interpretado, por ejemplo, la ley de plazos para el aborto: ¡diríase que lo obligado es abortar! (¿Nos obliga la ley al divorcio?). Tal simplicidad en la interpretación de la ley es muy propia de la derecha española, y quienes se niegan a disfrutar de una libertad, no la quieren tampoco para los demás -una simplicidad intrusiva. Estoy conforme, no obstante, con que el aborto es una práctica violenta, pero nunca podría impedirla con mi voto -yo temo mucho más a quien considera que él no puede circular a 120k/h...
Ya hemos visto que el déficit público puede reducirse suspendiendo el empleo público -es cierto que aumenta el desempleo, pero el culpable sería un Gobierno de la nación, y no regional, de signo contrario-, y veremos que la desregulación del horario comercial terminará por confirmar el parentesco de la raza ibérica con la rata. Lejos de hacer un esfuerzo por comprender la originalidad de los pequeños comercios familiares madrileños, a nuestra presidenta se le ocurre que la mejor manera de pasar un piano por una puerta estrecha es partirlo por la mitad.
Cuando un gobernante no tiene miedo a la libertad no tiene tampoco miedo a una asignatura como Educación para la ciudadanía. Cuando un gobernante no tiene ni puta idea de en qué consiste la libertad humana en sociedad, sólo se le ocurre que la mejor solución para combatir el desempleo es desregular el horario comercial a las tiendas.


Yvs Jacob

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