El mes pasado estuvo en Madrid Frank Peter Zimmermann e interpretó el Concierto para violín nº 1 de Shostakovich junto a la Orquesta de RTVE. Como en España siempre hemos tenido un problema en relación con la cultura, al juzgar que pertenecen a ella experiencias bastante dudosas, y al despreciar otras que, ciertamente, sí son cultura, resulta de una gran dificultad desprender a la música culta y a sus intérpretes ese barniz ya añejo que atufa a prejuicio clasista, aunque quizá no ayuda el precio de las entradas en el patio de butacas un sábado por la noche en el pomposo y tan horrible edificio recubierto -¿o será todo?- de ladrillo del Auditorio Nacional, que todavía nos recuerda que se trata de una festividad burguesa a la que los pobres no estamos invitados -la Orquesta y Coro nacionales de España ofrecen precios económicos en domingo, pero ¿quién podría disfrutar una sinfonía de Mahler a las 11 de la mañana? Y también son baratas las butacas en la zona del coro cuando éste no participa, ¡ay, qué centroeuropeo eso de ver a un violonchelista por detrás...! Pero yo tenía la intención de ensalzar a la Orquesta de RTVE, y ello a pesar de la notable obstrucción que la llamada "marca España" antepone a todo lo español, porque tal vez no sea una de las orquestas mejor o más reconocidas en el mundo, el mundo que es el medio al que los españoles llegamos siempre tarde, y sin embargo, su versatilidad, la calidad de las ejecuciones, lo variado de su programación y el amplio espectro de la música que aborda hace de ella un conjunto sobresaliente y nos libra de envidiar, como siempre sucede, algo mejor, porque ya lo tenemos. Con esta orquesta pública hizo Zimmermann una interpretación soberbia, apasionadísima, y consiguió algo extraordinario estos días; a saber, que a los españoles les caiga bien un alemán. De Zimmermann llamaron mi atención dos aspectos: desde la perspectiva técnica, la potencia de su vibrato, que parecía accionado por un resorte maligno, apenas contenible, pero, sobre todo, sus zapatos. Jamás, y así lo digo, jamás, jamás, jamás, había visto a un solista con un calzado similar. Porque Zimmermann calzaba unos zapatos inspirados en un modelo de ballet, aunque más robustos, con una pequeña correa sobre el empeine, y, como es de rigor, de charol. Yo no sé si este modelo se comercializa o es un obsequio de alguna firma de moda a uno de los mejores violinistas actuales, pero debo atribuirle la propiedad de la hipnosis, no tanto al charol como al diseño, porque apenas pude apartar la vista de esas creaciones, y eso que Zimmermann no dejaba de vibrar. Recuerdo ahora una entrevista que hiciera José Luis Pépez de Arteaga, el penúltimo o quizá ya el último intelectual que pase por Radio Clásica, al gerente de la Orquesta y Coro nacionales de España al final de la temporada pasada, que coincidía con una visita de Zimmermann al Auditorio Nacional para interpretar A la memoria de un ángel, de Alban Berg, lo que a menudo se hace pasar por un concierto de violín -Zimmermann toca un Stradivarius, ¡por el amor de Bach! El mencionado gerente ponía como ejemplo de solista invitado al violinista alemán, una persona extraordinaria, además de extraordinario intérprete, porque ni creaba ni encontraba problemas, lo que debe de ser una excepción entre divinos y pretendientes. A mí Zimmermann me cayó estupendo desde el primer pisotón (segundo movimiento); disfrutaba muchísimo tocando, todos sus gestos eran de satisfacción en el esfuerzo (se podía oír su respiración), porque el concierto de Shostakovich tiene mucho de deportivo, y no sería hasta el quinto y último movimiento cuando comprendí por qué se había calzado las manoletinas acharoladas. Shostakovich desciende entonces a la música popular, parece casi el interior de una taberna rusa con violinista, aunque por suerte yo no he visitado ninguna, y exige del intérprete complicidad, teatro... y zapateado. Cierto es que Zimmermann tiene una cara que no resultaría rara en ninguna taberna; con la nariz de Papá Noel y una sonrisa carrilluda, de cabello rubio y coloretes, que supongo no serían maquillaje, aunque después de ver las manoletinas... Eso sí, Zimmermann tiene cara de bonachón. ¡Ah, pero qué bueno es que venga por nuestro país para fortalecer las relaciones hispano-germanas, y salir así del vicio que ahora las simplifica, tú te quedas con mi austeridad, yo me quedo con tus bancos! En el asiento inmediato al que yo ocupaba, un veterano asistente a los conciertos le dice a otro: "¡tiene un dominio tremendo este tío!", que es un modo castizo de compartir que sí, que algo nos ha gustado mucho. ¿No se dice lo mismo de Angela Merkel? Comparto yo con un amigo alemán, que conoce mi envidia por los logros de su cultura, el entusiasmo que despierta la política de la austeridad propugnada por la canciller entre los actuales -anteriormente, conservadores- liberales españoles: "dicen que si no hacemos nada de nada creceremos. ¿Cuánto tardaremos en ser alemanes, quiero decir, como vosotros?". Y me responde mi amigo: "todavía tendréis que legislar para que el ochenta por ciento de los trabajadores se afilie a un sindicato". Y yo reacciono violento: "ah, no, no, ni hablar, yo hago con mi dinero lo que quiero". De repente, me reconozco un ser pequeño y mezquino.
Yvs Jacob
lunes, 12 de noviembre de 2012
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