jueves, 21 de octubre de 2010

El exceso de opinión pública hace perder por completo el juicio al Partido Popular

La TDT ha sido para la derecha española como los Reyes Magos: ha traído regalos para todos. Así, una cadena tras otra, aparte de programas extrañísimos de producción liberal y orientación pedagógico-espiritual-democrática, ha proliferado el "tertulieo", esto es, la reunión de energúmenos con una sola energía, el odio, y hay veces que siento a mi televisor manifestar su dolor, inertes como son sus materiales, de tanta mala baba como sus circuitos soportan. Gracias al Partido Popular, la emisión digital está casi completamente colonizada por medios afines, y hasta Pedro J. Ramírez tiene un juguete para él solo. En las tertulias fascistoides que ahora abundan, puede verse de cuando en cuando a algún representante político de la izquierda, Dios sabe haciendo qué. Pero lo normal es que haya casi un equipo de fútbol de opinadores-odiadores aleccionando al país sobre el Bien y Mal desde una indubitable rectitud moral. La clase política española, que es analfabeta -o ha estudiado Derecho, lo que viene a ser igual-, se ha contagiado de tanta opinión pública como viaja por las ondas, y en el Partido Popular, en concreto, de tanto tertuliear, los representantes del pueblo, elegidos en procesos democráticos, han olvidado en qué consiste su labor, si es que alguna vez la conocieron, e interpretan que gobernar -Estado, Comunidad Autónoma o Ayuntamiento- es sólo gestionar recursos económicos. De esa mala memoria resultan las declaraciones siempre impropias de muchos de sus dirigentes. El alcalde de Valladolid ha tenido unas palabras para Leire Pajín que no nos interesan, y que debería reservárselas para una charla con sus amigotes de ultraderecha en el club de carretera, porque en democracia, esto es, cuando el Estado de derecho elimina la arbitrariedad de la ley, la descalificación del adversario político sólo puede manifestarse en cuanto a sus competencias y actuaciones, y lo demás es propio de periolistos y periotontos, pero un pueblo no se dota de instituciones con el objetivo de lograr la convivencia de todos sus miembros para que quienes acceden a su dirección las destruyan con su ignorancia absoluta de responsabilidad. Karl Marx tenía razón: la revocabilidad de los cargos políticos tiene que estar en manos del pueblo y ser inmediata. A quienes excusan su incapacidad de gobierno con excesos verbales a los que sigue la pertinente disculpa habría que ponerles los carrillos del culo más rojos que la sangre, a la vista de todos y en la plaza del pueblo.


Yvs Jacob

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