Es habitual en España tener dudas en cuanto a la competencia del poder judicial. Cuando el bárbaro Jiménez Losantos fue demandado por el alcalde Ruiz-Gallardón, objeto quasi maniático de sus críticas, y todo por favorecer a la Espe, que no pareció estarle demasiado agradecida por esa campaña de derribo, el supuesto periodista declaró que la justicia en España era una lotería, y que tanto la admisión de una querella como una sentencia se debían menos al rigor que a la arbitrariedad. Como además en España el poder judicial y la política se consultan mutuamente con demasiada frecuencia, me ahorraré la exposición de otras declaraciones. Creo que la idea que se hacen los españoles del poder judicial es muy parecida, y ya bastante deteriorada.
En su última columna para Hora 25, Josep Ramoneda se mostraba escéptico con el sistema del jurado popular. Apréciense estos datos: supuesto delincuente albano-kosovar muerto por arma de fuego tras los disparos de un familiar muy próximo a los magnates de una conocida firma de la industria de la joyería, homicidio, al parecer, en legítima defensa. Dígase que un español mata a un inmigrante y es absuelto por el jurado, que es la intención de Ramoneda en su lección moral de lunes a viernes. Aunque el jurado popular lo declara no culpable, es el juez quien firma la sentencia, pero Ramoneda quiere hacernos pensar: ¿puede quedar impune un crimen en nombre del miedo? Me temo, una vez más, que la izquierda guay naufraga en el simplismo -en el simplismo guay, claro.
Se caracteriza la izquierda guay por una posición inflexible e innegociable a favor de los derechos humanos. Sin embargo, los derechos humanos no son una flor cuyo cuidado corresponda a los hombres de una sola posición ideológica, impecables humanistas de izquierdas. Es cierto que el pensamiento conservador, devorado por el ultraliberalismo económico, incurre más a menudo en la negligencia de olvidar que el lema letal de sálvese quien pueda castiga con la humillación y la muerte a quienes carecen de medios. Y aquí aparece la izquierda actual, que justifica prácticamente su existencia con la defensa absoluta de los derechos humanos, por muy grave que sea la situación económica que atraviese un Estado, si bien la izquierda tiene muy poco que hacer para resolver el núcleo a partir del cual los demás problemas -como la inmigración- se derivan. España, cuando gobierna la izquierda, como todos los Estados occidentales existentes, se esfuerza por cuidar de esos derechos, y vigila porque sus leyes no los violen. Pero esto no agota la cuestión. Inmigración ilegal, inmigración legal inadaptada, inmigración sin la menor intención de adaptarse... y el Estado democrático y del bienestar. La izquierda guay, sinceramente responsable, tiene también que abrir los ojos.
Incluso cuando el jurado no haya interpretado el caso como corresponde a la justicia, esto es, incluso si sólo han empatizado sus miembros con el acusado, y no con la víctima; si han tomado su decisión pensando en el modo como quisieran ser ellos juzgados por otro jurado en un caso similar, o incluso si llegaron a considerar cuál sería el mayor bien para la comunidad de españoles, dudar de esta justicia de los hombres no beneficiará a los demás inmigrantes. Tampoco la sociedad española será más justa por encarcelar a un cuñado de la familia Tous. Ni hay que olvidar que son muy pocos los casos en España de una sentencia favorable en legítima defensa, al menos cuando existe homicidio. Líbreme el misterio de defender a los ricos, pero tampoco puedo admitir que deban dejarse robar y matar sin más. ¿Qué hubiese sucedido en el caso de un simple trabajador que mata de un golpe a un atracador de Sevilla en legítima defensa? ¿Por qué sí habría de ser declarado no culpable, sin ninguna suspicacia? Y en caso contrario, si el supuesto delincuente albano-kosovar mata a alguien que lo sorprende en acción, ¿por qué habrían de tranquilizarnos unos años en prisión, que lo devolverían a la sociedad regenerado y preparado para su integración?, ¿porque ha matado a un rico? Yo pensaba que se trataba de defender los derechos humanos. El de la justicia es un juego muy peligroso.
La obsesión de la derecha con el problema de la inmigración conoce su simetría en la obsesión de la izquierda. La derecha prefiere ignorar el problema o combatirlo con violencia, pero la izquierda es partidaria, cueste lo que cueste, de la técnica del parche. Yo estoy bastante cansado, la verdad, en cuanto a la demagogia en este asunto, demagogia de derechas y demagogia de izquierdas. El éxito de la política -sin más- y de la política de inmigración pasa por convertir a todos los seres humanos en ciudadanos, algo en lo que todo Occidente está fracasando.
Cabe también recordar a Josep Ramoneda que los prejuicios en contra de los albano-kosovares no se construyen por el capricho de pasar una tarde entre bromas. Todas las naciones hacen notabilísimos esfuerzos por aparecer a ojos de otras como lo que no son, pero también comunican con pocas distorsiones lo que son en realidad. No obstante, que es donde la justicia debe actuar, un delincuente, alguien que perjudica a los demás, no lo es menos por venir de fuera, o dicho con necesaria crueldad: su miseria no justifica que me haga también a mí un miserable; y, sí, en un mundo cruel, hay que aplaudir los instrumentos y las decisiones que alejen a los delincuentes de una comunidad que desea vivir según las leyes de la ciudad. Personalmente, no encuentro nada de progresista en que alguien gane la libertad y mejores condiciones de vida en un Estado que no es el suyo si lo hace dentro de la delincuencia tolerada o no combatida con energía.
¡Por favor, pensemos en los mensajes que lanzamos! ¡No queramos ser tan guays!
Yvs Jacob
viernes, 3 de junio de 2011
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