lunes, 10 de diciembre de 2012

El placer de la insolidaridad

Hoy es imposible dar un paseo por Madrid sin que se reclame del menos precavido una firma a favor cada tres pasos. Es tal la cantidad de apoyos, simpatías o adhesiones que le solicitan a uno que me he animado a echar cuentas, puesto que tanta gente descontenta no parece tener ningún sentido bajo el gobierno de un partido que no sólo ha obtenido una mayoría absolutísima en las urnas, sino más votos de los que nunca antes había logrado, y son datos que al cruzarse arrojan una contradicción a punto de convertirse en enigma, un problema sin solución. Si los pensionistas no votaron al PP, si tampoco lo hicieron los funcionarios; si ni los jóvenes estudiantes universitarios ni los profesionales docentes votaron al partido ahora en el gobierno, si tampoco lo hicieron los trabajadores de la sanidad, ni los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, ni los bomberos, ni los trabajadores de las empresas públicas de transportes, ni los familiares de ningún ciudadano que necesite un servicio social de dependencia; si tampoco votaron al PP quienes viven la demora de un desahucio, si no fue la opción resuelta por quienes limpian las calles, ni la de quienes conducen un taxi, ni la de quienes se ganan la vida con su pequeño negocio; si no existe, en definitiva, ni siquiera uno entre los que se conoce como colectivos, cualquier conjunto de individuos que se signifique por una cualidad compartida y esencial en sus reclamaciones, si ni uno ni ninguno de los colectivos sociales que acechan por las calles a la busca de la solidaridad -ya sea porque peligra su puesto de trabajo o por la amenaza que pueda derivarse para toda la sociedad que la labor que realizan se vea afectada por lo que desde los orígenes del capitalismo se llama racionalismo económico-, si nadie, pues, comparte las decisiones que los representantes legítimos del pueblo soberano -y a los que se ha encargado la gestión de los asuntos públicos- adoptan, ¿cómo coño ha llegado Mariano Rajoy a primer ministro? ¿Y por qué es tanta la sorpresa al descubrir que un partido de la derecha española -comprensión deficiente de la democracia, clasismo social y político, interpretación de la legitimidad desde la intolerancia, desprecio y exclusión de los humildes...- gobierna con un programa radical de derechas? ¿Acaso alguien esperaba de verdad que fuese de otra manera? ¿Acaso basta una campaña electoral para demostrar que los españoles son un pueblo menor de edad?
Yo quiero hacer otra colecta, pero a favor de la insolidaridad: quiero que cada cual sufra en sus propias carnes este racionalismo económico que nos ha puesto en guardia sobre los excesos de la gestión pública, quiero que quienes votaron al PP y ahora arman tanto revuelo conozcan todas las consecuencias, sin ahorrar ninguna, de su elección, y no me pienso sumar a nada, ya se privatice un hospital público en un barrio burgués o se convierta un parque de bomberos en un hotel de lujo. Es más, me gustaría decirlo con todas las palabras: que les den por el culo, que os den por el culo, ahora toca pechar, como reza el lema de los orteguianos, ahora no cabe confiar en que la algarabía enderezará las cosas, ahora no cabe la fraternidad social, no cabe la ingenuidad, admitir que al pobre votante lo engañaron con malas artes, ahora sólo cabe soportar el desastre, y me temo que lo peor no ha pasado todavía ni terminará en el año 2014, lo peor aguarda el momento oportuno, ya no hay manera de evitar el estallido social, no es nunca en vano que se pierden las generaciones. De algo me han convencido los neoliberales: ¡que viva la insolidaridad!


Yvs Jacob

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