domingo, 13 de diciembre de 2009

¡Bravo por la acción sindical!

Ya era hora de que los sindicatos españoles asomaran la cabeza. Sea convenido que en la ridícula España sindicarse se ha considerado desde siempre como una manifestación del mal en el hombre, una pereza, una debilidad contraria a los dictados de la razón liberal cuya ley principal es: no trabaja quien no quiere; no progresa quien no quiere progresar. Y ¡quién no ha conocido a algún sindicalista que se tocara todo el día los santos cojones! Sin embargo, también hay jefes de trabajadores que nadie sabe por qué méritos exactamente disfrutan de ese placentero honorario sin por ello recibir censura. Sí, todo parece peor cuando lo hace un trabajador, un pobre trabajador, ese incesante brote de mierda que ni la tecnología consigue aniquilar -léase a Karl Marx, ¡hostias!-. Una revisión del sindicalismo es urgente, como tantas otras revisiones en la obtusa España. Hay en este divertido corral de cebollinos una obsesión por no irritar a los poderosos, y si los líderes de los empresarios se niegan a reconocerse como tales -cierto que no se comprende en absoluto qué podría representar Gerardo Díaz Ferrán en lo que la cultura llama "diálogo social"-, hay sin duda un temor a ganar la dignidad que el ser humano merece, a ganarla con la protesta y con la acción reactiva.
Hubiera sido deseable que el muerto de la crisis le hubiera caído a quien en buena parte anduvo ciego, el Partido Popular, que gracias a su aguerrida política de horror a la vergüenza nacional inició la senda de la especulación inmobiliaria hasta el punto de conducir al sector bancario al delirio de la autodestrucción. ¡Quién lo hubiera dicho antes! ¡El dinero destruido por el dinero!
La renuencia del sindicalismo español a calentarle más el culete al PSOE en el gobierno de la nación ha cedido por fin, ahora que tantas empresas han quebrado y tantos trabajadores han vuelto a la misera de la cual no debieron salir tan pronto. Ahora volvemos a celebrar que los sindicatos existen, aunque no sabemos muy bien si algo conseguirán.
Por lo pronto, yo animo a los trabajadores a que se sindiquen, a que no se rindan a la mala conciencia, a que toquen los cojones de quien sea necesario. El sindicalista no es sólo un individuo en chuvasquero que come bocadillos de tortilla; no es tampoco un desgraciado que suspira por el Atlético de Madrid. Un sindicalista es alguien que se atreve a poner límites al persistente intento de que le tomen el pelo.
¡Ah, España!


Yvs Jacob

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