domingo, 19 de junio de 2011

El Gobierno pretende resolver el problema de la educación confundiéndolo con otro asunto

No ganamos para desastres. Todo parece indicar que quienes asesoran al Gobierno en su posible reforma de la educación pública no han visto un aula ni de lejos. Hay quien piensa que todos los centros educativos son el Colegio San Viator, y que el fracaso escolar se debe a la incompetencia de los docentes.
Vaya por delante que muy a menudo los docentes de secundaria deben tratar con delincuentes, menores de edad pero delincuentes al fin y al cabo. No se trata, pues, de que ese docente sepa más, de obligarle a demostrar su conocimiento del temario que supuestamente domina por haber abrazado una especialidad, sino de convertirlo en un karateka o de invertir en la educación pública de otra manera diferente a la actual. Se ha de pasar a grupos de no más de quince alumnos, por ejemplo, y debe haber aulas de enlace y refuerzos que no se sacrifiquen en cuanto las cosas vayan mal. Pretender que el fracaso escolar en España es una consecuencia de la mala formación práctica de los docentes suena demasiado a derechona vil.
Cierto es que los opositores siempre desprecian a quien aprueba la oposición y gana la plaza. No obstante, ganar o perder una plaza por décimas, como es habitual, por mucho que resulten de ponderaciones y baremos, continuará siendo un método ineficaz si se quiere encontrar a los mejores o más aptos. Pero no se olvide que son siempre muchos los candidatos y pocas las plazas. Por otra parte, si además de la escasez de plazas se dosifica la participación de quienes figuran en las listas de interinos de tal manera que no accedan al menor entrenamiento práctico, por mucho que cambie el proceso, si no se modifica también el suceso, poco se habrá ganado. En ninguna otra profesión es más acertado el pensamiento de que uno se hace en el trabajo como en la docencia.
Para modificar el proceso. Lo que debe desaparecer es, por ejemplo, que los miembros del tribunal puedan identificar al opositor, conocer qué lugar ocupa en la lista de interinos, si se ha presentado más veces, su experiencia, en fin, todo lo que les permita desviarse de la justicia a favor de la justificación. Tampoco es muy cabal, en el apartado llamado práctico de la oposición, solicitar al candidato un simulacro, tanto acerca del modo como impartiría la clase como respecto de todo aquello a tener en cuenta, ante el tribunal de jueces ojerosos una mañana de julio. Nunca he comprendido qué se pretende con esa prueba, pero me queda claro que quienes la imponen no tienen ni puta de lo que es dar clase a adolescentes.
Me entristece esta metedura de pata del Gobierno.
La educación se resuelve con inversión y sin oposición. En la medida en que la educación es parte del aparato instrumental con que un gobierno regional cuenta para bloquear el éxito de un gobierno central, ningún progreso será posible.
Los señores técnicos que asesoran al Gobierno en esta materia habrían de presentar datos relativos al número de plazas convocadas en las diferentes Autonomías y al fracaso escolar allí donde el docente no es considerado un sinvergüenza que vive del dinero de los demás. Es cierto que la realidad social se encuentra en continuo cambio y que los métodos educativos no pueden ser siempre los mismos. Pero antes que dirigir el peso de la educación a los profesionales docentes, la misma sociedad, en la responsabilidad individual de cada uno de sus miembros y con la fuerza de las leyes que hacen posible la convivencia, debe ejercer mucha más presión sobre los ciudadanos: éste es el auténtico problema.
Espero que los sindicatos de la educación gestionen el asunto con buen sentido: cómo se deba opositar resulta de su concurso, y tienen parte de culpa en el desastre. Por lo demás, el Gobierno tiene en su mano la capacidad de liderar el éxito de la reforma: más plazas para los candidatos, más educación social y moral, y más horas de refuerzo, algunas, obligatorias. Fuera de eso, cambiaremos una ensalada de frutas por una macedonia.
(El proceso tiene muchísimos agujeros negros -no voy a entretenerme, son conocidos por todos los interinos y existen foros que abundan en ellos. Sólo dejo este último apunte: un interino maduro que nunca aprobó las oposiciones puede ganar una plaza hoy a un licenciado que haya obtenido la máxima puntuación en los exámenes teóricos y prácticos. Virtudes del estilo español).


Yvs Jacob

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