Los vecinos del distrito de Centro en Madrid ya no podemos acoger más curiosos y viandantes en esta parte de la ciudad, y no nos cabe tampoco ni un delincuente. El acoso que sufrimos por parte del resto del mundo, espoleado por los ideólogos y dirigentes de la sociedad de consumo, por los fanáticos de la productividad y el asolamiento, está limitando aún más nuestras ya básicas libertades, nos priva de nuestra esencial intimidad hasta la mutilación de lo humano, y solicitamos a quienes tengan la intención de asomarse por el corazón de la capital que se queden en su barrio, en su municipio, en su país..., y no molesten más, coño, que hemos colgado el sold out.
Aquel placentero orinar en las calles para volver a beber y orinar... esnifar cocaína sobre el capó de los coches... abandonar los escombros de las obras domésticas en las esquinas, o el inverosímil acomodo de cuanto sobra en las casas abarrotadas por la obscena vulgaridad sobre la vía pública... volcar los contenedores, hurgar entre las bolsas de la basura, examinar los residuos ajenos en busca de algún tesoro orgánico o tecnológico, un resto, cualquiera que sea, con el que comerciar o contagiarse una enfermedad que mataría a un ser humano, pero refuerza la salud del madrileño, -natural o "naturado"-, hasta la inmortalidad... llevar al perro a mear a la puerta de algún vecino, o ponerlo a cagar en los lugares que el Ayuntamiento destina para sus excrementos, la misma entrada al portal de todos los demás... bajar la ventana del utilitario para atormertar a quien haya recibido el don del gusto aristocrático con el lamento monótono de la economía neuronal... todo esto ha terminado, todo lo hemos perdido con la llegada de la larga pre-Navidad. Porque hay gente por todas partes y a todas horas, gente desesperada con la esperanza de encontrar paz, amor y bienestar en los almacenes de la fealdad que han hecho de Madrid la misma y patética ciudad, con las mismas tristes y patéticas calles de todas las demás ciudades tristes, patéticas y feas que en el mundo occidental existen, tiranizada cada una de ellas bajo el imperio de la baratija planificada, del muerto de hambre desalmado y de la inagotable insatisfacción. Madrid es capital...
Esta sociedad apocalíptica que se invade a sí misma, sociedad ocupada con esmero en su propia destrucción, no puede ser contenida en ningún espacio humano, y ni siquiera una ciudad que la ridiculez ha convertido en una tienda continua, en un único bar, como Madrid, consigue alojarla dentro de su buche repleto de miseria. La masa se desparrama, desborda los límites físicos con su vacuidad e inunda la ciudad los días y las noches como si fuese su última hora, la masa inconsolable... -y hay quien incluso afirma pasarlo bien...
Pero así no se puede vivir, o no todos. ¡Tanta presión demográfica sobre nuestra intimidad podría hacer de nosotros buenos ciudadanos!, y no estamos dispuestos a tolerarlo.
La rica fertilidad que tanta mierda da a nuestras vidas no la encontramos en la civilización centroeuropea. Sin la animalidad española, se pierden las mieles de la existencia, y nada merece la pena. ¡Ah, la sucia vida española...! ¡Qué pueblo, qué raza!
Fullero para Basuragurú
jueves, 8 de diciembre de 2011
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