lunes, 13 de febrero de 2012

Se dispara el número de españoles expertos en derecho

Desde luego, tierra prodigiosa la nuestra. Cuando yo era todavía un escolar, ya empezaban a formarse auténticos batallones de estudiantes de Derecho, y llegó a extenderse la idea de que ir a la universidad no significaba otra cosa que eso, estudiar Derecho, aunque de vez en cuando aparecía alguien que estudiaba Empresariales... en España, Empresariales... ¿tiene gracia, no? Si al menos fuese Caciquismo... Eran todavía tiempos en que podía uno vestir de manera decente por poco dinero, porque no existía Zara, y entre los estudiantes de Derecho se apreciaba una cierta distinción; nada que ver con los universitarios de hoy, entre los que se ha impuesto la disciplina del chándal, y ya no sólo en las carreras técnicas, que ya sucedía, sino también en las humanidades, que demuestran así tenacidad y acomodo en la crisis permanente de su conocimiento. Podría no sorprender, con tantos abogados, que el país funcione del modo exquisito conocido por todos, y es posible que en el exterior se hayan hecho una idea de nosotros bien diferente a la que sospechamos, pues igual que se imagina a los antiguos griegos apostados en cada esquina ocupados con tortugas y problemas de matemáticas, quizá se piense en alguno de los países de la Serie A, en Suecia, por ejemplo, que los españoles, con más abogados por cabeza cuadrada que el resto de los países europeos, se reúnen en los bares y restaurantes, no para armar el jaleo de estampida africana que es todo encuentro mediterráneo, sino para analizar conceptos como prevaricación y cohecho, en muchas ocasiones manifestando profundo desacuerdo con las más altas instancias judiciales, esos burócratas, románticos filofranquistas... Más o menos, eso es lo que ha sucedido. El logro se debe, una vez más, a los medios de la derecha opinácea, y tanto en la reacción positiva como en la negativa. En primer lugar, puesto que todas las cadenas de televisión en España son muy de derechas, es fácil que en cualquiera de ellas, y a cualquier hora, aparezca una pandilla grotesca acusando de liberticida a quien combate a los que violan la ley. En segundo lugar, igual que existen jueces con ínfulas de escritor afrancesado, existen periodistas especializados en difamación, que es de hecho una rama dentro de las Ciencias de la información, y le sacuden a lo que haga falta como si supieran siempre de lo que hablan, otra especialidad del periodismo. Y así anda todo el mundo comentando la sentencia que ha apartado de la judicatura a Baltasar Garzón. El asunto es un embrollo tal que no merece la pena que yo me esfuerce en proporcionar pistas para quienes se sientan muy perdidos; es fuerte también la tentación de alinearse con los más sádicos, pero lo que de verdad no se entiende aquí apunta a la siguiente observación: cuando no existe una independencia real entre los poderes del Estado, ¿qué hubiera importado tratar con el mismo sentido práctico la sentencia sobre las actuaciones judiciales de Garzón? ¿Acaso no ha tenido más éxitos que fracasos en su carrera judicial? ¿Y acaso no han sido tales sus éxitos que ha ganado tanto su ego como la democracia? ¡Pues que viva la politización del poder judicial!
Entre las opiniones de los expertos de verdad, destaco la del exministro de Justicia Francisco Caamaño, hombre de buena voluntad cuyo sentido ejemplar de lo institucional habría de imitar el actor que ahora ocupa el cargo: las sentencias, o los actos de justicia, no pueden ser incomprensibles para la sociedad; y eso es lo que ha pasado, que cuando técnicamente justa, la que condena a Garzón ha resultado una inmoralidad.


Yvs Jacob


Y mañana en Basuragurú: "Temor entre los politólogos anglosajones a la repercusión social y académica de la tesis doctoral de Francisco Camps".

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