viernes, 25 de marzo de 2011

Intelectuales irresponsables alientan medidas de desgobierno

Levanto aquí mi mano por amor al caos; a la destrucción de la humanidad, yo me apunto el primero. Pero es obvio que esa obra me sobrevivirá sin ser acometida, y, mientras tanto, debe más o menos organizarse el mundo de los hombres como si de eso, seres humanos, se tratara.
Se habla últimamente de una medida harto ingeniosa para cancelar la hipoteca, y se anima al Gobierno a que tome una decisión a favor de un gesto de absoluta irresponsabilidad, y ni se entiende qué podría tener de beneficioso para la sociedad ni se conocen con detalle sus consecuencias en los países donde ya se aplica la medida conmutativa.
Me voy a ahorrar las mil citas que podría traer sobre la tarea del político, que Aristóteles llama, con delicia, "legislador", en cuanto a la educación ciudadana. No niego, por cierto, la necesidad de una ética pública que sea, ¡ay!, la posibilidad de conocer y aceptar todas las éticas, por mucho que los fanáticos ultracatólicos sólo vean en la libertad de los demás una amenaza para sus prejuicios, pero si en algo debe ser un Gobernante educador, ser capaz de acercar a los gobernados, cuando menos, al horizonte de lo razonable, sin duda, eso recibe el nombre de "responsabilidad", "pechar", como dicen los orteguianos, con lo que a cada uno le viene desde delante, que no suele estar demasiado alejado de lo que se ha hecho por detrás.
Es mejor no pedir una hipoteca, por supuesto, que vivir con una gran deuda; es mayor castigo para los usureros de la economía no contar con ellos que entregarles las llaves de la casita cuando el dinero no se puede devolver.
Yo estoy seguro de que jamás pediré una hipoteca, no soportaría una deuda con nadie, y menos con algo que no es ninguno. Tal vez el precio de la vivienda no fuese tan elevado en España si se hubiese educado para "la no hipoteca"; se habría resuelto entonces a tiempo el mal de la especulación y todos viviríamos dentro de la más saludable moderación.
Pero lo que no puede aceptarse es que una sociedad que se financia con deuda, puesto que el pueblo, engañado por quienes practican la mala política, quiere demasiadas cosas para su bienestar, y quiere también no participar en el mismo con los impuestos, que una sociedad en esa dependencia de recursos de los que carece, pues, permita que sus ciudadanos más locuaces firmen y rompan contratos económicos como quien se inscribe en un gimnasio o en una piscina. Con esa tolerancia no habría gobierno que gobernase nada.
Los españoles ya somos para nosotros mismos bastante poco de fiar, envilecidos como nos ha vuelto la ilusión del consumo de baratijas que llamamos "progreso".
Que el populacho tonto pierda el juicio escapa por completo a mi pedagogía; que los intelectuales y pregoneros del buen rollo lo pierdan también, eso ya resulta más preocupante, porque cruzan así una línea que separa a la sociedad de la ingobernabilidad; pero si lo hace el Gobierno, en un país como este, donde se vitorea al sinvergüenza, caeríamos en la más desesperada de las anomias.
Nunca me cansaré de pedir a la izquierda guay que aterrice en el suelo y que mire a los problemas desde la perspectiva compleja de lo social, esto es, desde la correspondencia que existe entre los actos de todos y cada uno de sus miembros, y que, por desgracia, tan lejos se encuentra siempre de lo que el humanismo y el cristianismo podrían desear.
Ya está bien de buen rollo. ¡Educación republicana, ya!


Yvs Jacob

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