miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Papa se ajusta el horario

El Santo Padre ya tiene una edad en la que hasta los hombres menos píos se olvidan de las perversiones. Los que nos miramos en el más santo varón para comparación y posteriores reconocimiento y humillación en nuestra miseria ahíta de pecadillos hemos descubierto que no es nuestro modelo tan excepcional, lo que significa que, en el fondo, no somos tan malas personas como creíamos al haber cedido a la pereza y a la más fuerte de las pasiones, el cuidado extremo de uno mismo, y al haber descuidado alguna que otra sana tradición. Compruébese si no.
El Papa, nuestro muy apreciado Benedicto, ha adelantado la hora de la Misa del Gallo por evidentes inconveniencias para su salud. Es comprensible y aplaudimos la decisión, pues si el Papa lo ha decidido sólo será por la gracia de Dios, comunicada en el pertinente código biológico cuyo síntoma es un agotamiento de fácil interpretación hermenéutica. Hay, sin embargo, algo que discutir: ¿es más importante la costumbre que la salud del Santo Padre? La Iglesia ha demostrado a lo largo de la historia que la costumbre está por encima de todo, la costumbre es la norma -no en vano lo que dicta la Iglesia ha sido, pues, durante siglos, lo normal, y es normal el que hace (las) cosas normales-. Luego lo que dice la Iglesia va a misa, y se ha aceptado desde tiempos muy lejanos que sólo la Iglesia puede reinterpretar lo que la Iglesia dice. Pues vaya...
Las viejecitas, porque siempre hay que pensar en las viejecitas -así lo hace el Partido Popular-, se han llevado, como dicen ellas, un "disgustillo". No se puede, entiéndase bien, no se puede jugar con las viejecitas, al menos no con las normales, las que siempre han sido piadosas y han aguardado cada año el clímax de la Nochebuena, cuando se oficia la milagrosísima transustanciación de lo vulgar en lo divino.
Algunos piensan que la cosa -el cambio- está mal, y otros, que no hay para tanto. Yo he visto en la televisión a un religioso que defendía al Papa -y por tanto al mismo Dios- alegando que se trataba de algo "accidental". Entonces no he podido reprimir una risilla un tanto bribona, la verdad, porque no imaginaba que dentro de la Iglesia se admitiera el uso de ese término, ella que sobrevive por necesidad.
Pero lo que de verdad me anima a confiar en el Santo Padre ha sido la resistencia que su actitud ha mostrado ante la proximidad del final en este valle de lágrimas donde el cristiano no hace sino sufrir antes de ver a su Dios. Porque si es de buen cristiano aceptar que Dios lo llama a uno a su lado cuando le place, ¿de qué será ponerle dificultades a Dios?
Ay, ay, ay... Este bueno de Benedicto, ¿pues no parece que tema más al diablo?


Yvs Jacob

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