domingo, 8 de noviembre de 2009

Hasta los cojones de la familia Alcántara

Siempre he sospechado que la variedad de miseria que me ha caído en suerte me permite afirmar que soy un privilegiado. De los muchos ingredientes de mi personal bienestar sólo mencionaré dos: nunca vi ni siquiera un programa de Crónicas Marcianas, ni uno solo, y tampoco he puesto a prueba mi estómago con Cuéntame. Todo lo que sé de ambos esputos de la cultura española lo debo a esos divertidos recorridos televisivos que, a modo de archivos selectos, presentan al telespectador una visión reducida de su universo mezquino.
Los daños irreversibles que resultaron del castigo infligido por Crónicas Marcianas durante años lesionaron la mente de españoles de toda edad y condición con tanta furia que incluso hoy, tiempo después, todo les parece poco soez, y nada hay tan depravado como aquel poderoso opiáceo con que se iban a dormir.
Cuéntame es una apuesta diferente, insoportable también, aunque no por ausencia de moral, sino por abuso de melancolía. El hecho de que Elvira Lindo dedicara un artículo en El País a criticar a quienes critican esa bazofia da cuenta de la altura de los pretendidos intelectuales españoles, finos razonadores del 'buen rollo', y de sus tiernas preferencias educativas ancien régime.
Las peripecias de una familia 'común' que testimonia el paso de la historia han superado el concepto de contexto para convertirse en delirio de inverosimilitud, hipérbole que engaña más que ilustra, y el pasado aparece todavía más ridículo cuando alguno de los Alcántara lo vive que cuando el telespectador lo reproduce con su imaginación alimentada por la soledad de sus abuelas.
La idea no era original, sino traída de esa tierra singular que tanto repudia a Europa, pero su traslado al modo español de hacer las cosas sólo ha conseguido que quienes pasamos un buen rato con el producto auténtico avancemos hacia el arrepentimiento por nuestros errores de infancia, ¡y qué duro se nos presenta este castigo!
Quisiera por último hacer un esfuerzo para comprender qué le sucede a Imanol Arias. De nuevo me siento derrotado por las cimas de la interpretación española; me ocurre con sus titanes lo mismo que a los filósofos empiristas con la idea de Dios: la busco y no la encuentro por ninguna parte.
¡Qué pena das siempre, España! Todo lo conviertes en fatalidad.
Anda y que os parta un rayo a todos.


Yvs Jacob

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