lunes, 29 de octubre de 2012

Comentario sobre la xenofobia

Gracias por su comentario, Blasphemy. Menudo asunto el que me propone. Estoy de acuerdo con usted, el racismo es intelectualmente absurdo, que otras razas repugnaran a quien pertenece a una distinta no es en nada distinto a la repugnancia imposible que se pueda sentir porque los cuerpos se mantengan en el espacio gracias a la acción de la gravitación universal -las razas existen y los cuerpos celestes no se caen, y no parece que la razón tenga nada más que hacer que admitir tales hechos. Le pido disculpas por este alarde bibliográfico, pero le recomiendo vivamente la lectura de "We Europeans", de Julian Huxley, una obra de verdad honesta y enriquecedora, nada soberbia para tratarse de un autor británico -también Charles Darwin es un ejemplo de honestidad intelectual-, en la que se expone además lo inadecuado del concepto de raza aplicado al hombre, y se propone en su lugar, al no existir ya ninguna raza original, el de subraza o subgrupo dentro de una hipotética raza pura. Y esto nos lleva directamente al núcleo del problema, no la raza, sino la cultura, el problema de la xenofobia, la repugnancia hacia el extranjero, que llamamos a veces "inmigrante" y también "ciudadano comunitario". Yo manifiesto en gran número de ocasiones mi reacción contra los chinos, los búlgaros y los rumanos, y lo seguiré haciendo, no tengo por qué autocensurarme en esto, pero no puedo decir que me repugnen en tanto que individuos de ninguna raza, lo que yo no soporto es el modo de vida que nos imponen, su cultura, luego mi rechazo, o mi repugnancia, no se debe a un impulso irracional, sino al desorden del cual se sirven dentro de nuestra cultura, ya bastante desordenada, y a la pasividad con que nuestros políticos tratan el asunto. Dice usted algo muy interesante a propósito del modo como el extranjero debería comportarse en otra cultura que no es la suya, y que lo acoge, y emplea el concepto de renuncia -le sorprenderá saber que esto, que la derecha francesa quería plasmar en un examen, y que la derecha española abordará tarde o temprano, se debe a los sansimonianos, que eran republicanos muy progresistas. Estaría de acuerdo con usted si esa sociedad o cultura que acoge al extranjero tuviese de verdad un cuerpo moral reconocible en el cual insertar o integrar a quien viene de fuera. Por ejemplo, Francia exhibe sus valores republicanos, cuando alguien piensa en instalarse allí debe ser consciente de lo que se exigirá de él -el laicismo es un valor importantísimo, la guerra del pañuelo no es en vano. O Alemania, asociada a la severidad y al orden, si bien uno encuentra allí una vida mucho más placentera de la que creemos tienen los habitantes del Sur de Europa. Pero España, por ejemplo, se vanagloria de su carácter festivo, el español es un pueblo con una moral muy relajada, no se trata de que usted y yo como individuos particulares intentemos y sepamos exigirnos lo más alto en nuestras acciones, sino de apreciar que ese principio moral no existe en el conjunto de nuestra sociedad, no es algo que nos caracterice -yo tengo mi propia teoría al respecto: el turismo es envilecedor, la clase empresarial es analfabeta y el pueblo en general confunde la libertad y el bienestar con todo lo que se puede comprar, para satisfacción de sus productores. La xenofobia resulta del descaro con que una cultura extranjera ignora el orden que debería exigir aquella cultura que la acoge: vemos a los chinos criar a sus hijos dentro de unos comercios mugrientos, vemos a los rumanos robar y pasearse buscando chatarra, vemos a los marroquíes hurgando entre la basura y traficar... Lo que yo me pregunto es si me cabe, como ciudadano de mi país, alguna acción al respecto, porque es obvio que yo no puedo decirle al primer ministro de Pakistán lo que pueden hacer o no los pakistaníes allí, ¡pero cómo no voy a poder manifestar lo que pueden o no hacer los pakistaníes aquí! ¡Éste es mi derecho! Y una vez más nos encontramos con que es nuestra cultura la que falla, y no la del extranjero, porque él hace lo que le da la gana al no existir ningún reparo por parte de nuestra sociedad, de nuestras autoridades e instituciones a su manera de entender la libertad, o lo que es igual: los españoles no ejercen ninguna presión moral sobre su conjunto ni sobre los extranjeros. A todo esto lo llamo yo "desorden", y creo que se va imponiendo la necesidad de una izquierda reconciliada con el orden público, porque esto es de verdad muy importante; las libertades son siempre leyes, y las leyes ni son arbitrarias ni son opcionales, aunque en España cada vez estamos más convencidos de que en la lucha por la vida que nos impone el neoliberalismo encontramos la justificación para pervertir la libertad. Obviamente, no puedo decirle a mi vecino del 1º que baje el volumen de su música a la hora de la siesta porque él es colombiano y en España no se hace eso si mi vecino español del 2º hace obras en su casa a las 11 de la noche, por mucho que me fastidie el descaro de quien viene de fuera. Y en España todo es así: lo mismo que nos repugna en los extranjeros lo practican con impunidad los españoles, y eso convence a los primeros de lo que ya intuían, a saber, que en España todo el mundo hace y puede hacer lo que le da la gana. Es una pena, es un fallo de nuestra cultura el que hay que abordar, y le diré más, un país moralmente pobre, como el nuestro, no puede ser nunca un país de acogida, esto se cae por su propio peso, los pobres se amontonan con otros pobres y perpetúan así la pobreza de todos. No obstante, a propósito de la reincidencia en la delincuencia, sí soy partidario de suspender el espacio Schengen con aquellos Estados que no hacen los esfuerzos necesarios para civilizar a su población con el dinero de los europeos -Holanda no admite ciudadanos de Bulgaria y Rumanía y nadie se ha inquietado por ello, y si tratamos el asunto desde una perspectiva puramente económica, le diré que no necesitamos trabajadores extranjeros cuando hemos perdido ya dos generaciones de jóvenes españoles y lo peor, el futuro, está por llegar. Gracias de nuevo. Un saludo.


Yvs Jacob

2 comentarios:

Blasphemy dijo...

Antes de nada, agradezco la inmerecida deferencia de responderme con una entrada en su bitácora.

Coincidimos en los puntos fundamentales de nuestras respectivas exposiciones y opino que, por mi parte, cualquier añadidura sería superflua, máxime cuando me asaltan más dudas y preguntas que respuestas o soluciones al problema debatido. Sin embargo, le confesaré que me obsesiona la idea del proceso histórico, el modo en que un territorio y su sociedad se articulan y consolidan, adquieren sus rasgos definitorios, fruto de tendencias recurrentes, inscritas, quizá, en el elemental código de conducta humano, así como de contingencias y azares. La interrogación sobre qué sucesos propiciaron el desarrollo moral español y los resultados que una materialización, en el transcurso de la historia, de los posibles contrafactuales hubiera logrado desencadenar, me acosa con recurrencia.
Ignoro si una perspectiva tan historicista (del hecho español y, por derivación consecuente, del francés o el alemán, para circunscribirnos a los ejemplos del texto), que atenúe el común entramado mental de las sociedades e incida en sus facetas irreductibles, sus particularismos, supone el progreso o el retroceso de nuestra visión de la cuestión, pero las alternativas analíticas se me antojan exiguas. Y la percepción se agrava conforme uno constanta el carácter complejo y poliédrico de la historia. Ya
sabe: Dilthey y la hermenéutica frente al positivismo; aún no podemos rehuir ese combate.

Otra vez, gracias.

Un saludo.

Yvs Jacob dijo...

Gracias, Blasphemy. Por supuesto que hay que mirar a la historia, en ella se encuentran todas las claves. En el proceso histórico, a mí me fascina la relación entre la ley y la moral, y en ocasiones se cree que la primera es más fuerte que la segunda, cuando no es más que un sucedáneo o su formalidad. Las versiones de la cultura occidental más avanzadas no tienen necesariamente más leyes ni más férreas, sino que cuentan con una moral (pública) más exigente; pero sucede al contrario cuando la moral es laxa, que necesita el refuerzo de muchas leyes. Lo peor para una cultura resulta de la conjunción de una moral laxa con la incompetencia de los gestores de las instituciones de un Estado, como podemos observar en España, donde de la actitud de los políticos se desprende en muchas ocasiones el desprecio a la ley. Por otra parte, una ley cuyo cumplimiento no se busca es una ley débil o muerta. Yo veo todo esto en España, una concepción de la ley en la opcionalidad, sin considerar en absoluto que se trata de la expresión y límite necesario de una libertad si queremos convivir unos con otros. A veces, no obstante, las culturas cuyos logros envidiamos descienden hasta los detalles más nimios cuando legislan o se dan una normativa, como sucede, según creo, en Estocolmo o en Copenhague, donde al parecer no se puede usar la lavadora en domingo por la molestia que causa su ruido -en España, como bien sabe usted, a quien defendiera eso lo llamarían "liberticida", porque aquí basta, para que algo se haga, que a alguien le salga de los cojones. Recuerdo algo que cuenta Gerald Brenan en uno de los libros que dedica a España, y eso que él ofreció una mirada amable sobre nuestro pueblo; manifestaba en esa ocasión su ira ante el espectáculo de unos niños que apaleaban a un perro en la calle sin que los adultos que presenciaban su diversión la censurasen. Este episodio abunda mucho en nuestra literatura, ¿no le parece que es nuestro signo el de la vileza y la mezquindad? No en vano tenemos ahora tantos liberales, la mejor manera de expresar lo que históricamente han sido los españoles: ignorantes, pobres, pero satisfechos. Un saludo.