martes, 17 de mayo de 2011

Errores habituales de los españoles en su lucha por la democracia real

El primero y fundamental de ellos es que los españoles carecen de cultura, no existe algo así como una cultura española, un modo de ser público, una actitud vigilante de carácter republicano capaz de someter a los ciudadanos a una presión insoportable, siempre desde el principio de que la comunidad está por encima del individuo -quien no comprende esto no comprende en qué consiste la libertad en sociedad, tal y como temía Th. Hobbes. No existe, pues, una educación para la ciudadanía real, una educación para el progreso y el bienestar del todo, del conjunto, lo que se ha abandonado a los técnicos de la política, que ni son técnicos ni son políticos en el sentido deseado -socrático-platónico. Es el pueblo español en exceso festivo, y quizá empiece a recibir el fruto podrido de su irresponsabilidad centenaria. Y ya es tarde, claro.
En segundo lugar, los españoles confunden causa y consecuencia. El sistema de partidos español es un desastre, cierto, pero el bipartidismo existente de hecho no es, sin embargo, la causa de los males, sino otra consecuencia de la desidia de los españoles ingenuos. Las amplias mayorías resultan nefastas, pues arrinconan a las ideologías menos exitosas igual que si se tratase de ínfimas minorías. Entre las mayorías, son peores en España las que dan la victoria al Partido Popular, cuya idea de nación española supera la fantasía de los más imaginativos. El Partido Popular pretende que un país con un salario mínimo interprofesional de 636€ puede funcionar igual que aquellos otros donde se ha desarrollado desde hace siglos un capitalismo de Estado. Esta fantasía popular, cuando además se les entrega el gobierno con una mayoría asfixiante, resulta después en el empobrecimiento del ciudadano y de lo público, por muy largo que sea el plazo.
En tercer lugar, los españoles tampoco tienen una idea precisa de las posibilidades de su economía y de su industria en un mundo globalizado. España no tiene marcas de automóviles, por ejemplo, tampoco exporta tecnología, carece de industria, y confía en las naranjas y en el turismo para su supervivencia. España, país de taberneros.
En cuarto lugar, los españoles sobrevaloran la fiscalidad; no obstante, como corresponde a salarios bajos, pagan impuestos bajos, y muy pocos, y creen que sólo con la cantidad recaudada puede funcionar un Estado -lo público-, y reclaman que el gobierno de turno la invierta en hacer todo lo magnífico que se les ocurra. Un hospital perfectamente equipado por cada 100.000 habitantes; estaciones de metro en toda el área de sus ciudades; las mejores carreteras, aeropuertos en cada provincia, una red de alta velocidad para comunicar -o descentralizar, mitologema fundacional de la superstición de los nacionalismos- toda la península... Y piensan los ingenuos españoles que todo es posible con tan sólo recaudar los impuestos. Deben saber, sin embargo, que con el dinero de los impuestos no se podría pagar a la plantilla del Real Madrid ni una temporada.
Esto me lleva a la deuda soberana y sus derivados. Los partidos políticos, que conocen la miseria de la fiscalidad española, o lo que es igual, el funcionamiento de una economía de libre mercado combinada con salarios del más severo socialismo stalinista, manejan las posibilidades del endeudamiento para seducir a los votantes -¡tienen que prometer algo! Hay dos soluciones para este problema: o fijar en la Constitución un límite, lo que equivaldría a concienciar a la sociedad española de su estado real, de qué es y no es, desde el punto de vista productivo, o aislarse, respecto de Europa y el mundo, y declinar la participación en la competición que vive la economía española con otras que la superan con creces. En cualquier caso, la educación es lo primero.
En sexto lugar, cabe ejercer mucha más presión en los gobernantes, pero con la intención de que ellos ejerzan a su vez otra mayor sobre aquellos aspectos que burlan el orden y la convivencia. Pueden observarse detalles de no poca importancia. ¿Es usted un ciudadano que permite a su perro mear y cagar en la acera? ¿Tira usted las colillas de su cigarro al suelo? ¿Y papeles? Si un comercio abre en su calle, ¿tiene usted algún derecho a defenderse de la agresión si el cartel que anuncia la actividad no armoniza con el entorno público? ¿Es uno de esos brutos que quieren ir en coche hasta la puerta del cine en su capital? ¿Le gusta veranear en playas o en estercoleros? ¿Qué piensa usted que puede hacer para ayudar a su país? Estos aspectos hacen cultura, hacen pueblo, hacen comunidad, hacen nación. No se trata de que vayamos todos por la calle abrazándonos y friendo choricillos, sino de proteger lo que es de todos y de ninguno. Esto no lo entienden los españoles.
En séptimo lugar, ni la abstención, ni el voto en blanco ni el voto nulo son armas para nada en la situación que vive el país. Pueden formarse mayorías con poca o casi ninguna participación, y puede suceder que el destino de 48 millones de habitantes quede en manos de apenas otros 10. Tal cosa no debe permitirse nunca más. El Partido Popular, claramante antidemócrata, se sirve de estos y muchos más males para aventajar a los demás. Decía G. Lukács que el capitalismo tardío, como el que se da en España, por ejemplo, se esfuerza por mantener a la clase mayoritaria, la de trabajadores o empleados, en niveles básicos, muy bajos, de educación, para manipularla así en un mundo dirigido por managers de la publicidad. Los españoles se sorprenden ahora de la situación que viven, pero es seguro que casi todos los que se manifiestan cuentan con alguna chuchería tecnológica que han renovado tres veces en dos años. Mucho me temo, con tristeza, que hay algo más que hacer que castigar a los políticos, y es un examen personal de nuestros excesos como víctimas de un sistema socioeconómico al que no sabemos resistirnos con fuerza.
No me entretendré con el resto de los mil y más aspectos que confunde la sociedad española.
Si queréis democracia, id a votar, pero votad bien.
(Estuve caminando el domingo por la calle Fuencarral hacia Gran Vía. Aquella destrucción que pude ver tiene muy poco de lucha contra el capital; de hecho, aparte de un entretenimiento juvenil, y de algo de deporte, no asoma en esa forma de destrucción la menor eficacia).


Yvs Jacob

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