martes, 8 de septiembre de 2009

La 'pijoborroka'

Que los gitanos españoles llegaran a las manos, las navajas y los palos con los senegales en alguno de esos agujeros en el sistema de la cultura que abundan en Occidente fue una noticia que apareció en los medios como tantas otras que se emplean para el relleno: sin análisis. Sin embargo, el intento de asalto de una comisaría en Pozuelo de Alarcón por parte de una escuadra de pijos desbocados ha incitado a la inteligencia nacional a revisar los valores del ocio en las sociedades post-industriales, y rápidamente se ha alimentado el mundo virtual del pensamiento con sesudas cagaleras apocalípticas. Basta componer el genial término 'pijoborroka' en el recuadro de la suerte de Google para cerciorarse de que el pensamiento no puede romper la dirección impuesta por la estrategia elemental de la mente que es la homogeneización.
Yo no estuve allí, pero me lo han contado. Volaron los frascos de Chanel, volaron también los Rolex. Algunos miembros de las fuerzas de seguridad abandonaron sus bastones de mando reglamentarios para abrazar con ansia las mercancías vertidas en un acto social, reivindicativo, altamente idieológico, hartos como estaban de llevarse a casa los artículos falsificados que arrebatan a los inmigrantes ilegales en audaces redadas callejeras. La 'pijoborroka', movimiento improvisado en sus primeros instantes, pero constituido solidamente apenas comenzado y aceptado dentro de la amplísima familia marxista, se radicalizó tan pronto como los aparatos electrónicos de última generación adquiridos para pasar el verano se presentaron ya agotados; entonces, como el buen cristiano que aparta de sí el lujo, la 'pijoborroca' se desnudó, 'fuera de mí, tecnología intempestiva', y otra vez la policía recibió una lluvia navideña de generosidad no fingida.
Todo grupo estimulado por un motivo auténtico cuenta en su interior con elementos puros. Así, alguien propuso que había que prender fuego a los valores, los iconos y las instituciones opresivas, y la 'pijoborroca' amontonó los preciados vínculos materiales de antaño. Uno a uno, los actores de la 'pijoborroka' se desprendieron de un tesoro que hasta 'la noche de los pijos rotos' había sido empleado como amuleto tribal, distintivo social y seña de identidad exclusiva. Las pulseras con la bandera de España, cientos y cientos de ellas, ardían, y la 'pijoborroka' danzó alrededor de la soberbia hoguera; y moría España otra noche más, muerta esta vez por los hijos de los hijos de quienes la habían matado antes.
El preambulo del fuego animó a las hordas, recién descubierta la izquierda, al asalto. Pero ya no quedaban testimonios materiales de civilización con los que hacer frente a los agentes. Algunos pijos, ardientes de compromiso, se ofrecieron como arietes:
-¡Tíosh, tíosh, tiradme!
-Tío, estás tonto.
Y cuando ya los agentes habían dispuesto en cuartos de alta seguridad su botín, rearmados, se repartieron las hostias, lo cual obligó a la 'pijoborroka' a dispersarse y buscar, cada hermano como pudiera, a su proveedor habitual de cocaína.
Todavía habrá hoy quien salga en defensa de los cachorros de la derecha para hacernos ver a los pobres que es gracias a los esfuerzos de los de siempre que el país va a salir adelante, considerando que las compras que habrán de afrontar las familias de Pozuelo tras la batucada inyectarán en el mercado un buen dinerito. ¡Como para subirles ahora los impuestos!


Yvs Jacob

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