miércoles, 24 de agosto de 2011

La juventud del Papa deja Madrid llena de basura

Igual que la Esquerra en el Día de la Hispanidad, me exilié voluntariamente durante las jornadas de histeria católica en Madrid -temo tanto a la santidad en masa como a la vileza de la vida ordinaria de esta ciudad.
Siempre he sospechado que los españoles no somos aptos más que para hacer ruido hasta altas horas de la madrugada. Temo que sea verdad. Cuando a un pueblo que siente la autosatisfacción de su vulgaridad se le concede la oportunidad de mostrarla sin pudor, resulta entonces un auténtico vertedero. Y si la integración de la inmigración ha fracasado en España debido a la nula presión moral que ejerce su sociedad -tal presión, si existe, produce ciudadanos-, quienes han visitado estos días Madrid como turistas religiosos se han encontrado con la ocasión de soltarse el alma al desmadre padre, y lo que no se permiten -o no permite una moral eficaz de lo público- en sus países de origen lo han pasado por alto en este paraje del Sur de Europa, un perfecto rinconcito donde abandonar toda clase de mierda con impunidad.
No perdí detalle en los medios de comunicación acerca de la proclamada juventud del Papa. En muchos de estos jóvenes se encontraba el mensaje que invita a superar el consumismo, el individualismo, la tentación de tomar las propias decisiones con arrojo y coraje... No obstante, me parecían en buena medida una panda insoportable de pijos, y el mensaje no había quien lo creyese -uno afirmó ¡haber consagrado su vida a la Virgen!, ¡que me aspen!-, menos aun a la vista de sus ropas y artilugios electrónicos para la homogeneización de la simplicidad cultural mundial. Diríase que el catolicismo reclama para sí lo que ya ha conseguido el capitalismo, otro insaciable fagocitador, en menos tiempo y sin demasiada insistencia o violencia, comprador de almas a cuatro perras.
Más sorprendente es todavía que el modelo de hombre que muestra Benedicto XVI a los jóvenes se parezca tanto al filósofo, especialmente cuando el filósofo no encuentra los valores en la religión, de cuya superstición se aparta, sino en la fuente de la justicia, de una justicia no utilitaria, sino racional y ajena al dogma mitológico. Debe tener cuidado el Santo Padre: si consigue hacer buenos a los jóvenes, es probable que muchos deriven hacia un ateísmo pasivo, cuando no hacia la indiferencia religiosa -yo me declaro uno de ellos, un indiferente en materia de religión, contrario, sí, al fanatismo.
Pero tendré que decir lo que encontré anoche en mi ciudad tras regresar de Santiago de Compostela, la única ciudad española que un italiano sensible puede visitar sin sufrir un acceso de náusea: basura, basura y más basura. Y no sólo eso. Los jardines del Paseo del Prado, que tanto se han mimado aquí desde tiempos del estupendo gestor Álvarez de Manzano, habían sido arrasados, pero no será lo mismo una meada de pijo perfumado y jubiloso que otra de un mugriento rastafari con más mierda en los pies que un hobbit -hasta yo puedo percibir esa diferencia.
Y qué decir del espectáculo que ofreció en el Retiro el maratón confesional, por hablar de otro tipo de suciedad. ¿De verdad no ofende a Dios que la confesión se parezca tanto a un festival de verano, a un macrocentro comercial? ¿No se les ha ido un poco aquí la cabeza a los organizadores del show papal? ¿Y qué puede pensar un hombre honesto del merchanpaping? ¿Acaso no se convierte Dios así en lo mismo de lo que se supone se está huyendo?
En fin... Dejo estos problemas para los nuevos téologos -los de la publiciteología...-, a ver si los tienen resueltos para Río de Janeiro.
En Madrid ya hemos tenido bastante. Aprovecharé la ocasión para manifestar mi posición contraria a la posible celebración de unos Juegos Olímpicos en la ciudad, con la previsión de una nueva avalancha de intestinos y vejigas. ¡Anda y que se los metan por el mismísimo...!
[Apunte final sobre la tormenta: con razón contaban los griegos con un panteón, y no un único Dios; cada uno con sus respectivas competencias].


Yvs Jacob

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