La conocida "operación Emperador" contra el blanqueo de dinero puede sacar a la luz un poco más del desastre general que es España, una Jauja y una Babia de quienes parece vivimos, en palabras de Ramón J. Sender (Mr. Witt en el cantón) "encenagados en la miseria". No me canso de sentenciar que la pobreza no es en absoluto una falta de dinero, ni me canso de afirmar que la cultura de un pueblo es el tesoro de su moral, y que nada tiene que ver con los premios que regalan sus instituciones, por muy cuantiosos, desproporcionados y desesperados que sean. España es un país pobre; España es un país sin moral, un país sin cultura. He paseado tanto por Madrid que puedo decir que la ciudad me cabe en la palma de una mano, y con el tiempo he observado todos los cambios que ha experimentado la villa en su desquiciado intento por convertirse en algo imposible de realizar con pobreza, sin moral y sin cultura; Madrid es una monstruosidad. Algunos meses atrás escribía Juan Goytisolo en El País un artículo (Hemos vivido un sueño, ¡un sueño!) a propósito del modo como la actual crisis económica está atravesando España, el modo como el dinero de la burbuja inmobiliaria pasó de largo, el modo como el dinero, que entonces llamamos bienestar, no nos hizo mejores, no nos elevó en absoluto, aunque parece alimentó nuestras ínfulas miserables: el país de los pobres necesitó de repente quienes le sirvieran -éramos tan felices... Recibimos en pocos años, en palabras de Goytisolo, un gigantesco "ejército de pobres", en referencia a los ciudadanos de los países de Sudamérica y otros de la Europa del Este, pero se sumó además la inmigración legal, en su mayor parte, de los así llamados emprendedores chinos, que ahora pretenden darnos una lección sobre el esfuerzo. Un paseo por Madrid le deja al observador sumido en la frustración; no sólo hay en todas sus calles al menos un comercio regentado por orientales, sin que se llegue a comprender su necesidad, porque en Madrid hay mercados que ofrecen productos a mejor precio y calidad, sino que han existido, hasta perecer asfixiados, infinidad de pequeños comercios de barrio, el tejido de un pueblo. Pero es que hay zonas en Madrid que se han olvidado a su suerte, calles y calles en las que sólo se encuentran almacenes siniestros donde los chinos guardan toda esa porquería que producen y exportan, almacenes en tal cantidad que o bien el barrio de Cascorro distribuye a todo el resto del mundo o es que ya se comercia con Marte. Es de todo punto imposible justificar la acumulación de locales, al menos lo ha sido hasta ayer, cuando nos hemos enterado de que los chinos nos tomaban el pelo de lo lindo -ahora se dice "tomarle a uno el pelo como a un español"... Como otros, los chinos advirtieron muy pronto que España era una Jauja, un mundo sin ley, y no les faltaba razón -por si fuese poco, llegó hace unos años una ola de neoliberalismo que convenció a quienes todavía no lo estaban de la necesidad de sustituir la solidaridad por la lucha neodarwinista, y en ello estamos, a un paso del canibalismo. Pero nosotros seguíamos en Babia -instituciones negadas por su ineficacia, políticos de anacronismo decimonónico y discusiones sobre el estatus cultural del mundo de los toros. Eramos una presa perfecta.
Está en proceso de modificación -coño, de actualización- el Código Civil y ya se ha escuchado a algunos progres con megáfono lamentar su endurecimiento, especialmente al convertir en delito lo que hasta hace poco era sólo una falta, el pequeño robo continuado. Se nos ha dicho además que España tiene mayor población reclusa que Alemania, que tiene el doble de número de habitantes. A nadie le da por pensar, una vez más, en qué se diferencian España y Alemania, por qué allí, si son más, hay menos delincuentes, por qué allí les va en tantos aspectos mejor, pero se lamenta la suerte del pobre delincuente que se gana la vida en España, que si se aprueba la reforma del Código Civil tendrá que ponerse a trabajar de verdad. El pequeño robo continuado, en tanto que falta, ha permitido que España se llene de delincuentes búlgaros y rumanos, les ha permitido hacer del robo una industria tan poderosa que casi habría que legalizarla para obtener de ella un beneficio público, ay, si es que el robo no fuese algo inmoral. Yo he visto robos en Madrid cometidos por rumanos, ya no bajo las narices de la policía, sino dentro de sus mismas fosas nasales, y cuando he preguntado a los agentes si acaso no pensaban hacer nada, siempre he obtenido la misma respuesta: "es que no podemos hacerlo". Y eso es España, entre Jauja y Babia.
El mercado trajo a los chinos y el mercado tendrá que llevárselos: cada vez que compras en un comercio oriental estás hundiendo un poco más a tu país. Piénsalo de una vez. Compra siempre en tu barrio y hazlo en un comercio nacional, o dentro de poco no va a quedar para nosotros ni donde caernos muertos.
Yvs Jacob
N. B.: Decía Montesquieu (Lettres persanes), ya en los orígenes de la progresía, que la pena no disuade al delincuente, a propósito de la pena capital en Inglaterra. No puedo estar más de acuerdo, al delincuente lo disuade la persecución del delito. Uy, ¿será eso lo que nos diferencia de Alemania?
miércoles, 17 de octubre de 2012
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