Los que tenemos todavía la suerte de contar con una tahona en el barrio, una tahona, por cierto, que no es el lugar donde se descongela el pan industrial, sino donde el pan se hace, no debemos ir nunca a comprarlo a otro sitio, y así fue que entré yo el otro día en la mía, y me encontré al panadero tan furibundo, que aunque no acostumbro a fingir la simpatía que no tengo, accedí a preguntarle si iba todo bien. El panadero, que no es el que descongela el pan, insisto, sino el que lo fabrica, me contestó: "¿Usted se cree lo que me ha pasado? Estaba guardando el toldo, pero no sé cómo se me ha atascado la mierda esa. Me he metido para dentro a buscar la escalera, luego me he puesto a hurgar entre las herramientas y cuando he salido de nuevo, ¡zasca!, que se habían llevado la escalera". De repente, encuentro un sincero interés en el suceso. "A ver si es que alguien la necesitaba...". Y arremete el panadero: "¡Qué coño la van a necesitar! ¡Un rumano de esos que se pasean con un carro, el muy hijo de puta...!". ¡Coño, ahora sí que me pongo alerta! Pero añade el panadero antes de que yo pueda exponer ninguna reflexión: "¡Seis millones de parados y todo el mundo robando! ¡Pero qué país es éste!". Entonces hemos dado rienda suelta a las pasiones y a todo lo que se ha querido soltar, y puede que nos hayamos puesto deliciosamente xenófobos, porque no había ninguna intención de hacer el mal, la verdad, lo que pasa es que ya no toleramos tanto desorden. Y tan cómodo me he sentido, que he relatado mis experiencias alemanas, cómo he vivido situaciones en que a un español honrado como yo lo soy a punto está la tentación de aparecer, vencer y convencer, en el caso -tan frecuente- de una señora que en la pausa obligatoria de su segundo desayuno -ya se sabe que los alemanes no comen, con propiedad, sino que pasan el día entre desayunos y meriendas- se levanta para ir al baño y te ofrece, por así decir, su cartera, su bolso, su teléfono móvil y hasta su compra, todo lo cual permanece sobre la mesa a su regreso, para sorpresa de este que les narra, que no apartó ni un segundo el ojo de tantas propiedades. Y les digo también, cuando la panadería parece un templo, tan abarrotada por mi relato, que sólo he visto un rumano pidiendo en toda Alemania, una niña que tocaba el acordeón en Heidelberg -alguien complementa mi información con un grito: "¡claro, los tenemos a todos aquí!". Entonces les cuento que un día que tenía yo una cita cerca de la estación de Atocha vi al que parecía ser el coordinador de las rumanas que roban en Madrid. Aguardaba tranquilamente en la acera todavía en obras y vi pasar al pelotón de rumanas, que no sé cómo confían tanto en lo que ellas juzgan un disfraz, porque con los sombreros y el pelo teñido, cuando uno ve en Madrid a una rumana no piensa jamás que se trate de una turista belga, lo que ve, con disfraz o sin disfraz, es una rumana. El pelotón, porque eran en total ocho, cruzó el paso de cebra hacia el museo Reina Sofía, zona que patrullan más que la guardia urbana -museo donde no sólo le toman a uno el pelo, sino que hasta le roban-, y me dije "ahí van...". Pero al rato escucho una escandalera tal a mi espalda que nunca hubiese imaginado que podría producirla un ser humano. Y en efecto, que se trataba de un rumano, una pelotilla negra y tripona que hablaba con un teléfono móvil, pero apenas era necesario, porque una de las rumanas, en la otra acera, con quien, al parecer, se comunicaba, podía perfectamente prescindir de su aparato, y eso que pasaban coches sin cesar. Para mi sorpresa, medio pelotón cruzó de nuevo el paso de cebra y marchó camino abajo por el paseo de las Delicias, siempre detrás de la albondiguilla peleona -¡qué habrían visto por allí, madre, qué habrían visto!
Y no se entiende nada de lo que sucede en España. Seis millones de desempleados, generaciones perdidas, comercios chinos por todas partes, extranjeros apenas cualificados ocupados en trabajos que perfectamente podrían hacer nuestros jóvenes... y esa levedad tan nuestra que nos convence de que nada es lo bastante grave como para combatirlo con decisión y coraje -Amancio Ortega regala 20 millones de euros para la beneficencia, pero de lo que se trata no es de dar de comer, sino de implicar a todos en la preservación y desarrollo de lo nuestro, que la desidia lo está rifando (¡ay, por qué será que en los países protestantes está tan mal vista la limosna...!). En España, triste es decirlo con estas palabras, hace falta una nación.
Yvs Jacob
[Nota para Javier Marías: Estimado Javier, sé que eres lector fiel y puntual de Basuragurú y quiero felicitarte por el rechazo del Premio Nacional de Literatura 2012 -estoy de acuerdo, un Estado, mejor, ninguna institución pública debería otorgar premios, mucho menos de la manera desesperada como se hace en España-, pero tengo que decirte que a mí el dinero me hubiese venido la mar de bien, he caído desde hace meses en una dieta muy monótona, ya me entiendes -no sé cómo lo haces tú, pero a mí nunca me han sobrado 20.000 euros. En Basuragurú tampoco aceptamos premios, pero nos encantan las donaciones. Por favor, ponte en contacto con la redacción. Un saludo].
viernes, 26 de octubre de 2012
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2 comentarios:
¿Y qué soluciones contempla usted para el problema de la inmigración? Yo observo desesperanzado que nos precipitamos hacia el abismo de la degradación social, la miseria y una tensión interétnica, cuando no directo enfrentamiento.
Por mis convicciones ideológicas e intelectuales, repudio el racismo, desde un prisma moral, y lo cuestiono teóricamente, desde una óptica científica e, incluso, histórica para ciertas tesis que se desprenden de su argumentario. Pero ¿y la xenofobia? El discurso xenófobo se afianza por momentos entre segmentos significativos de la población española; y debo confesarle que los sucesos y los procesos acontecidos en los últimos tiempos, sobre todo como consecuencia de la recesión, fomentan mi adscripción a semejante y visceral tendencia.
Creo que el respaldo de un contigente demográfico numeroso, oriundo del mismo país que el inmigrante individual, o anclado (muchas veces anquilosado) en los mismos patrones culturales, quebranta los actuales intentos de asimilación y obstaculiza los futuros, pese a la modificación de variables institucionales que pueda operarse o las transformaciones estratégicas, y no meramente circunstanciales, que se emprendan para afrontar el desafío migratorio.
Aunque la justificación de la ruptura de los vínculos culturales mantenidos por el inmigrante, siquiera parcial, origine suspicacias dentro del universo progresista (sospecho que una denominación más acertada sería progre) y genere enconadas reacciones de la izquierda posmoderna, no vislumbro otra tentativa satisfactoria con que encauzar este asunto.
Saludos.
Blasphemy, gracias por su comentario. Le pido disculpas por no contestarle aquí, me puse a escribir la respuesta y al publicarla Blogger me comunicó que había superado el número de caracteres. Le he dedicado una entrada, no se me ocurría cómo acortar el texto. Gracias de nuevo. Un saludo.
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