Debo contarme entre los pocos gilipollas que vieron realmente el último debate sobre el estado de la nación, y hasta es probable que seamos todavía menos quienes llegamos a formarnos una opinión honesta de lo que en el Congreso sucedió. Ningún cocinero de encuestas me consultó tras la gesta, pero encuentro con insistencia en El País que otros a quienes sí se ha pedido una valoración dan por vencedor a Mariano Rajoy -y victoria le dan en las próximas elecciones generales legislativas. Según El País, la mayoría de los encuestados juzga a Pérez Rubalcaba como un posible mejor presidente que Mariano Rajoy, pero confían más en éste para someter a los mercados. ¡Es-que-me-des-co-jo-no! Si Rajoy ganó el debate, entonces yo me llamo Catalina, pero si Rajoy es de verdad el arma que necesitamos los españoles contra los mercados, Mariano Rajoy, un supuesto líder político a quien en su propio partido hacen menos caso que a la Cipriana en los títeres, en el pueblo de José Bono, entonces soy Napoleón y tengo los huevos de oro.
Tampoco puedo decir que lo ganase el presidente Rodríguez Zapatero, al menos no a la manera como los medios de comunicación de la derecha española y el caprichoso El País quieren hacer vencedor a Rajoy, con rotundidad, por goleada. No aprecié sino que cada uno iba a lo suyo: el presidente se entregó a una extensa relación de obra, dificultades y milagros, y Mariano Rajoy apareció por allí como un día cualquiera, esto es, que si la cosa está muy mal, que España expira en agonía y que otros hay, en referencia a sí mismo, que deberían tomar la dirección porque, también dicho a sí mismo, lo harán mucho mejor -que sólo lo cree un tonto, ese mismo y otros que le corean. Con la mayor honestidad, Mariano Rajoy ganó en aburrimiento, eso no se lo niego.
Disfruté en los momentos en que el presidente no leía sus papeles. Qué mal lee en voz alta este hombre, joder... ¡un adulto con estudios, hostias! No obstante, cuando exponía sus datos y argumentos con libertad, sin la inspiradora cuadrícula, ganaba el presidente en la dialéctica, se valoraban sus esfuerzos con justicia y sería imposible negarle que supiera al detalle todo acerca de lo que hablaba. Pero Rajoy quedó siempre muy por debajo, quizá debido a su propia pereza. Al no ofrecer otra información que la ya conocida por todos -que la cosa está muy mal por culpa de los socialistas y qué felices fuimos desde el año 1996, cuando el Altísimo metió los pies en el barro de la Historia-, el presidente le pasó por encima, porque él sí se había preparado una defensa -es comprensible, el debate debería evaluar su acción. Rajoy, cuya llegada a La Moncloa habría de contarse como la más inmerecida en la historia de la democracia española, volvió a cometer el error de la euforia, y sólo porque entre los españoles están muy mal consideradas la razón y la honradez, porque los españoles hablan mucho y piensan poco y mal, así como más ignorantes son cuanto más aseveran en la exposición de sus opiniones, sólo por eso habrá sido reconocido como vencedor. Lástima de pueblo... Es incapaz de despertar la menor confianza.
Yo llevo bastante tiempo siguiendo los pasos de Mariano Rajoy y no he registrado en la memoria ninguna acción política por la cual merezca ser recordado. Rajoy deambuló por algunos ministerios y fue vicepresidente del gobierno del Altísimo, pero nada de nada. Otro ansioso y desesperado, Javier Arenas Bocanegra, habla de su jefe como de un profeta, o mejor, un mesías, un enviado, que conducirá a España hacia la recuperación en todos los ámbitos. Vamos a ver: que en España tenemos todos los días una fiestecita de interés turístico nacional ya lo sabemos, pero el carnaval en que viven los populares ha pasado de lo libertino a lo grotesco, y no se puede aguantá.
(Y mañana en Basuragurú: "Échate una meadita en Chueca, Pepe").
Yvs Jacob
lunes, 4 de julio de 2011
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