¡Es posible!
Los vecinos de la comunidad de propietarios de la plaza del Conde de Barajas no dan crédito a lo que está sucediendo. Desde hacía tiempo, había un solar en una de las esquinas de esta coqueta plaza madrileña, casi oculta para turistas y lugareños, pero un modelo de lo que la ciudad debió y debería volver a ser -¡y no tiene tienda "de chinos"!
Un día, los vecinos descubrieron que maquinaria pesada invadía el espacio protegido, y sus peores sueños empezaron a hacerse realidad: el solar estaba destinado a perturbar su tranquilidad, o como decía una pancarta en el encuentro de las calles Verónica y Alameda hace meses, donde se ha cometido otro acto terrorista, "Lo que sufre el vecindario para que uno se haga millonario". En efecto, se iba a levantar un edificio.
Cuando esto sucede en Madrid, muchos nos acojonamos, porque se ha extendido el pensamiento de la posmodernidad urbanística con largo retardo, y hay quien no entiende la diferencia entre, por ejemplo, Rotterdam y Madrid. Rotterdam, por cuyas calles he llorado yo ante lo que algunos llaman "diseño" y "arquitectura", es una no-ciudad, me refiero a que es un disparate estético para esquizofrénicos que nadie podría considerar su hogar. Madrid, por el contrario, es víctima de unos analfabetos bastante horteras que impusieron su ley desde el "desarrollismo", cuando comenzó a liquidarse su patrimonio con el célebre grito de guerra "Muerte a lo viejo", para sembrar el horror de la libre actividad mercantil sin ninguna intervención ni control pero de muy altos riesgos para la salud del alma. Rotterdam es un laboratorio de pruebas desde que los alemanes la redijeron a escombros en la Segunda Guerra Mundial; de la ciudad que fue, nada queda, salvo la catedral y la estatua de Erasmo, y lo único que puede hacerse allí es salir corriendo. Madrid cuenta con otros disparates aparte de quienes dirigen su urbanismo desde la alcaldía; hay calles que uno querría entregar a la Wehrmacht, pero son precisamente aquellas tan vulgares que podrían encontrarse en cualquier otra ciudad, calles sin identidad ni sabor, calles de un mundo desesperado, incapaz de apartarse de la fealdad. No obstante, que las ciudades no deban ser homogéneas tampoco justifica que los arquitectos que han satisfecho su obscenidad de analfabetos en la estética compusieran las desquiciadas desproporciones que delimitan muchas calles de Madrid. Dos edificios de la misma altura y de estilos armónicos no los encuentra el estudioso de la vida y del arte en esta ciudad. No he podido ver el proyecto del edificio en construcción ni conozco el nombre del arquitecto, por eso no debería cantarse victoria; en un tema tan delicado como el urbanismo y su relación con la arquitectura, cuyas realizaciones no afectan exclusivamente a quienes habitan o llevan a cabo alguna actividad en ellos, hay que aguardar con paciencia hasta el final de la obra, siempre demasiado tarde.
Tengo la intención de circular una iniciativa ciudadana para derribar también pacientemente todos los edificios construidos en el distrito Centro desde 1960 en adelante. Las bondades de esta propuesta son sobresalientes: embellece el entorno, entretiene a ancianos y desempleados y aleja a la capital de los temibles Juegos Olímpicos.
¡Yo ya me he apuntado!
Yvs Jacob
lunes, 18 de abril de 2011
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