El bien es siempre debilidad frente a la fortaleza del mal, y en política, lo bueno, lo bien hecho, pasa desapercibido, quizá porque no tiene consecuencias, mientras que lo malo se mantiene imperturbable al paso del tiempo (piénsese en las diferentes ayudas concedidas por el Gobierno actual dentro de la llamada 'política social' y ya olvidadas por la población ingrata).
El último error del 'felipismo' irresponsable fue no percibir 'lo que se venía encima', una vez el PSOE, devorado por el vacío de la ideología y prisionero de unos piratas con carnet, se desmoronaba igual que un edificio que ha alimentado a las termitas.
Tras ser deglutido por el desagüe de la política, el Partido Popular irrumpió de manera más parecida a quien conquista una tierra que a quien gana su gobierno por un procedimiento democrático, y se instaló una nueva versión del odio que todavía perdura. Quien más ha odiado y mejor fue -y es-, sin duda, José María Aznar. Hace poco escuché decir a alquien que lo había entrevistado que Ansar no tiene sentido del humor; observación que me hizo recordar las memorias de Albert Speer, porque Adolf Hitler, según parece, también carecía de esa bondad necesaria.
José María Aznar nunca supo digerir el cargo que, gracias a la generosidad del pueblo español, un hombre, un sujeto entre los ciudadanos, puede desempeñar: primer ministro o presidente de Gobierno. José María Aznar debió de pensar que, en su caso, la sanción ciudadana era irrelevante, y que en verdad se trataba de un designio especial, de una constatación, de un premio concedido por la trascendencia a su persona. ¡Ahí es nada! Hubo ocasiones para cerciorarse de que esa fantasía lo consumía.
La famosa 'foto de las Azores' concedió a España el merecidísimo homenaje de una masacre, un episodio que coincidió con la celebración de las elecciones generales a las que Aznar no concurría como candidato por magnanimidad mimética con el sistema norteamericano que limita el poder ejecutivo. Los terroristas lo tuvieron fácil para manifestar su malestar después de la invasión de Irak: ¿cuál es el enemigo más zafio, más débil?
Pero José María Aznar no quería irse del Gobierno de cualquier manera, y pensaba que en el futuro horizontes más amplios se abrirían para él. (Su insistencia actual en el estudio de las lenguas del mundo no es sino la resaca de un delirio: la Secretaría General de la ONU).
Mientras ese destino se decide, Aznar se dedica a recorrer España llevando la palabra del mal, o el mal mismo, su presencia. Aznar participa en charlas o conferencias y enciende el entusiasmo del público cuando acusa al socialismo de la crisis actual. La crueldad de su discurso y la mala fe de su intención se imponen cuando se frota las manos, ya no por el hecho de que al Gobierno le vaya mal -¿podría ser incluso eso comprensible?-, sino por el más terrible: le va mal a España, y cuanto peor le vaya, mejor. Este mensaje ofrecido por su mente mórbida y desnutrida es la manera como Aznar tiene de asomar la cabeza entre la mierda que su miserable conducta ha ido depositando sobre él mismo con el tiempo.
Es triste que parte de la ciudadanía sea tan boba como para colaborar con su partido a pesar de todo. Es triste que alguien que ya ha recibido un castigo (quizá trascendente) por su soberbia no aprenda la lección e investigue el camino de la sabiduría humana, el de la humildad y la responsabilidad. Pero José María Aznar se percibe como un genio, y tan superior, que al mundo de los hombres sólo puede mirar con desprecio.
¡Ay, Ansar, siempre serás un pigmeo!
Yvs Jacob
lunes, 9 de noviembre de 2009
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