La democracia en España, real o no, lo cierto es que no da ninguna tregua, y apenas se constata un error ya le llega el turno a otro. La democracia es así de juguetona, y tan pronto te atraganta con un Josemari que Josemari decide que se va, y lo mismo sucedió con la Espe, tanto tiempo jodiéndonos bien y no conseguimos quitarla de en medio por medios democráticos, echándola a urnazos, sino que fue ella la que se marchó. Se perdió entonces la oportunidad de dar una lección a los wannabe Espe, los aventureros de la política -muchas veces se habla de aleccionar al populacho, pero no menos debe ilustrarse a quienes pretenden gobernarlo, y la Espe nos salió tan burlona como simple.
He admitido en alguna ocasión que ya no quiero volver a votar, madrecita, no al menos hasta que se aclaren los límites o términos del poder, y sobre todo no hasta que el gobierno regional de turno de cualquier Comunidad Autónoma deje de actuar como contrapoder, o poder real, que vuelve absurdo cualquier otro que se pretenda por encima -un gobierno central-, anulado por el reparto de aquello que le corresponde con iniciativa y propiedad. Madrid, que ha sido siempre mi ciudad, se consume a la deriva, ya no puedo reconocerme en ella, convertida en monstruosidad, y la declaración de español la encuentro no menos ridícula. Así, yo ya no puedo votar, he sido excluido del mundo, y los españoles despiertan en mí la tristeza y la risa, un pueblo al que me incomoda pertenecer y que me expulsa. Han sido, no obstante, tantos años de convivencia que siento punzar una tímida obligación para con los españoles, aunque considere mi suerte por completo ajena a su destino lerdo. Me gustaría poner sobre aviso a los votantes que ejercerán el derecho de elección de sus gobernantes en las elecciones regionales respecto de lo nefastas que resultan las mayorías absolutas, en especial cuando ese concepto, el de mayoría absoluta, supera el mero utilitarismo democrático -la necesidad de un gobernante resuelta de manera pacífica en un escrutinio- para convertirse en ideología que vanagloria la posición única -"necesitamos ganar porque somos los únicos catalanes", "los únicos españoles", "los únicos vascos"... o los mejores de todos. Algo así hay que evitarlo a toda costa. Por otra parte, el PP, el partido de la mediocridad por excelencia, está dando una lección magistral en cuanto a lo que nunca debe hacerse, el modo como funciona (mal, y perfectamente bien) una mayoría absoluta -es muy peligroso dar la razón o el voto a quienes tienen una idea fabulosa y fabulada de la nación, es también muy peligroso darlo a quienes juzgan la pobreza un accidente, y no una consecuencia del reparto, y es sobre todo peligrosísimo darlo a un partido donde ambos juicios se confunden -así en CiU como en el PP. Cuando los ingleses se dieron el instrumento del parlamentarismo tuvieron en cuenta la necesidad de acordar los intereses de cada parte en su relación con los de las demás. Como algo así es muy difícil de realizar, la democracia ha reducido el Parlamento a un adorno de la solemnidad, mientras que por política se entiende la imposición de los intereses, o modo de entender la realidad, de una parte sobre las demás, y en alternancia, como dicen algunos. En España, tierra de simplificaciones, esto se cumple de manera implacable, y no extrañará que la ciudadanía, la antigua sociedad, haya cedido al desinterés y al desánimo.
Ya no volveré a hacer más comentarios a propósito de las elecciones en esta hoja, ya digo que lo que pueda suceder en la mal llamada política española no me interesa, pero si estuviese llamado a las urnas, esta vez sólo me movería el intento de anular cualquier mayoría absoluta. Que así sea.
Yvs Jacob
lunes, 15 de octubre de 2012
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