viernes, 15 de abril de 2011

Ateísmo de Jueves Santo

Que los ateos puedan considerarse eso que desde la influencia de Michel Foucault en la sociología de la bandera multicolor se llama un "colectivo" y que deban manifestarse para llamar la atención de los medios de comunicación y de la sociedad del espectáculo nada menos que el Jueves Santo lo encuentro una gamberrada sin ninguna meditación. Me resulta muy difícil entender por qué un ateo tendría que recorrer las calles en tanto que, precisamente, ateo, algo que no le interesa a nadie, me refiero a eso o a si no se corta la uñas de los pies, de verdad que carece de cualquier interés público. Entiendo, eso sí, que la consolidación histórica de los rituales cristiano-católicos hace imposible su eliminación, primero porque existe la libertad religiosa, pero, sobre todo, porque la sociedad española, la misma que vive de espaldas a los principios más elementales de la Palabra, se declara mayoritariamente creyente. Si Miguel Ángel Aguilar ha solicitado en reclamación ya clásica la creación un manifestódromo para que los ciudadanos no se molesten unos a otros cuando toman la calle -mi opinión al respecto es que hay que joderse, no en vano la calle se conoce como "espacio público", esto es, "político"-, tal vez podría proponerse un procesionódromo, donde dar rienda suelta al fervor religioso, algo así como una orgía papal, como se verá en reciente visita del Padre Santo, que elevará el consumo de preservativos entre los jóvenes españoles que se aman los unos a los otros y a todos los demás.
La coincidencia de una marcha atea en un día tan señalado es de hecho una provocación, y tan infantil como la que conduce la jerarquía eclesiástica cuando convoca a los fanáticos de la familia tradicional. Si debe hacerse, podría superarse la puerilidad con la elección de otro día, uno cualquiera, quizá uno anterior, que diese comienzo a la Semana Santa, o al final de ésta.
Años hay en que el no creyente confía en la lluvia para que los procesionarios se queden en la iglesia rezando -el diablo también tiene sus modos-. Y ya estamos bastante cansados de ver continuamente a los alcaldes del Partido Popular haciendo el numerito del feligrés antiabortista en Madrid. No obstante, con justicia, una procesión ya no es, si acaso lo fue, un acto religioso estricto. Conserva su componente irracional, pero el significado de este evento se ha desplazado hacia el folclore, que todo lo pierde. Por ello, contraatacar con una marcha de carácter ideológico en una sociedad donde lo religioso va perdiendo autoridad, al tiempo que el dios Mercado se come a sus hijos, vulgariza el concepto de libertad que sostienen los ateos, no otro que el de la indiferencia respecto de la religión.
Confieso que si la Delegación del Gobierno en Madrid no la hubiese prohibido yo tenía el pensamiento de acudir, porque también los ateos somos irracionales, pero no me frustra ni ataco a los católicos por su victoria; comprendo que les apoya la historia, y los ateos podemos salir a la calle a hacer el gilipollas en cualquier otro momento -sin contar los días altamente religiosos del calendario, son más de 300 y pico los que restan para dar la nota. Nos veremos por ahí.


Yvs Jacob

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